La sombra de Salinger alumbra un cuento de hadas a mayor gloria de Margaret Qualley

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

La actriz Margaret Qualley interpreta a Joanna, la joven aspirante a escritora que admira a Salinger
La actriz Margaret Qualley interpreta a Joanna, la joven aspirante a escritora que admira a Salinger

La actriz, chica Manson de Tarantino que se perfila como emulación de Audrey Hepburn, eclipsa a Sigourney Weaver en la cinta de Philippe Falardeau que inauguró la 70.ª Berlinale

21 feb 2020 . Actualizado a las 08:52 h.

Ya se sabe que J. D. Salinger no es responsable de que su Holden Caufield -el rebelde con causa que lo elevó a leyenda literaria- haya inspirado a una pléyade de pirados como Mark David Chapman, el tipo que creyó que asesinar a John Lennon era una manera de que la naturaleza superase al arte de El guardián entre el centeno. Tampoco hay que culpar a Salinger de la jubilación de Sean Connery, quien después de perfilar el aura del escritor en Descubriendo a Forrester se retiró del cine al pensar que ya no podría filmar nada peor. Ni de que Kevin Spacey protagonizase el biopic del autor eremita un minuto antes de ser arrastrado a la pira.

Esta Berlinale se atrevió a desafiar el mal fario y a inaugurar con Mi año con Salinger [adaptación de la novela autobiográfica homónima de Joanna Rakoff], algo así como un cuento de hadas en el cual una aspirante a poeta se cuela cual duende en la agencia literaria que cuida de la privacidad sagrada del escritor. Digo duende porque es la forma menos cursi que se me ocurre para calificar el perfil del que se ocupa Margaret Qualley.

Todo en el filme, desde una Sigourney Weaver casi ninguneada (en un rol subalterno que se impregna bastante del de Meryl Streep de El diablo viste de Prada) hasta la permisividad del guion, para que su rostro lo ocupe todo y sus trastadas de deux ex machina con la correspondencia de los devotos de Salinger acaben por eclipsar a la verdadera divinidad literaria santificada en vida.

Sigourney Weaver y Margaret Qualley, en el filme «Mi año con Salinger», dirigido por el cineasta quebequés Philippe Falardeau
Sigourney Weaver y Margaret Qualley, en el filme «Mi año con Salinger», dirigido por el cineasta quebequés Philippe Falardeau

Aun más, creo que la cinta tiene como su principal inspiración bien expresa la de apuntalar a la actriz-duendecillo, Margaret Qualley, reedición para nostálgicos de Audrey Hepburn. Por si ello fuese solo cuestión formal, anoto como subrayados una secuencia donde ella (pobre de solemnidad) devora un cheesecake en el restaurante de un Hilton, mientras la acuna el Breakfast at Tiffany’s de Henry Mancini. Y también esa otra en la que se sienta en el alféizar de una ventana, tal cual la inmortal Holly Golightly de Blake Edwards y Truman Capote.

Con Qualley, a la que descubrió urbi et orbi Quentin Tarantino al darle el rol de la chica Manson que se quedaba con la parte del león en Érase una vez... en Hollywood. Como se dice ahora en el lenguaje centennial, ustedes lo permitirán: Margaret, tú antes sí molabas. Aquel papel, apenas unos minutos en el rancho Spahn o en el asfalto ardiente del Sunset Boulevard setentero, descubiró el diamante en bruto. Y sobre él se ha lanzado la industria a hacerlo pedazos tratando de endiosarlo.

En unos meses la hemos visto como Juana de Arco que estás en los cielos en el martirologio con estilo de los días finales de Jean Seberg, belleza maldita por el FBI. Y ahora, en Mi año con Salinger, dirigida por el realizador quebequés Philippe Falardeau, le ponen las alas de la Hepburn incrustada en los ambientes con olor a tinta del New Yorker y la literatura antes del efecto invernadero de Internet.

Y Qualley se entrega, hace lo que puede, baila sin ton ni son como una princesa monegasca, cuando todos la añoramos como diva de aquella otra tribu de locos que en vez de rendir amor sectario a J. D. Salinger idolatraba al psicópata enano Manson. No es que Mi año con Salinger sea formalmente detestable. Pero está al servicio de Qualley o nada. Carece de rumbo, de sustancia. Y -como película inaugural- podría pertenecer perfectamente a la época triste del anterior director de la Berlinale, Dieter Kosslick, cuya sombra -más que la de Salinger- se paseó por las butacas en esta apertura.

Jia Zhangke

Jia Zhangke es nombre totémico cuyas obras más recientes fustigaban con violencia insólita la crueldad del régimen que gobierna la China de Xi Jinping. Por eso descoloca el documental que presentó aquí, Swimming Out Till The Sea Turns Blue, que a partir de testimonios de bustos parlantes nos cuenta la evolución del país, desde la invasión japonesa a la revolución cultural y la actual quiebra de una sociedad de una desigualdad sangrante. Pero todo suena a introducción de Jia Zhangke para principiantes. Y sorprende que este apóstol de la desnudez se apoye aquí en música de Brahms o en óperas de Verdi. No sé si me paso al decir aquello de Jia, tú antes sí molabas.