Cioran, aquel lúcido agorero de tan negro sentido del humor

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Emil Cioran (Rasinari, 1911-París, 1995), retratado por Irmeli Jung
Emil Cioran (Rasinari, 1911-París, 1995), retratado por Irmeli Jung tusquets

Tusquets publica en castellano los diarios completos del pensador rumano

02 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«Estamos presenciando la demolición de la idea de progreso. [...] Antaño se vivía con la certidumbre de un futuro para la humanidad. Ahora ya no es así. Al hablar de futuro, se añade con frecuencia: «Si es que quedan hombres entonces». Antaño el fin de la humanidad cobraba un sentido escatológico, iba unido a una idea de salvación; hoy se lo considera un hecho, sin connotación religiosa, ha entrado dentro de las previsiones. Sabemos que esto puede acabarse y desde entonces hay algo corrupto en la idea de progreso [...] El hombre ensucia y degrada todo lo que lo rodea y en los próximos cincuenta años se verá afectado él mismo muy duramente».

Con esta trágica lucidez hablaba Emil Cioran -hace ahora precisamente 50 años- en una entrevista con el periodista François Bondy que este recogió en un libro de conversaciones con doce relevantes intelectuales y que editó en forma de libro en 1970. Al pensador rumano se le ha tenido mucho tiempo por un pesimista agorero, en un juicio peyorativo que obviaba su inteligencia y su sentido del humor. Hoy cualquiera suscribiría las mencionadas palabras; es más, alguno diría incluso que peca de cierta ingenuidad.

A su discreta manera, Emil Cioran (Rasinari, 1911-París, 1995) se ha convertido en un clásico de culto cuyo gusto por el aforismo y lo fragmentario -que muchas veces le ha granjeado fama de inconsistente, de falto de un sistema de pensamiento sólido- son seña de modernidad. En castellano, el albacea -más allá de títulos aparecidos en Taurus, Montesinos o Hermida- del autor de Breviario de podredumbre es el sello Tusquets. Ahora, en un intento de relanzar su figura, ha creado la Biblioteca Cioran, donde reordena su producción y que inaugura con la publicación íntegra de sus Cuadernos. 1957-1972, de los que hasta el momento solo existía traducción de la selección realizada para la edición germana por Verena von der Heyden-Rynsch, que llevó al alemán la obra de Cioran.

Aunque no son unos diarios al uso, el lector hallará en sus breves entradas (raramente datadas) al Cioran más íntimo, franco, confesional y desinhibido, tan escéptico, provocador y de negro humor como en sus escritos realizados para publicar. «No creo en nada, salvo en la libertad -concede-. Reconozco esa gran debilidad. Para todo lo demás, carezco de convicciones; solo tengo opiniones». Pocos como Cioran son capaces de alentar la reflexión y la duda, algo necesario en esta época de ruido y derivas intrascendentes.

Los Cuadernos ofrecen además muestras de otros géneros como la anécdota o el fugaz retrato -que surgen de sus encuentros con autores como Beckett, Eliade o Ionesco-, en cuya elaboración en ocasiones no escatima el sarcasmo ni su faz más despiadada. Especialmente implacable -hasta aparca la angustia vital- resulta con la estupidez humana, y clama: «La literatura contemporánea en Francia se reduce a las relaciones del lenguaje consigo mismo» o «No conozco nada más penoso que una vida exitosa, satisfecha, aunque superficialmente sea agradable ver un rostro radiante que emana del contento».