«¡Escríbelo, Kisch!», el diario en la Gran Guerra del gran periodista praguense Egon Erwin Kisch

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Egon Erwin Kisch (Praga, 1885-1948)
Egon Erwin Kisch (Praga, 1885-1948)

El escritor fue cabo y cronista del ejército austrohúngaro entre julio de 1914 y marzo del 2015, en los frentes serbio y ruso, hasta que fue gravemente herido

12 ene 2020 . Actualizado a las 10:03 h.

Nada mejor que el testimonio directo para palpar la verdad de un acontecimiento tan terrible como la Gran Guerra. Eso debió pensar Sam Mendes cuando escuchaba las historias de su abuelo, que le inspiraron su filme 1917. Y eso piensa uno cuando lee un libro como ¡Escríbelo, Kisch! (editado por el sello zaragozano Xordica), diario de guerra de Egon Erwin Kisch (Praga, 1885-1948), periodista pionero -como otro grande de la época, Joseph Roth- que dio cuenta no solo de la Primera Guerra Mundial sino de la caída del Imperio habsbúrgico, la Revolución bolchevique, la República de Weimar, el ascenso del nazismo, la Segunda Guerra Mundial... Cabo y cronista del ejército austrohúngaro entre julio de 1914 y marzo del 2015 -en los frentes serbio y ruso- hasta que fue gravemente herido, él mismo explica el aliento de su diario: «Cuando al cavar una defensa uno se encontraba con un topo alelado, decía riendo: “¡Escríbelo, Kisch!”. Dos discutían entre bromas y veras: “¡Como vuelvas a usar mi toalla, te voy a sacudir tal bofetada que te quitarán en el acto la cápsula de identificación!”. Y para que esa advertencia quedara también registrada como es debido, al menos uno de los contendientes me decía: “¡Napis to, Kischi!”. Cuando había caído un camarada al que todos elogiaban, me decían: “Era un buen tipo. ¡Escríbelo, Kisch!”. Si habían trasegado ron y uno iba a la letrina: “¡Napis to, Kischi!”. [...] Y al final “¡Escríbelo, Kisch!” se convirtió en una muletilla que se utilizaba incluso cuando yo no estaba cerca». Con humor, rigor, respeto y genio, Kisch ofrece un retrato de la vida en el frente como pocos se puedan hallar. Hasta el absurdo. Es más, el reportero confiesa a veces su incapacidad para reflejar la realidad. El 25 de septiembre de 1914, por ejemplo, constata con evidente tristeza: «Me falta talento para relatar lo que nos ha deparado la presente jornada», y pasa a narrar un lastimoso ataque contra las trincheras serbias, ordenado por teléfono por unos superiores que habían debatido sobre ello varios días, aunque todos los soldados sabían con certeza que era una decisión suicida. En fin, un libro necesario.