«Damas asesinas», la igualdad fraguó en el mundo del crimen

HÉCTOR J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

«Retrato de una dama» (1580) que pasa por ser Erzsébet Báthory, en un óleo del pintor flamenco Anthonie van Montfoort. La condesa tenía entre sus antepasados más ilustres a Vlad Tepes «el Empalador», más conocido como Drácula
«Retrato de una dama» (1580) que pasa por ser Erzsébet Báthory, en un óleo del pintor flamenco Anthonie van Montfoort. La condesa tenía entre sus antepasados más ilustres a Vlad Tepes «el Empalador», más conocido como Drácula

Aprovechando el tirón del «true crime», la escritora Tori Telfer rescata del olvido la historia de catorce asesinas olvidadas, entre ellas Erzsébet Báthory, la condesa sangrienta

23 nov 2019 . Actualizado a las 20:48 h.

La periodista y escritora treintañera Tori Telfer se propuso desmentir que las mujeres no puedan convertirse en sangrientas y frías asesinas, más allá de esa imagen de la tan manida femme fatale (o incluso de la bruja). Y es que hasta 1998 una organización tan seria como el FBI sostenía que las serial killers no existían. Pero, aunque discretamente, en el mundo del crimen la igualdad ya había fraguado hace mucho tiempo, y eso es lo que defiende la autora afincada en Nueva York en su ameno ensayo Damas asesinas, que rescata la historia de catorce maestras de tan letal arte y que el sello Impedimenta lleva hoy a las librerías en su versión castellana.

Aprovechando el tirón del true crime [reconstrucción de crímenes reales sin desdeñar las armas de la ficción] en la literatura, el cine y la televisión, Telfer investiga a fondo sus casos y confiesa haber sentido verdadera empatía hacia sus protagonistas, e incluso, dice, se ha emocionado con la mayoría de estas féminas. Aunque eso no justifica sus feas y perversas acciones, prosigue, «buena parte de ellas estaban verdaderamente desvalidas y lo tuvieron muy muy difícil», lo que, admite, «añade cierto pathos» a sus respectivos relatos.

Telfer recuerda que nació y creció predestinada a centrar su interés en este universo. «Como a Borges y a Poe, me aterra ver mi cara reflejada en un espejo oscuro», anota para confirmar que le encanta aterrar y que la aterren. En el instituto, por ejemplo, gozaba amedrentando a sus compañeros con truculentas anécdotas sobre el malvado emperador Nerón, que a ella, además, la divertían. Con aquellas terribles redacciones, ya se sentía entonces «una especie de psicópata adolescente».

En esa disociación, entre lo melodramático y lo hilarante, podría encontrarse la raíz del humor negro que empapa todo el libro. La autora atribuye buena parte de este calado a sus personajes: «Son salvajes, impredecibles, grandiosos, en absoluto conscientes de sí mismos, y, como tales, se prestan a algún que otro toque de humor o sarcasmo». Ella misma -aclara- es partidaria de restar solemnidad a su escritura, por el bien añadido de mejorar la comprensión del texto. «Resulta más sencillo meterse en la mente de estas mujeres si dejamos de tirarnos del collar de perlas hasta casi estrangularnos», ironiza.

Es fácil, dice, que las asesinas en serie pasen desapercibidas, son fenomenales farsantes: «Se mueven entre nosotros con la misma apariencia que nuestras esposas, nuestras madres y nuestras abuelas», anota para agregar que incluso después de ser apresadas la mayoría acaba desdibujándose en la bruma de la historia, lo que rara vez sucede cuando se trata de un hombre. «Los historiadores aún siguen preguntándose quién era Jack el Destripador, pero casi nunca se interesan -reprueba- por su repulsiva compatriota Mary Ann Cotton», que se cobró el triple de víctimas que él, la mayoría niños.

Queda nítidamente expuesta la pertinencia de este libro, que aborda la figura de letales damas como Erzsébet Báthory, Nannie Doss, Mary Ann Cotton, Darya Nikolayevna Saltykova, Alice Kyteler, Oum-El-Hassem, Kate Bender y Anna Marie Hahn, todas con sus primorosos apodos.