Existe, en casos así, una especie de reserva. Una voz interior que avisa de que es mejor no mostrar mucho entusiasmo. Que el camino del pop se encuentra lleno de globos inflados y pinchados. Pero justo cuando ese pensamiento sobrevuela, Quiero que vengas se multiplica en directo. Se evaporan todas las reticencias. Al sonar, espléndida y grandiosa, El Relámpago se escucha el trueno de la fascinación en una pieza colosal, en la que la artista se desdobla. Ahí, justo ahí, y en un arrebato de emoción, se puede ver su futuro: interpretándola como un clásico muchos años después, ante un público que retrocederá a sus años mozos escuchándola.
Porque en esa voz, en su manera de interpretar y, por qué no decirlo, en el aura de chica-normal-pero-totalmente-especial hay algo único que invita a pensar en ello. Y embarcarse, encendido, en ese mañana de pop sentimental y maravilloso, que no tiene miedo ni las metáforas claras ni al trazo melódico limpio. Al término del concierto, Amaia salió de su jardín escénico y dio un paso adelante con sus músicos. Tocaron Nuevo verano. Al cantar esos versos de «La luna se refleja en mis uñas mordidas / todas las estrellas están juntas en mi bebida» (los que generan críticas, pero a los que sus fans se abrazan como a su osito de peluche favorito) se percibe que algo está pasado. Que puede ser aún más. Que puede que simplemente se prolongue. O que, quizá, sea incluso un poco menos. Pero que, ocurra lo que ocurra, va a ser interesante estar ahí. Viéndolo, escuchándolo, sintiéndolo y yéndose a casa con una sonrisa en los labios como la que ayer se llevó su público de A Coruña.