Unamuno, entre «águila y profeta»

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Unamuno, retratado por José Suárez en el paraje de la Flecha, en Salamanca, en 1934
Unamuno, retratado por José Suárez en el paraje de la Flecha, en Salamanca, en 1934 José Suárez

El escritor, protagonista del nuevo filme de Amenábar, mantuvo una amplia relación epistolar con numerosos autores gallegos y cultivó la amistad del fotógrafo José Suárez

27 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras dure la guerra, el nuevo filme de Alejandro Amenábar que llega este viernes a los cines, sitúa a Miguel de Unamuno en un triángulo dramático cuyos otros dos vértices los ocupan dos gallegos: José Millán-Astray y Francisco Franco. La película recrea el enfrentamiento verbal del escritor con el fundador de la Legión en la Universidad de Salamanca -«Venceréis, pero no convenceréis»- y su visita al dictador para pedirle -inútilmente- clemencia por sus amigos encarcelados.

No todas las relaciones de Unamuno con destacados gallegos fueron igual de negativas. Todo lo contrario, como demuestra su epistolario, donde, según Emilia Pardo Bazán, se concentraba lo mejor del pensamiento del escritor. La condesa fue una de las 262 personalidades que desde Galicia se comunicaron con Unamuno y cuyas cartas estudió Alexandre Rodríguez Guerra. De Pondal a Blanco Torres, de Otero Pedrayo a García-Sabell, muchos de ellos mantuvieron correspondencia para debatir ideas, requerir su presencia o felicitarlo por su magisterio. Respetable maestro, ilustre señor o querido amigo son tres vocativos que aparecen en las misivas, aunque pocos llegan al nivel de confianza que le inspira a Celestino Fernández de la Vega. Con veinte años, en 1935, le escribe a Unamuno «en busca de consejo» de un «pensador profundo y a quien, sin duda, se le habrá presentado la angustia de la muerte». «¿Y si fuese a ahogarme en el Miño?», le plantea el futuro autor de O segredo do humor. En 1986, su cuerpo fue hallado en esas mismas aguas.

La carta testimonia no solo las aflicciones con las que convivió Fernández de la Vega durante cincuenta años, sino el referente en el que se había convertido Unamuno. Lo corrobora Lois Tobío, quien define como «breviarios» la lectura que él y contemporáneos hacían de las obras del autor de El sentimiento trágico de la vida. Una ascendencia intelectual que se agigantaba con el trato personal. El fotógrafo José Suárez lo conoció en Salamanca y así lo recordaba medio siglo después: «La mejor enseñanza que obtuve de él fue su forma de vida y su ideal ético... Practicaba la Moral y era de una moralidad intachable».

En 1932 Suárez publica el libro 50 fotos de Salamanca, con prólogo de Unamuno, protagonista indirecto de las dos imágenes finales, que documentan su afición por la papiroflexia -«cocotología», la llamaba el autor-, de pajaritas hechas por el escritor y regalo al fotógrafo. A la muerte del autor, su hija le entregaría a Suárez un alfiler de corbata y unas gafas de su padre.

Dos años después Suárez elevaría a su amigo a protagonista de una serie de retratos, de los que el tomado en el paraje de la Flecha, se convertiría en icónico y harto reproducido -muchas veces sin cita de autoría- hasta hoy. La figura del escritor, el día antes de cumplir los 70, comanda una vista aparentemente infinita del campo castellano y un apacible Tormes, de una sobriedad que le confiere a la imagen su calidad de retrato psicológico. Como escribiría Blanco Amor -corresponsal también del literato-, Unamuno aparece «entre águila y profeta».