«La hija de un ladrón» desnuda con su veracidad la impostura del cine español aparatoso

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / LA VOZ

CULTURA

Los actores Eduard Fernández y Greta Fernández -padre e hija, en la vida real y en el filme «La hija de un ladrón»-, posan en San Sebastián, donde presentan la película que compite en la sección oficial del certamen
Los actores Eduard Fernández y Greta Fernández -padre e hija, en la vida real y en el filme «La hija de un ladrón»-, posan en San Sebastián, donde presentan la película que compite en la sección oficial del certamen Javier Etxezarreta | Efe

La ópera prima de Belén Funes estalla en el dolor de la relación paterno-filial de Greta y Eduard Fernández y apunta al premio grande de este festival de San Sebastián

25 sep 2019 . Actualizado a las 23:34 h.

Como plataforma de lanzamiento del más opulento cine español, el festival de San Sebastián suele resolver la papeleta con justicia poética. Porque es aquí muy frecuente que las producciones más aparatosas e infladas en su boato terminen preteridas en los premios por la fuerza de esa otra vertiente de nuestro cine que cuenta historias íntimas y que moviliza la emoción a través de lazos de limpieza de intenciones. Se me ocurren en los últimos años los casos de vibrantes Conchas de Oro para Carlos Vermut por Magical Girl o para Isaki Lacuesta en dos ocasiones, con Los pasos dobles y Entre dos aguas.

Irrumpió este miércoles en el Kursaal La hija de un ladrón, representativa obra de ese cine más sensible e industrialmente frágil. Pero cuya rotundidad para transmitir verdades y heridas muy íntimas se erige en fortaleza que debería desbancar a los topos que pasan del zulo al Cuéntame en la irregular La trinchera infinita. Y -sobre todo- a la abominable equidistancia amoral de Amenábar en la abiertamente detestable Mientras dure la guerra.

La hija de un ladrón es la ópera prima de Belén Funes. Eso incrementa el valor del pulso nunca dubitativo con el que nos introduce en el mar de inseguridades de su protagonista, una veinteañera que sufre las embestidas del precariado, bamboleada por los rejoneos de los minijobs, acuciada por las necesidades de su bebé. Belén Funes sigue ese anuncio de naufragio cámara en mano, filmando casi siempre desde atrás ese equilibrio inestable ante las carencias afectivas de una relación de pareja desfalleciente.

Y, sobre todo, el maremoto que se avecina con el retorno a su vida del gran estigma: el padre que sale de la cárcel y que ha marcado a fuego los traumas de esta mujer. La manera en la que Greta Fernández pone mirada, latido y dolor a ese personaje es absoluto prodigio de metabolismo de actriz grandiosa. Y se eleva a reto mayúsculo en el tour de force, esos movimientos tectónicos que resuenan desde el fondo de la pantalla y emergen para conmocionarnos cada vez que se produce el duelo con el padre -que lo es también en la vida real-, un Eduard Fernández contenido, sabedor de que en esta navegación debe ser el contrapunto medido, el eco de los destrozos que ha ocasionado en su hija.

Los actores Eduard Fernández y Greta Fernández, padre e hija en la realidad y en la película «La hija de un ladrón», en un fotograma del filme
Los actores Eduard Fernández y Greta Fernández, padre e hija en la realidad y en la película «La hija de un ladrón», en un fotograma del filme

Ella cae y se levanta en su rol de Sísifo confuso. Y asistimos a cómo durante cien minutos lucha por un logro innegociable: ser capaz de alcanzar la estabilidad en la balsa que es su existencia, poder ofrecer algo a los suyos. Por eso el plano final de La hija de un ladrón, que parece la eclosión de un fracaso, germina en la manera en que Greta Fernández es capaz de sostener su mirada al borde de la quiebra. De prolongar en unos segundos trémulos de cine doloroso esa infinita tristeza. Y el silencio antes de la caída. Sería delictivo que la actriz y la película no saliesen el sábado coronadas en el palmarés de esta competición a la que ha venido a resucitar.

«Patrick», la pedofilia como mala educación

La otra película de la sección oficial, el filme portugués Patrick, perfila la figura de una víctima de la pederastia. Y de las consecuencias que llevan a ese adolescente, secuestrado en Portugal cuando tenía diez años por un hombre mayor, a reproducir algunas de las hormas de dominación que lo han traumatizado. Dirigida por el dramaturgo y actor Gonçalo Waddington, Patrick es cine propositivo, que apunta ideas perturbadoras.

 

Los actores Carla Maciel, Teresa Sobral, Alba Baptista, Adriano Carvalho y Raphael Tschudi posan en San Sebastián antes de presentar su película «Patrick»
Los actores Carla Maciel, Teresa Sobral, Alba Baptista, Adriano Carvalho y Raphael Tschudi posan en San Sebastián antes de presentar su película «Patrick» Juan Herrero | Efe

Pero los orígenes teatrales de Waddington le llevan, en su primer largo, a no dominar en absoluto el tempo cinematográfico y a estirar los planos, las secuencias, las soluciones narrativas hasta llevarte a la extenuación. Añoras la crónica de una mala educación almodovariana pero esto es como un drama kosher, desangrado, sin pulso. Y tu interés por cómo su personaje vivió desde crío en la sumisión, y que ahora se traduce en vida con tintes autodestructivos, termina por importarte tan poco que celebras el término de la latosa y pedante función.

La anemia del nivel en la competición lleva este año, más que en ninguna otra edición de este festival que recuerde, a buscar respiraderos en secciones alternativas. La retrospectiva -que es la joya de la corona de san Sebastián- permite en esta ocasión recuperar la alta estirpe de un género tan popular como el melodrama mexicano, a través de la obra del cineasta clásico Roberto Gavaldón (Jiménez, 1909-Ciudad de México, 1986). Disfruto lo indecible viendo a María Félix como diosa arrodillada, con temas de uno de sus amores, Agustín Lara.

Y es impagable descubrir La otra, versión original de un thriller de gemelas con tintes de cine de terror, aquí encarnadas por Dolores del Río y que años más tarde Hollywood iba a rehacer con Bette Davis en este papel desdoblado en un filme que en España conocimos como Su propia víctima. En noviembre, el CGAI ofrecerá en A Coruña buena parte de esta retrospectiva imprescindible del mexicano Gavaldón.