«La trinchera infinita»: el zulo, el topo y unas gotas de «Cuéntame»

j. l. losa S. SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Javier Etxezarreta / EFE

La película, protagonizada por Antonio de la Torre apenas salva los muebles con su narración sobre los topos, los resistentes antifranquistas

23 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Este primer fin de semana del Festival de San Sebastián concentraba la suerte de las dos grandes producciones españolas del otoño. Y ambas con la mirada puesta en las heridas asestadas a la libertad por nuestra Guerra Civil o por las secuelas de ensañamiento de los vencedores. Y si el viernes, Amenábar no venció ni convenció, saliendo del embate bastante dañada, este domingo La trinchera infinita, con dirección a seis manos de los vascos Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, salva apenas los muebles con sus dos horas y media de narración de una de esas noches que nunca acaba: la de los llamados topos, los resistentes antifranquistas que se ocultaron en los claustrofóbicos confines de un sótano o de una falsa pared. Recuerdo y recomiendo el libro de Jesús Torbado y Manu Leguineche reeditado recientemente. Y la película muy estimable de Fernando Fernán Gómez, Mambrú se fue a la guerra, con guion del gran Perico Beltrán.

En La trinchera infinita, Antonio de la Torre no llega a combatir. Es un campesino andaluz que apenas tiene tiempo de salvarse milagrosamente. Y lo que sobreviene es su aislamiento en las tripas de su propia casa. Como el punto de vista predominante es el suyo, La trinchera infinita tiene mucho de ejercicio de voyeurismo masoquista. Frente a la mirada del placer, lo que toca aquí es la de la angustia, la visión emboscada. Y Arregui, Garaño y Goenaga, autores de dos filmes que no me interesan en absoluto (Loreak y Handia) plantean alimentar dramáticamente esa crónica en un metraje excesivo. Eso les lleva a la necesidad de buscar un contrapunto a De la Torre. Sobre el pulso de complicidades del actor malagueño con Belén Cuesta (que encarna a su mujer) se sostiene con dificultad la desmesura de tan largo tormento. Y esa misma alquimia de la supervivencia no oculta algunas prótesis truculentas de guion: el chantaje a un cartero homosexual o el asesinato aparatoso de un guardia civil violador son tretas que dañan la verosimilitud del film, de su primera parte más austera y defendible. Y su aparatosidad es un tiro en el pie de una película que precisa sobriedad oscura.

Ese excesivo alargamiento de la película lleva también a que la segmentación temporal de esos 33 años de celda tenga un desarrollo algo mecánico. Un trasvase por las etapas del franquismo puenteada sobre temas musicales o fotográficos, todo muy pop, en clave Cuéntame. Es cierto que parte de la construcción dramática de La trinchera infinita está cimentada en materiales sólidos. Y la salida a la luz del topo cegado por el sol se nos sirve en una secuencia de pegada dramática. Un momento que expande su poderoso mensaje sobre la tenebrosa arbitrariedad que abre y cierra los periodos históricos de la represión liberticida, que un buen día se extingue como un caprichoso fenómeno meteorológico. Y que dejan a sus reos a semiperpetuidad como zombis varados en una tregua (mucho más a Antonio de la Torre, que no tuvo apenas tiempo de salir del zulo uruguayo de La noche de doce años, en la que encarnaba a Pepe Mujica antes de entrar en esta Andalucía soterrada). El topo como víctima ucrónica de los temporales que asolan esta trinchera infinita fue recibida en todo caso con estruendo hype, como el pasado año la nefanda El reino. Y tiene toda la pinta de llevarse premios, en este festival y en los Goya, donde veremos derby actoral malagueño, Banderas-De la Torre con permiso del quejumbroso Unamuno de Karra Elejalde, que perderá por pelma. En tres semanas tendrán ya en salas comerciales al topo De la Torre, llamando a las puertas del cielo.

La alemana The Audition, de la directora Ina Weisse habla de música clásica y de fijaciones obsesivas. Hay en ella algo ?muy a la baja y en tono light- de lla enfermiza atmósfera de La pianista de Jellinek / Haneke. Y posee ?como aquella una actriz brillante y contrastada, Nina Hoss, que trata de dar vuelo a este film pequeño con su profesora carcomida por los trantornos obsesivo compulsivos que parecen apuntar gen hereditario. Porque todos los personajes de The Audition rasgan la cuerda de la neurosis, la ausencia de empatía, el toquecito autodestructivo. Pero siempre en clave menor, en tragedia ma non troppo. Porque pasan cosas terribles. Pero Inna Weisse camina piano, piano y su película termina por llegar no muy lejos, pese al adagio lontano.