La película «Blackbird» perpetra en San Sebastián una eutanasia sobre cine ya fosilizado

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Fotograma del filme de Roger Mitchell «Blackbird», que protagoniza la actriz estadounidense Susan Sarandon
Fotograma del filme de Roger Mitchell «Blackbird», que protagoniza la actriz estadounidense Susan Sarandon

El filme mexicano «Mano de obra» eleva la competición del festival donostiarra con su notable rebelión de los parias, una diminuta «Viridiana» sin santa ni fetichismos

21 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay pocas cosas más imperdonables en el cine -y en la vida- que traficar con el engaño emocional. En una sala Kursaal de matiné, repleta de público, había algo más interesante que atender que la rebatiña de paz y amor de una familia reunida ante la enfermedad terminal de Susan Sarandon en eso llamado Blackbird. El espectáculo estaba en el patio de butacas, en el aluvión de las lágrimas democráticas del pueblo ante unos resortes sentimentales de peores mañas que los de aquellas tv-movies de las sobremesas de Antena 3.

Supongo que debo ser un déspota. Porque en esa comunión de la película de apertura, del comité de programación del festival y del público que ellos han moldeado, yo encuentro una tarea de embrutecimiento del cine como arte de la verdad.

No hay ni rastro de honestidades en este remake de un filme danés de Bille August, Silent Heart, que concursó en este mismo certamen en el 2014 y se llevó una Concha de Plata para su actriz. A lo mejor este año premian a Susan Sarandon por su rol de madre-abuela que ha preparado su eutanasia en complot de buenrrollismo con el resto del clan familiar.

Lo que ocurre es que perpetrar una eutanasia a Blackbird es un feo pleonasmo porque la película es desde sus créditos celuloide muerto, aun fosilizado. Quiere ir de avanzada e irreverente porque Sarandon es una moribunda que convida a fumar porros, regala consoladores rosa a su hija -Kate Winslet- y transmite a los demás un supuesto espíritu Woodstock que en realidad remite a la monja que guitarreaba Dominique-nique-nique.

Incluso diría que es un filme con tics muy reaccionarios (por ejemplo, en la forma en que trata la relación lésbica de Mia Wasikowska y Bex Taylor Klaus). En cualquier caso, lloraba el Kursaal mientras afuera lucía un sol peronista. Y en la inconsistencia de ese contraste se atentó contra lo que debe ser una pantalla que plantea apuestas propositivas, que desafía tu emocionalidad sin indicarte con violines de tres peniques cuando debes conmoverte.

El actor Sam Neill y el director de cine Roger Mitchel, durante la presentación de su película «Blackbird», que el viernes inauguró el 67.º Festival de San Sebastián
El actor Sam Neill y el director de cine Roger Mitchel, durante la presentación de su película «Blackbird», que el viernes inauguró el 67.º Festival de San Sebastián Juan Herrero | Efe

El director de Blackbird, Roger Mitchell, no es ninguna lumbrera. Pero en su carrera hay que apuntar el olfato para la comedia de su tan exitosa Notting Hill y hasta una interesante adaptación de Ian McEwan en Enduring Love. Aquí le endosaron la fórmula de un melodrama nórdico. Y el intento de remezclar un humor de muy mal gusto con una catarsis familiar de grandes actrices. Y se quedó con el molde.

Si se tratase de una película de apertura fuera de concurso como terapia lacrimógena colectiva y buena excusa para inaugurar con Sarandon, Winslet y Wasikowska en la alfombra roja sería hasta un truco o trato negociable. Pero es que Blackbird compite por la Concha de Oro. Y del equipo solo dio la cara el actor irlandés Sam Neill. Muy mala idea. Pésimo negocio.

La actriz estadounidense Kristen Stewart se hace un selfi con los fans en la alfombra roja del Festival Internacional de Cine de San Sebastián
La actriz estadounidense Kristen Stewart se hace un selfi con los fans en la alfombra roja del Festival Internacional de Cine de San Sebastián Juan Herrero | Efe

El foco del famoseo en la inauguración tuvo que venir a ponerlo Kristen Stewart, que encarna a Jean Seberg en una obra mucho más interesante de lo que se ha valorado, sobre todo como contracara y mártir de la cáscara amarga en el año de la santificación de la Sharon Tate de Tarantino, con la que Seberg establece jugosos links coetáneos. El problema es que acaba de verse en Venecia. Y aquí llega ya -como toda esa sección llamada Perlas- recalentada en el microondas.

«Mano de obra», convincente ópera prima

Por suerte, la segunda película en concurso desdice los malos efluvios de BlackBird. La mexicana Mano de obra es la ópera prima de David Zonana. Pero su director viene de factoría de cuates ya bien asentados como Michel Franco, aquí productor, y Gabriel Ripstein. Y Mano de obra levanta acta de la depauperización de la clase operaria, un grupo de trabajadores de la construcción, en un muy medido ejercicio -este sí- de noble cine de la veracidad. Arranca con una negrura que hace temer un infierno Ken Loach. Pero luego sabe reinventarse y regalarnos una rebelión de los parias, una diminuta Viridiana sin santa ni fetichismos pero con una estrategia de caracol okupa que se respira liberada de populismos. Esto de Mano de obra sí es el cine que se espera de un festival.

James Franco, excluido en la lucha por la Concha de Oro

No es que James Franco sea -como director- una firma mayúscula. Pero su Zeroville encarnaba una significación relevante para esta edición del festival porque aquí ganó Franco hace dos años la Concha de Oro con la estimulante The Disaster Artist. Ya no podrá repetir triunfo. El festival anunció ayer la exclusión de Zeroville de la competición oficial por haberse estrenado comercialmente en salas de Rusia la pasada semana, contraviniendo el reglamento del certamen. Por si Cannes, Venecia, Toronto, Telluride o Berlín no fuesen ya suficientes gigantes con los que combatir desde Donostia, ahora hemos añadido al carro a Vladimir Putin.