«The King»: El fallido «Juego de tronos» de Netflix

josé luis losa VENECIA / AGENCIA

CULTURA

Timothée Chalamet
Timothée Chalamet PIROSCHKA VAN DE WOUW | Reuters

«Martin Eden», de Pietro Marcello, es una viscontiana adaptación de Jack London presentada en el Festival de Venecia

03 sep 2019 . Actualizado a las 08:58 h.

Desde el pasado año se sabe que la Mostra se entregó con armas y bagajes a Netflix. Entonces la operación le salió redonda con la epifanía de la Roma de Cuarón. Esta edición estamos viendo cómo vender el alma a una plataforma tan omnívora puede deparar a medio plazo dificultosas contraindicaciones. Pasó el domingo con la fallida The Laundromat de Soderbergh.

Y, de nuevo el lunes, de forma más clara, con el vasallaje que supone dar toda la visibilidad a una producción como The King, algo así como reutilizar los materiales shakespearianos de Enrique V y de Falstaff para infantilizarlos. Al frente, Timothée Chalamet, que ofende la memoria de Laurence Olivier -también la de Kenneth Branagh- cuando quiere tomar cuerpo como Enrique de Lancaster y no da más que para un adolescente de pelo paje y esparcimiento onanista.

Chalamet -saltó a la fama con Call Me By Your Name- es el traidorzuelo que lanzó la primera piedra para lapidar a Woody Allen, cuando en vez de agradecimiento mostró oportunismo precoz al declarar que se arrepentía de haber trabajado con el neoyorquino en la película que Amazon metió en el congelador. Este Chalamet es el mascarón de proa de cómo Netflix -que ha visto bajar su cuota de mercado- trata de buscarse remedos del Juego de tronos de HBO. Y para ello se pone a Shakespeare por montera, le quita 50 kilos y todo el carisma a Falstaff y arma este bodrio en el cual Robert Pattinson se monta show esperpéntico como un Delfín de Francia que parece José Mota.

De California a Nápoles

Pietro Marcello adapta a Jack London en Martin Eden y lo transfiere de California a Nápoles. Es la historia de un parvenu, un marinero semianalfabeto que se introduce en un entorno burgués. Y busca de manera febril convertirse en alguien culto y enamorar a una de las mujeres de la familia. Marcello alcanza una estilización notable en su tratamiento de este ascenso social truncado -hay mucho de El inocente de Visconti- pero el personaje de Eden -en sus perfiles de reaccionario nietzscheano o a lo D’Annunzio, en su individualismo de élite, de odio a la conciencia de su clase- se le va de rosca, hasta desnaturalizar el original de Jack London. El actor Luca Marinelli sirve bien a esa causa y está siempre en la estridencia. El filme cumple todos los perfiles para llevarse un premio grande. Y juega en casa. A mí me produce hastío y me genera problemas la más que conflictiva empatía aparente de Pietro Marcello y del tono de su obra con un discurso ideológico negligente.

El segundo filme italiano del día, Il Sindaco del Rione Sanitá, de Mario Martone, es adaptación de una pieza teatral de Eduardo de Filippo que en su primera parte propone algo así como una versión extendida de aquellos encuentros sociales de Vito Corleone el día de la boda de su hija con todos aquellos que llegan a rendirle pleitesía o a pedirle vendetta. Aquí el padrone es el jefe de la Camorra, un tipo joven al que el excelente actor Francesco Di Leva dota de una inquietante mirada jupiterina. Di Leva confiere a su personaje un aura de fisicidad casi animal. 

Este primer acto de Il Sindaco del Rione Sanitá es de una atmósfera de amenaza implícita irrespirable, con diálogos que estiran tensiones con un nervio que firmaría el más proteico killer de Tarantino. El segundo acto, cuando el padrino desciende del Vesubio, es inferior porque se circunscribe a un fatalismo trágico que no está a la altura de la furia anterior. Y por ahí se desangra un poco el filme que, pese a todo, es interesantísimo en su traslación febril de la escena teatral a un ejercicio de cine de ferocidad y violencia psicológica percutantes.