Koreeda empapa en almíbar a Deneuve y Binoche en su película «La vérité»

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

Ludivine Sagnier, Juliette Binoche, Hirokazu Koreeda, Catherine Deneuve, Clementine Grenier y Manon Clave, en la presentación del filme «La vérité» en el 76.º Festival de Venecia
Ludivine Sagnier, Juliette Binoche, Hirokazu Koreeda, Catherine Deneuve, Clementine Grenier y Manon Clave, en la presentación del filme «La vérité» en el 76.º Festival de Venecia CLAUDIO ONORATI | Efe

Crece en Venecia la polémica por el filme de Polanski al advertir Lucrecia Martel, presidenta del jurado, que no acudirá al pase de gala de la cinta del realizador polaco-francés

29 ago 2019 . Actualizado a las 09:11 h.

Siempre he percibido en la mayor parte de quienes acuden a juzgar festivales de cine una mirada en exceso condescendiente con las maneras de entender las emociones en la obra del realizador japonés Hirozaku Koreeda. Lo que para otros es ternura sublime a mí me suele revolver en la butaca porque, además, el epicentro de sus historias suelen ser críos. Y ya decía Alfred Hitchcock que en el cine hay que tener mucho cuidado con los niños, con los perros y con Charles Laughton. De Koreeda solo me gustan la ya lejanísimas Nobody Knows y Still Walking. Y también Shoplifters, aunque su Palma de Oro del pasado año fuese un premio desmesurado. La 76.ª Mostra veneciana ofrecía para inaugurar un salto de trapecio a priori sugestivo. El del cineasta japonés en un looping de profundo afrancesamiento, dándose el bote a París para pasar de sus oliver twist orientales a las dioríssimas Catherine Deneuve y Juliette Binoche.

En La vérité hay un drama a varias bandas: el reencuentro de ambas, madre e hija con muy insana relación -o ausencia de ella- debida al divismo de una Deneuve a lo Joan Crawford en Mommie Dearest, porque el filme se asienta en lo metacinematográfico y transcurre en medio de un rodaje con crepúsculo de la diosa. Luego está lo que es la subtrama realmente interesante: el fantasma de otra actriz, rival décadas atrás de Deneuve, y a la que esta le robó con malas artes el papel de su vida conduciéndola al suicidio. Ese espectro debería tensar la pantalla: sus ecos remiten a una Eva al desnudo de visos aún más oscuros. Pedía tensión dramática y proteína de la culpa. Pero Koreeda prefiere la tersura, la comedia ligera, el humor familiar, el tiramisú. Las perdices y un Ethan Hawke como un pulpo en un garaje sacando la guitarra indie sin que venga mucho a cuento.

Escucho alabanzas sobre la exquisitez de la dirección, sobre el majestuoso tributo a Catherine Deneuve, en un rol tan antipático como cuentan que es la persona. Seguro que le caen premios: a Koreeda por elegante, a Deneuve por diva indigesta. No dejaré de pensar que me han cloroformizado en almíbar los materiales apetecibles de esta historia que en realidad está describiendo a una dama diría que abominable, pero el creador japonés nos la ha azucarado a su gusto. Y el pastel cuela.

El que ya tiene León seguro es Pedro Almodóvar. A título honorífico y por su carrera, para que no se olvide que en donde el manchego pegó el salto internacional fue en el Lido, en un pase entonces transgresor de Entre tinieblas. Imagino que a Almodóvar -después del vapuleo moral de su derrota en Cannes cuando ya se veía Palma de oro súbita por Dolor y gloria- este homenaje le sentará como ganar el Carranza cuando has perdido la Copa de Europa con gol de Schwarzenbeck en el descuento. Y hasta pensará Almodóvar en las lágrimas que él habría sacado de los materiales de La vérité, arrojando a Deneuve a los pies de los caballos del melodrama salvaje.

Polanski, persona non grata

Ha arrancado Venecia con las muestras de desagrado de varios colectivos feministas que denuncian la escasez de directoras en el concurso por el León de Oro -solo dos, la saudí Haifaa Al Mansour y la australiana Shannon Murphy, junto a 19 hombres- y la presencia de Roman Polanski -la presidenta del jurado, Lucrecia Martel, ha anunciado que no irá al pase de gala de su película Yo acuso [en España, El oficial y el espía]- y de Nate Parker, el director afroamericano que se vio envuelto en otro caso de violación que afloró tras su salto a la fama por El nacimiento de una nación pero del que fue exculpado por los tribunales.

Fotograma del último filme del cineasta polaco-francés Roman Polanski, «El oficial y el espía»
Fotograma del último filme del cineasta polaco-francés Roman Polanski, «El oficial y el espía»

Es un hecho que la Mostra niega, un año más, una política de cuotas en su programa. No me cabe tampoco duda de que si las películas de Kelly Reichardt, Claire Denis o Sofia Coppola -por citar solo dos nombres de la pluralidad de directoras actuales con obra y poderosa mirada- hubiesen estado al alcance de este festival, se hallarían en el Lido. De Polanski parece olvidarse que clausuró hace dos años el festival de Cannes. Si hay que prohibir al polaco dirigir, o si se debe censurar su cine, o si hay que entrullarlo en las cárceles de Trump, que lluevan entonces palos para todos.