Alexis Ravelo: «Yo nunca ofrezco menos de seis muertos en una novela»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971)
Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) elena f. palacios

El autor grancanario, uno de los más sólidos valores del género negro en España, habla este martes en la feria del libro de A Coruña de su última obra, «La ceguera del cangrejo»

06 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Llega a Galicia Alexis Ravelo (Las Palmas, 1971) y trae bajo el brazo su nuevo libro. «Yo nunca ofrezco menos de seis muertos en una novela», replica burlón cuando se le inquiere por el giro tranquilo que se advierte en La ceguera del cangrejo (Siruela), al menos en su primera parte. Quedan lejos Las flores no sangran o La estrategia del pequinés, que, dice, eran crook stories, en las que el protagonista es el criminal y no el policía, y están plagadas de perdedores y gánsteres de medio pelo, a lo David Goodis o Jim Thompson. «En estas historias se ataca desde las vísceras, desde la dureza de los diálogos, la violencia es omnipresente y los ambientes son más opresivos. Narran cómo los delincuentes se van preparando para dar un golpe que saldrá mal», reseña el autor para incidir en que la clave está en ver quién va a morir, mientras que ahora lo relevante es saber quién mató a...

El género negro permite jugar en distintos espacios, el crook, el hard-boiled, la habitación cerrada, etcétera. La ceguera del cangrejo, añade, es más procedural [término relativo al procedimiento de una pesquisa], más en la línea del detective libresco Lew Archer, salvo que aquí el protagonista, Ángel Fuentes (militar de profesión y pareja de la mujer que aparece muerta en el inicio del relato), «acaba erigido investigador a la fuerza, mientras viaja hacia el interior de sí mismo, en su camino de duelo».

Ambientada en dos tiempos, reconoce Ravelo que la primera mitad de La ceguera... es sosegada, pedía un tono más cerebral. Y es que en Lanzarote -omnipresente en la historia- le ganó el paisaje hasta el punto de que acaricia el libro de viajes, género, confiesa, que nunca había tocado y que lo seducía. Es más, funciona como una guía de la isla, y esta como espacio para el luto. «Lanzarote te conquista por el silencio y la paz, como si por debajo no hubiese nada, pero -aclara- en la segunda parte del libro aflora la violencia porque se indaga sobre lo que hay oculto tras los beneficios del turismo que nos han vendido siempre, y que afecta a la mayoría de las localidades que viven del sector: el trapicheo de influencias y el atentado contra el medio ambiente».

César Manrique

Por eso recurrió literariamente a la figura del pintor César Manrique, un pionero en la defensa del medio ambiente y que vivió a cara de perro contra el desmán urbanístico. Luchó para que Lanzarote no fuese víctima de los atropellos que asolaron el sur de Gran Canaria y de Tenerife. Su arte estaba fundamentado sobre el respeto al entorno, con actuaciones muy acordes con el paisaje. «Era capaz de enamorar lo mismo a un político que a un campesino. Puerta a puerta, convencía la gente; por eso en Lanzarote pervive en las casas particulares un cierto modelo que se respeta. Manrique denunció enseguida el vínculo entre desarrollo urbanístico y corrupción. Él hablaba de arquitectura fascista, y no era un rojo ni un revolucionario de izquierdas, solo conectó con los jóvenes ecologistas. «Y hasta se plantó con ellos delante de las excavadoras», elogia.

Corrupción urbanística

A Ravelo le vino bien jugar en la ficción con su muerte, porque además «existe una leyenda popular que afirma que se lo cargaron», lo que habla de hasta dónde llegó Manrique en su enfrentamiento con los poderes fácticos. Pero es solo una especulación. «Yo mismo investigué, hablé con gente que lo conoció, con personas que fueron casi testigos de su accidente de tráfico. Y ahí no hay dudas», ratifica.

Lo que sí es verdad es que el artista recibió ataques muy virulentos, en una táctica de intoxicación que perseguía desacreditarlo. Y esa presión permanece. De hecho, Ravelo se inventó el municipio de Viéitez, que encarna todo lo malo que urbanísticamente se perpetró en Lanzarote. «Lo hice para no tener que padecer represalias judiciales, ya que aún hay causas abiertas», justifica.

Sobre La ceguera del cangrejo (y lo demás) charlará Ravelo este martes con su colega la escritora Nieves Abarca. Será en la feria del libro de A Coruña, a las 20.30 horas.

Objetivo doble: divertir y desvelar las relaciones de clase

Hijo canarión del noir estadounidense, la denuncia está en el espíritu de Alexis Ravelo. «Siempre toqué, aunque fuera tangencialmente, la relación entre desarrollismo y corrupción, pero en La ceguera del cangrejo la afronto de lleno». Su oficio, dice, consiste en buscar buenos temas, construir argumentos y tramas y contar la historia lo mejor posible. Pero a veces eso le exige mudar de estilo y de razones porque trata de hacer novelas diferentes. Pese a su vocación social, el escritor -uno de los más sólidos valores del género- es consciente de que la literatura no cambia el mundo: «Nunca sirve para nada, hay que disfrutarla per se, como gozo estético; así es como entiendo el género negro, concebido para divertir, con historias de alto voltaje, y si acaso al final revolverte las tripas». Más allá de este escepticismo, el compromiso con la realidad lo lleva a crear «más literatura de invasión que de evasión» e intentar que el lector acabe por hacerse preguntas. En la raíz de su tozudo empeño está «desvelar las relaciones de clase, que, por mucho que se diga, siguen latiendo por debajo del discurso del final de las ideologías». En la novela policial británica, la violencia aparecía como excepción en el orden, pero en la novela negra americana clásica, subraya, la violencia ya no es una excepción del orden sino que es una extensión del sistema y de la propia sociedad. «En tal sentido, soy un neoclásico. Considero la novela enigma un esquema perfectamente válido y respetable, muy apto para la evasión, pero yo he optado por el otro», zanja Ravelo.