La Shica: «No me gusta estar mucho tiempo apretada y densa, necesito el humor»

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

LA SHICA CON DIDI GUTMAN
LA SHICA CON DIDI GUTMAN

La artista ceutí actuará el próximo viernes en Santiago junto a Didi Gutman, celebrando el Día de la Música

19 jun 2019 . Actualizado a las 00:45 h.

En el 2010 La Shica, Elsa Rovayo (Ceuta, 1976), se puso en boca de todos con la edición de Supercop. Su particular modo de entender el pop con alma flamenca y mirada multidireccional encantó, haciéndola merecedora de dos Premios de la Música. Desde entonces, trazó una trayectoria singular, extraña y nada complaciente. Su última parada es Shica & Gutman (2018), el disco en el que se alió con el músico argentino Didi Gutman. Lo presentará el próximo viernes 21 dentro de la fiesta organizada por la Fundación SGAE en Santiago (parque de Vista Alegre, 20.30 horas, entrada libre) para celebrar el Día de la Música. Actuarán también Best Boy y Villanueva.

-En su último disco habla de cumplir 40 años y tener miedo a ser una fondona. ¿Lo tiene?

-Hay que reírse. Es una pesadez. Tú cumples cierta edad y todo el mundo te empieza a dar la lata. «Con lo bien que tienes la piel, no puedes tener patas de gallo», te dice el peluquero. ¿Por qué no te pones esto? ¿Por qué no te quitas lo otro. ¿Y por qué no me dejáis en paz y me permitís ser una señora de mi edad?

-¿Están las mujeres sometidas a una dictadura estética?

-Es un burka. Yo tengo cara de 40 años porque tengo 40 años. No sé dónde está el problema.

-En «Mujer rota» toca el tema de los malos tratos y lanza un mensaje de solidaridad.

-Estamos juntas y juntos cada vez más. Aún estamos aprendiendo. Tenemos un cacao tremendo con el feminismo: que si no soy feminista ni machista sino que soy persona, que si las mujeres estamos en contra de los hombres... Parece que las cosas no están claras. Todo es eslogan y no nos da por leer un poco para saber qué es eso de la igualdad. Cualquier cosa es un arma arrojadiza. No sé por qué hay discusión sobre este tema. El feminismo no pretende defender a la mujer y maltratar al hombre. Lo que pretende es que nadie sufra desigualdad, que es lo que casi siempre sufrimos las mujeres.

-Hace una sorprendente versión del «Flamenco» de Los Brincos. ¿Cómo aparece eso?

-Es como un poco broma. A Didi le hacía gracia que se titulase Flamenco cuando no tiene nada que ver. Era surreal. Me lo propuso y dije que no. Pero luego... sí [risas]. Nos vamos a reír. Además, es un tema que todo el mundo se lo sabe. Nuestra versión tiene ese sonido del Atari que le da un punto quinqui. Me encanta.

-¿Hay una parte muy lúdica en sus conciertos?

-Claro. Sin humor esto no tiene ninguna gracia. A mí apretada y densa no me gusta estar mucho tiempo, solo un ratito. Necesito el humor. Cada vez me gusta más reír. Soy adicta a reír y ver a la gente reír. Uno de los mayores placeres de la vida es verle la campanilla al de enfrente.

-Al educarse en el flamenco, tiene una visión muy física de la música. ¿Le recorre el sonido por dentro?

-La danza es mi primera lengua. La danza es música que se ve, pero que no suena. Para mí es una mezcla de música y pintura. Incluso cuando escribo, yo pienso primero en un zapateo y luego lo lleno de palabras. Primero busco la rítmica, como si estuviera haciendo un paso de baile.

-¿Su poesía lleva taconeo?

-¿Cómo no va a llevar, después de tantos años?

«Si uno no puede ser libre en el arte, apaga y vámonos» 

El concierto del viernes pretende acercar la música a la calle. «Hay que celebrarla porque es un bien común. Está muy bien celebrar que ese otro aire está ahí. Me encanta sacarla a la calle y que, a lo mejor, gente que no se acerca a un teatro se anime», subraya la artista.

-¿Su música supura libertad?

-Si uno no puede ser libre en el arte, entonces apaga y vámonos. Hay pocas parcelas en las que puedas ser libre de verdad, hablar y opinar de lo que te apetezca. Hay demasiadas reglas. Mi manera de entender el arte es la libertad, donde uno puede hacer todo lo que se le ocurre.

-En su caso, la mirada al pasado es constante. ¿Es necesario mirar a la tradición para poder ir adelante?

-No sé si es necesario, pero yo soy una amante de una cierta música. No puedo evitar que siempre me apetezca ir ahí. Amo la música tradicional. No solo la de España, sino la de todos los países. La música folklórica es más sencilla. Está pensada para que cuando se cante en la plaza todo el mundo la pueda aprender y tiene un rollo tribal que a mí me pone mucho. Con muy poco dice mucho. Todo eso me interesa y me apasiona. Quizá soy una señora de 150 años encerrada en el cuerpo de una joven de 43.

-¿Establece eso una conexión con el público más mayor?

-Sí, ¿por qué no? A mis conciertos viene mucha gente mayor.

-Pese a su mezcla constante, su música está muy enraizada.

-Es que yo fui bailaora y eso te condiciona. He estado veinte años trabajando en el centro del flamenco. ¿Cómo no me va a afectar una música tan intensa? Es imposible estar ahí sin que te afecte. Además, me gusta que las cosas cuenten lo que eres... y yo no soy del Bronx, yo soy una señora de Ceuta, del sur. Hablo desde donde soy yo, por muy moderna que me quiera poner.

-A lo mejor lo más moderno es ser del sitio del que es uno y demostrarlo.

-No lo sé, pero yo desde luego le veo sentido.

-¿Tiene hermanos espirituales?

-Muchísimos, pero algunos no tienen nada que ver con mi género. Para mí el triunfo es compartir escenario con un artistón como Amancio Prada o con Rosendo, con Bebe o La Mari. Colaboro con un gallego, Emilio Rúa, que me encanta. Eso es lo más bonito del mundo. Me trasladan a territorios desconocidos, lo que me pone muy nerviosa, pero me lleva muy arriba. Me gusta la música dispar.