-No sé si es necesario, pero yo soy una amante de una cierta música. No puedo evitar que siempre me apetezca ir ahí. Amo la música tradicional. No solo la de España, sino la de todos los países. La música folklórica es más sencilla. Está pensada para que cuando se cante en la plaza todo el mundo la pueda aprender y tiene un rollo tribal que a mí me pone mucho. Con muy poco dice mucho. Todo eso me interesa y me apasiona. Quizá soy una señora de 150 años encerrada en el cuerpo de una joven de 43.
-¿Establece eso una conexión con el público más mayor?
-Sí, ¿por qué no? A mis conciertos viene mucha gente mayor.
-Pese a su mezcla constante, su música está muy enraizada.
-Es que yo fui bailaora y eso te condiciona. He estado veinte años trabajando en el centro del flamenco. ¿Cómo no me va a afectar una música tan intensa? Es imposible estar ahí sin que te afecte. Además, me gusta que las cosas cuenten lo que eres... y yo no soy del Bronx, yo soy una señora de Ceuta, del sur. Hablo desde donde soy yo, por muy moderna que me quiera poner.
-A lo mejor lo más moderno es ser del sitio del que es uno y demostrarlo.
-No lo sé, pero yo desde luego le veo sentido.
-¿Tiene hermanos espirituales?
-Muchísimos, pero algunos no tienen nada que ver con mi género. Para mí el triunfo es compartir escenario con un artistón como Amancio Prada o con Rosendo, con Bebe o La Mari. Colaboro con un gallego, Emilio Rúa, que me encanta. Eso es lo más bonito del mundo. Me trasladan a territorios desconocidos, lo que me pone muy nerviosa, pero me lleva muy arriba. Me gusta la música dispar.