Valle a escena

Darío Villanueva TRIBUNA

CULTURA

25 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuatro estaciones. Cuatro edades: juventud, plenitud, madurez y vejez. Cuatro escenarios: Liguria, México, Galicia, Estella. Cuatro episodios galantes con la ingenua María Rosario, la ardiente Niña Chole, Concha, que se está muriendo, y otra virgen: Maximina, hija al fin y a la postre del don juan «feo, católico y sentimental» que intenta seducirla. Y siempre un protagonista, el actor que acapara la escena: el Marqués de Bradomín. Un personaje concebido ya antes de la Sonata de otoño que reaparecerá en una obra teatral que refunde la serie (El Marqués de Bradomín. Coloquios románticos), en Aguila de blasón, Los cruzados de la causa, Una tertulia de antaño, Luces de bohemia y en El ruedo ibérico.

Estas Sonatas, publicadas entre 1902 y 1905, representan un prodigioso intento literario a medio camino entre memorias y autobiografía, marcado por el carácter del narrador protagonista. Xavier de Bradomín, como Giacomo Casanova, se recrea en la narración de una sarta de aventuras amorosas. Pero, sobre todo, quiere dejar bien patente la singularidad de su persona, construyéndola con delibe­rado artificio, más que reflejando sinceramente su personalidad.

Autobiografía doblemente ficción: primero, porque quien narra es un protagonista ficticio y no el escritor real, quien no deja por ello de proponerlo como su auténtico alter ego. Pero también porque Xavier es un gran fingidor de sí mismo, de lo que quiere ser ante los demás, al margen de su autenticidad personal. Cuando el protagonista actúa ante los otros personajes nos deja una intensa impresión casi diríamos farandulesca, como si estuviese haciendo continuamente teatro, representando a un don Juan de la estirpe de los de Tirso o Zorrilla pero a la vez con ciertas peculiaridades que le son propias, especialmente el cinismo o, incluso, el satanismo.

Finalmente, dos modernismos acompañan esta salida a escena. Por una parte, el suntuoso modernismo temático y verbal que Rubén Darío trajo. Pero, a la vez, el Modernism de escritores coetaneos como Pirandello, Proust, Thomas Mann, Joyce, Rilke… Sería un error considerar a Valle circunscrito exclusivamente a la literatura hispánica, siendo un partícipe pleno de ese segundo modernismo, renovador de la novela y del teatro, iniciado con los estertores del naturalis­mo y cabalmente desarrollado en el primer tercio del XX. A este respecto, no deja de ser significativa la estructura musical, tan modernista, de las Sonatas, que André Gide practicará a su vez en La Symphonie pastorale, y Aldous Huxley en Contrapunto.