El museo dedicado al escritor abre una muestra sobre sus viajes y su influencia en el proceso de creación de su obra
20 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Pensar en Charles Dickens es visualizar cada rincón de un Londres victoriano misterioso, pero su inspiración no solo se quedó en la ciudad del Támesis. El escritor era un gran viajero que escribía sobre y para el mundo. Y así queda reflejado en la nueva exposición del museo que lleva su nombre en la capital británica. Londres era para Dickens su «linterna mágica», una ciudad que retrató como nadie a través de los cambios sociales de la Inglaterra victoriana, pero su exploración fue más allá y sus viajes, especialmente a Estados Unidos y Francia, tuvieron un fuerte impacto en su vida y en su escritura.
Todas las obras de Dickens, menos Tiempos difíciles, están ambientadas total o parcialmente en la capital británica, pero eso no delimita que sus personajes viajen y hablen de otros puntos del mundo que el propio escritor ha visitado. A eso ayudó que sus novelas eran traducidas al francés, al alemán, al árabe y al chino. Eso sin olvidar que una copia de David Copperfield viajó a la Antártida en la expedición del Capitán Scott en 1910. Conocido es ya como al sufrir disentería, hambre y congelación, los aventureros leen un capítulo de David Copperfield todas las noches durante 60 noches. «La Antártida es un lugar solitario. La lectura fue una actividad comunitaria importante que evitó el aburrimiento y construyó lazos entre hombres que vivían en condiciones difíciles y con poco espacio personal», defendió Claire Warrior, del Museo Charles Dickens.
El centro quiere presentar al escritor como se veía a sí mismo: «Un verdadero escritor global» y para ello tiran de objetos único de inigualable valor, como son su bolsa de viajes y recuerdos de sus vacaciones, en una exposición que permanecerá abierta hasta el 3 de noviembre, en el número 48 de Doughty Street, donde vivió con su mujer y tres de sus diez hijos a partir de 1837, además de escribir novelas como Oliver Twist.
Dickens viajó en dos ocasiones a Estados Unidos y Canadá. Sus obras eran muy populares y contaba con la admiración expresa de destacados escritores estadounidenses como Washington Irving, cuyos trabajos había leído de joven. El segundo de los viajes lo hizo a bordo del barco de vapor Britannia y cuando llegó a Boston en 1842, fue recibido como un héroe. Esa admiración fue descrita por Dickens en sus cartas al viejo continente, a la que se refería como «el asunto más espléndido, magnífico y brillante que... posiblemente puedas concebir» y el visitante puede leerlo de su propio puño y letra en escritos y postales presentes en la exposición, donde no faltan los recortes de periódico en los que hacían referencia a los actos a los que acudía y reconociendo que echaba de menos el «su querido viejo hogar».
Un escritorio de madera a modo de portátil para el siglo XIX
La exposición sobre un Dickens global incluye el escritorio portátil utilizado por el autor en sus viajes internacionales posteriores, así como la bolsa de viaje que llevó a Italia cuando subió al Vesubio y cartas que escribió en francés e italiano.
El pequeño escritorio de madera consistía en dos tablas que se abrían y no importaba donde estuviese Dickens, que siempre le acompañaba. Uno de ellos se rompió en uno de sus viajes a América, pero pronto fue reemplazado y continuó escribiendo cartas a sus amigos.
Durante la primera mitad de su carrera, Dickens trabajó en un estudio dentro de la casa familiar que ahora es su museo. Allí intentaba escapar del ruido y el bullicio de los niños pequeños, los sirvientes y los familiares de visita. Su estudio estaba situado en el primer piso, con una puerta que daba al salón, y mantenía una rutina estricta de trabajo en la mañana sin ser molestado.
Sin embargo, cuando viajaba, Dickens utilizaba un escritorio portátil de madera. En su época podría considerarse tan popular como usar un portátil hoy en día. De hecho, era una herramienta común de escritores como Lord Byron, Jane Austen y las hermanas Brontë. El autor viajaba para ofrecer lecturas de sus obras en su propia voz, un atractivo comercial que le proporcionó importantes beneficios. Una de estas giras por Estados Unidos culminó en un gran banquete en Nueva York.
Lector del «Quijote»
Dickens viajaba en tren, carruaje, bus o tranvía, pero sobre todo era un caminante. «No viajó a España, pero disfrutaba leyendo a Don Quijote. Además, sus libros fueron traducidos al español, pero más tarde que a otros idiomas», explicó la conservadora asociada del Museo Charles Dickens en Londres, Emily Smith.