El cine mayúsculo llegó de fuera desde la incontaminada Quincena de Realizadores. Allí, un titán del cine de nuestro tiempo como Bertrand Bonello ofrece en Zombi Child un prodigio en el cual entrevera el Haití misérrimo de la dictadura de los Duvalier y su cosmogonía del vudú y de los muertos vivientes con una escuela francesa para chicas de la élite, hijas de la Legión de Honor. La forma en la que Bonello articula el puente de plata entre estos espacios temporales antitéticos es un prodigio solo al alcance de los alquimistas de la creación narrativa y visual. Ese internado de adolescentes entronca con el filme anterior de Bonello, Nocturama, en el cual otros jóvenes bien diferentes orquestaban un ceremonial de terrorismo nihilista. Las protagonistas de Zombi Child -aparentemente en la opulencia social- vehiculan su ira soterrada a través de ese choque de la Razón de la Republique con la fascinación por el mundo vudú. Y la exuberancia con la que esa imaginería de las posesiones y de los esclavos no vivos de las plantaciones de caña irrumpen en los palacios de la vieja Europa y llenan sus moquetas, sus camas, sus bosques, de la llamada de la carne, de la pasión y la poética del cruce de sangres, de sexos, de esos oníricos paseos con un zombi por el amor y la muerte que contó otro cineasta visionario como Bonello, Jacques Tourneur, hace setenta años.