Festival de Cannes: «Bacurau», parábola violenta de un Brasil de futuro autoritario

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Bárbara Colen y Udo Kier, protagonistas de «Bacurau»
Bárbara Colen y Udo Kier, protagonistas de «Bacurau» SEBASTIEN NOGIER | Efe

«Les Misérables», thriller de batalla campal en la «banlieue» de París

21 may 2019 . Actualizado a las 16:54 h.

El mundo es un violento espacio controlado por drones. En las dos películas a concurso del día en Cannes, en las miradas sobre el París de la banlieu incendiada que nos propone Ladj Ly en Les Misèrables o del Brasil de pura guerra (y cine) de guerrillas de un pueblo contra una fuerza armada mercenaria que nos preanuncian Klever Mendonça y Juliano Dornelles en Bacurau convive la presencia, como hermeneuta esencial de esa brutalidad humana, de un dron que vigila y toma nota de un mundo en explosivo conflicto.

El director y el reparto de «Les Misérables», este jueves en Cannes
El director y el reparto de «Les Misérables», este jueves en Cannes Regis Duvignau | Reuters

El dron, como retina danzante, como ventana indiscreta que fija el horror, te lleva a comprobar con qué impunidad en los suburbios multirraciales de París se impone la ley de la jungla. Les Misérables es poderoso thriller de policías embrutecidos y de chicos del barrio. De centuriones embarrados por el estrés, capaces de disparar a un crío y preocuparse de tapar su crimen antes de salvar la vida del orfeo negro yacente. Su director, Ladj Ly, muestra como en ese escenario de batalla campal soterrada se solapan capas raciales, religiosas, económicas, mafias, clanes, kebabs, lobbies del ultramundo. Un campo sísmico, una falla en donde sería mirífico que no se produjese el terremoto. Y explota por fin la caldera, como lo hacía en el Do the Right Thing de Spike Lee. Y te pilla arrebatado, en pleno baño de la adrenalina que no cesa.

Así, el estallido de violencia, tras hora y media de tensión percutante que te ha mantenido mesmerizado, te envuelve y sobrecoge. Te magnetiza esa ira y cómo está recogida en una cascada que desborda la pantalla. Te fascina la furia de los desarrapados, encarnada en ese adolescente con la cara de ángel deformada en Luzbel por un balazo de uno de los tres policías que te ha guiado por esta travesía del frenesí. Y asistes a esa rebelión de los nuevos miserables que parece un guiño de horror a aquellos guevaristas pandilleros en la noche oscura de Asalto a la comisaría del distrito 13, el filme de un John Carpenter al que hace dos días el festival precisamente homenajeaba. Me produce algunas dudas el punto de vista de la acción, siempre focalizada en esos matones con placa, un gang dentro del cual también hay un poli bueno, el recién llegado, en la antítesis de la buddy-movie, todo cercano a Training Day y sus tenientes corruptos. Pero esa posible quiebra moral no me impide disfrutar de este descenso a la cocina del infierno llamado Les Misérables.

Un wéstern en el Sertao

Como la jornada iba de hiperviolencia y de lucha de gremios o de clases, la brasileña Bacurau te asalta, con desparpajo noble, con un retablo de la caza del hombre por el hombre. Un casi spaghetti-western ambientado en el Sertao y dirigida por Klever Mendonça Filho, autor de O Som ao redor y de Doña Clara, presentada esta aquí hace tres años, ya con Sonia Braga al frente. Bacurau posa su mirada en una herencia de cine y leyenda brasileños que engloba desde la figura de ese Robin Hood del desierto, tan exitosa en el cine de los 70, que fue O Cangaceiro, hasta la mirada más política del Glauber Rocha de Dios y el diablo en la tierra del sol. Aquí el maniqueísmo va de suyo y no pretende que lo compres si no estás de humor.

Con los dioses va el pueblo oprimido del Sertao, un escenario casi fantasma, un Fuenteovejuna de candomblé. Y el demonio, el Mal, viene de los Estados Unidos con una partida de malos malasombra que practican la caza mayor con los habitantes de ese lugar sin límites. Una banda acaudillada por ese actor tan malo que deviene buenísimo y que se llama Udo Kier, para que el tono del filme como cine trash, como serie B subversiva, quede abdominalmente marcada. Hay también un tiranuelo local, una parodia del nada gracioso Bolsonaro. Porque en la génesis de este combate de negro y de perros late la situación política en Brasil. Y Bacurau y sus licencias de estilo, de exceso, de libertad, de panfleto sano y sangrante, no se comprenderían sin este telón de fondo.

Esta mirada voyeurística de los drones de ambas películas sobre una condición humana hobbesiana, despiadada -drones sobre el Sertao del Brasil encomendado a los siete samuráis y sobre el París inflamado por la testosterona de policías racistas- no te deja cuerpo de optimismo. Menos mal que ya se anuncia de seguido una nueva visión del apocalipsis de Ken Loach, todo un garante del optimismo ontológico, un campeón del buen rollo.