Daniel Abreu une música barroca y danza contemporánea en «La desnudez»

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

«La desnudez» cuenta con dos bailarines y un músico en directo
«La desnudez» cuenta con dos bailarines y un músico en directo maracosgpunto

El montaje, con la tuba en directo del gallego Hugo Portas, visita Ourense, Vigo, Santiago y Carballo

24 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Al hablar de danza con Daniel Abreu (Santa Cruz de Tenerife, 1976), la palabra que más se repite es «vibrar». Es su forma de referirse a un proceso de comunicación que tiene el lenguaje corporal su medio de expresión. Ese discurso físico, que oscila entre lo instintivo y lo cultural, busca la emoción sin descartar el misterio. «A veces hay gente que te dice que no ha entendido toda la representación, pero que les ha parecido hermosa», dice el premio nacional de danza 2014 a propósito de La desnudez, un montaje que se llevó tres Max el año pasado y que ahora visita Galicia: Ourense (Auditorio municipal, este jueves, 20.30 horas), Vigo (Auditorio municipal, viernes, 21.00), Santiago (Teatro Principal, sábado, 20.30) y Carballo (Pazo da Cultura, 4 de mayo).

Abreu dirige La desnudez y se sube al escenario para bailar junto a Dácil González: sus movimientos remiten a la intimidad, a la belleza a la que alude el título, lo táctil y lo corpóreo, características estas últimas que Abreu cree que forman parte de la esencia de la danza, más aún en tiempos de virtualidad.

Con ellos comparte espacio el músico gallego Hugo Portas, que pone su tuba al servicio de La desnudez. Interpreta en directo piezas de Monteverdi, su discípulo Merula y Purcell -el aspecto sonoro se completa con grabaciones de Fauré-, estableciendo otro diálogo fructífero, en este caso entre los códigos del repertorio barroco y las coreografías de la danza contemporánea. Curiosamente, al contrario de lo que podría dictar una primera impresión, la música no dicta el movimiento en el trabajo de Abreu, sino que suele incorporarse en los compases finales. «Para mí, siempre es lo último», explica. «Un montaje son capas que se van sumando: la coreografía, la iluminación, el vestuario, la música, por lo que no trabajo con ella a priori», describe.

Ese conjunto de capas establece otro diálogo, el que fluye del escenario a las butacas: «Para nosotros, es como si mirásemos al espectador a los ojos», evoca Abreu. El coreógrafo, no obstante, invita al público a devolver esa mirada desde otra perspectiva: «A veces parece que la danza se puede ver como teatro y eso es como el chino y el inglés. Es cierto que puede haber narración, cierta linealidad, pero es otra forma de verlo. Vibra».