-Anagrama también ha publicado sus ensayos de arte, «Con los ojos bien abiertos». El primero de ellos, sobre Géricault, apareció en una novela suya, arranca de una ficción.
-Sí, pero apareció en una novela que mezclaba aposta todo tipo de géneros [Historia del mundo en 10 capítulos y medio], como ficción, historia, historia del arte, autobiografía. Lo que contaba en cada capítulo era el valor de la narrativa y la verdad que contenía, más que el género al que pertenecía. Y, al escribir mis ensayos sobre arte, la narración también es muy importante. Me gusta que cada capítulo forme una especie de historia, que tengan una forma y un orden, en vez de algo del estilo «Primero pintó este cuadro, luego este otro...».
Soy contrario a que se retiren obras de arte porque alguien se siente ofendido. Es mejor explicar el contexto y discutir sobre ello
-Los capítulos sobre Degas y Freud abordan, entre otras cuestiones, el desnudo femenino. Últimamente se han retirado algunos desnudos de museos y se ha debatido sobre el asunto. ¿Qué opina de los juicios sobre arte de hace siglos desde una mentalidad de hoy, muchas veces morales?
-Creo que es muy complicado. Con razón, ahora somos mucho más conscientes de la «mirada masculina», de la objectualización de la mujer, así como de asuntos como la pedofilia. ¿Ocultamos a Balthus? ¿Guardamos las esculturas de Ganímedes en el sótano? En términos generales, soy contrario a retirar obras de arte de galerías porque alguien se siente ofendido (a mí me ofenden obras de arte religiosas que celebran y glorifican el dolor extremo…). Es mejor explicar el contexto y discutir sobre ello. En Londres acaba de abrirse una exposición sobre el desnudo en el Renacimiento. Es interesante que hayan repartido a partes iguales los desnudos masculinos y femeninos. Por tanto, se pueden hacer cosas desde los comisariados. Aunque no se puede hacer nada sobre el predominio masculino en la historia del arte, no importa cuántas mujeres artistas rescatemos del olvido.
-Las páginas sobre Freud también evidencian lo difícil es evitar que el conocimiento biográfico influya en la valoración de una obra. ¿Se consigue con tiempo? Gesualdo cometió un asesinato hace cinco siglos, pero su música se sigue programando y grabando, mientras que ahora mismo muchos quieren borrar a Michael Jackson de la historia.
-No creo que hoy en día haya quien se niegue a escuchar a Gesualdo porque fuese un asesino. Como lo fue Caravaggio, supuestamente. Cuando observo un hermoso cuadro de flores o un paisaje o un abstracto colorista de Emil Nolde, me cuesta conectarlos con el hecho de que fuese un nazi, ni pienso en que podría detectar algún tipo de espíritu fascista en ellos (aunque este caso se complica todavía más porque los propios nazis consideraban que su obra era degenerada y la quemaron). Creo que solo se puede abordar cada caso por separado y en función de sus méritos. En general, soy contrario a la censura. También estoy de acuerdo con Lord Macaulay, el historiador del siglo XIX, quien dijo que no había un espectáculo más absurdo que los británicos «sufriendo un arrebato de moralidad», cuando la rectitud se confunde con pensamiento crítico. Y no es solo un fenómeno británico. No me importa que la gente no escuche a Jackson, que no vean películas dirigidas por Woody Allen o producidas por Harvey Weinstein. Pero no se les debería permitir que obliguen a los demás a hacerlo si no es su deseo. Nuestro sentido moral siempre nos parece eterno, pero en realidad depende mucho de la época.
-El arte apareció en una novela y ha terminado por tener un libro propio. ¿Podría ocurrir algo parecido con la música? ¿Y con «El perfeccionista en la cocina» ha cerrado sus páginas sobre gastronomía?
-Creo que es probable que el perfeccionista ha renunciado a su tenedor y su cuchillo de trinchar. Habrá más sobre arte, de una forma u otra, pero creo que El ruido del tiempo será mi único libro sobre música. A no ser que cambie de opinión…
El núcleo duro antieuropeo de Gran Bretaña no cambiará, como tampoco lo ha hecho el núcleo duro de apoyo a Trump
-Hablando de cambiar de opinión, ese fue el título de una colaboración suya con la radio de la BBC en el 2016. Mucha gente seguramente también pensará distinto sobre lo que votó ese año en el referendo del «brexit». La situación cambia de un día para otro, pero ¿cómo ve este embrollo?
-No creo que el brexit nos vaya a situar al borde de un precipicio porque la Cámara de los Comunes está en contra y lo ha descartado. El problema es que no existe una mayoría verdadera para decidir una línea de actuación. Y Europa, con toda razón, más o menos se ha lavado las manos en lo que a nosotros respecta, ya que no hemos más que enredarnos en discusiones internas más que sobre Europa. Dudo bastante que se llegue a convocar un segundo referendo, aunque, de ser así, habría muchos votos a favor de la permanencia europea: muchos partidarios del brexit ya se han muerto desde la primera votación y numerosos jóvenes que ahora pueden acudir a las urnas son básicamente proeuropeos. Pero el núcleo duro antieuropeo de Gran Bretaña no cambiará, como tampoco lo ha hecho el núcleo duro de apoyo a Trump. Pero, claro, la mayoría de la gente no reflexiona sobre el brexit, como mucho, quieren “que se acabe de una vez”. Así que me imagino que en los próximos meses se llegará a algún tipo de acuerdo. Pero ha sido una etapa horrible, mezquina y deshonesta en la historia política británica. Algunos de mis amigos europeos han dejado de compadecerse por Gran Bretaña y ahora hemos empezado a darles pena, algo difícil de aceptar, pero que es correcto.
-Por último, el Leicester City no ha tenido mucha suerte últimamente. ¿Quizá deba visitar Santiago de nuevo para pedir la intercesión divina del apóstol? Cuando le dio el abrazo durante su visita a la ciudad su equipo acabó ganando la liga la temporada siguiente…
-Creo que ya he agotado todo mi crédito con el apóstol Santiago. No me gustaría poner a prueba su paciencia. El destino del Leicester tendrá que depender de que sus propietarios billonarios se gasten sabiamente su dinero.
xesús fraga
El escritor Julian Barnes (Leicester, 1947) confiesa que no siempre ha sido seguidor del equipo de su ciudad natal. Hubo un tiempo, recuerda, antes de que aprendiese a leer o a sintonizar una radio, en el que aún no conocía esa mezcla de «tibias esperanzas y agotadoras decepciones» con que califica sus «seis décadas y media» de compromiso futbolístico. El Leicester City ascendía a la Premier con cierta regularidad, pero, claro, como apunta Barnes, eso significa que también descendía con la misma frecuencia. Llegó cuatro veces a la final de la FA Cup, las cuatro las perdió. El escritor se lo toma con filosófica resignación: «Las decepciones te endurecen. Ser seguidor del Leicester supone un buen entrenamiento para apoyar a Inglaterra».
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