Almodóvar: «Me siento muy orgulloso de mis excesos en los años 80»

Oskar Belategui MADRID / COLPISA

CULTURA

GABRIEL BOUYS

El manchego estrena el próximo viernes «Dolor y Gloria», la película que más lo representa íntimamente

21 mar 2019 . Actualizado a las 15:41 h.

En el despacho de Pedro Almodóvar en su productora El Deseo, cerca de la Plaza de las Ventas, el lienzo original de Ceesepe para el póster de La ley de deseo comparte espacio con los premios y fotografías en las que aparece con Billy Wilder y Penélope Cruz. Los recuerdos de una vida que el director nunca había expuesto con la sinceridad y crudeza con que lo hace en Dolor y gloria, la película que estrena el próximo viernes.

Su protagonista es un director de cine (Antonio Banderas, con el peinado y la ropa del propio Almodóvar) sumido en una crisis creativa y amargado por los mil padecimientos físicos que sufre. El ajuste de cuentas con el pasado adoptará la forma de dos personajes. La madre, a la que recuerda en el pueblo en la mísera España de los 50 (Penélope Cruz), y un antiguo amor que reaparece y con el que vivió las noches salvajes del Madrid de los 80 (Leonardo Sbaraglia). La heroína será el combustible para el alivio y la memoria del protagonista, que, al igual que Almodóvar, solo teme desengancharse de una droga: el cine.

-¿Se puso límites a la hora de abrirse en canal?

-Dolor y gloria no es mi autobiografía, pero es la película que más me representa íntimamente. Hay mucha de mi intimidad. Hubo un momento en que sentí vértigo. Soy muy pudoroso, tanto en las entrevistas como con mis amigos cercanos. Pero no pude evitar que salieran partes de mi vida que quería mantener en secreto. Por ejemplo, la escena de la mortaja de la madre es real. Mi madre se la encargó a mi hermana y es tal cual aparece en la película, pertenece a la cultura de la muerte manchega, que es más femenina que masculina. Yo no he tenido una conversación tan dura con mi madre como en la película, pero tengo la sensación de que esa escena me representa como si fuera real.

-Dolores de espalda, cefaleas, fotofobia, acúfenos... ¿Usted está tan mal como el protagonista?

-No, en absoluto. A mí me han fijado la parte lumbar con hierros, por estenosis de canal. Tu espalda se comporta desde la operación de otro modo, se contractura continuamente porque tiene que compensar que hay una mitad inmóvil. Es un gran cambio que los médicos no te dicen nunca y que te obliga a estar en manos de fisios de por vida. Conozco los dolores del protagonista, pero no tengo derecho a quejarme con el dolor que hay en el mundo. El personaje de Antonio no va de víctima y yo mucho menos.

-¿Y ha tomado heroína para aliviar sus males como el personaje?

-Nunca he tomado caballo, ni ahora ni en su momento. He estado rodeado de él, por eso lo conozco muy bien. Se me ocurrió contar la historia de alguien que recurre al gran analgésico. Localicé en mi libro de direcciones antiguas a un ‘dealer’ de toda la vida, muy amigo mío, aunque hacía veinte años que no le veía. Fui a su casa y bebimos sendas botellas de agua. Nos pusimos al tanto de los 80, de la gente que había muerto y de la que no.

-¿Hoy podría rodar sus primeras películas, tan libres y desvergonzadas?

-Nunca vuelvo a ver mis películas. Creo que las que hice en los 80 me hubiera atrevido a hacerlas ahora, pero estoy seguro de que tendrían muchos problemas que no tuvieron en su momento, cuando fueron muy celebradas. Distribuidores y exhibidores pondrían serias trabas para estrenarlas. El país en el que vivimos es absolutamente distinto, nunca hubiera pensado que cuarenta años después íbamos a estar así. La libertad de expresión peligra más que entonces.

-Hay una tendencia a desmitificar la Movida, a rebajar la trascendencia de la contracultura surgida en aquellos años.

-Yo no me arrepiento en absoluto de lo que hice en los 80. Me siento muy orgulloso de las películas y del tipo de vida de excesos que llevé. Una vida muy explosiva, porque acabábamos de salir de una dictadura. Tenía la suerte de ser joven en un momento en que podíamos gozar de libertades inéditas hasta entonces, que afectaban a todos los terrenos de tu vida. No solo en lo expresivo, sino en lo sexual y en el modo de pensar. ¡Es tan saludable no tener limitaciones en tu cabeza! A no ser que seas un psicópata, claro. Esa sensación de libertad es inenarrable. Me alegro de que me tocara aquella época.

-Sobrevivió.

-Había muchos riesgos, cierto. Para aquella generación que descubríamos las drogas a finales de los 70, la heroína fue nuestra guerra de Vietnam, una guerra donde cayó mucha gente. Yo tuve suerte. No creo que haya vivido peligrosamente. Me rodeaban bastantes peligros, pero siempre me salvó ser una persona disciplinada. Salía y me acostaba muy tarde, pero a las siete menos cuarto me levantba para ir a la Telefónica a trabajar. Después escribía o hacía teatro con un grupo. Desde que era adolescente y salí de mi pueblo tenía claro que quería hacer cine. Consumar aquel sueño era tan difícil que dio una dirección muy clara a todos los años locos. Mis amigos, que iban hasta aquí de cocaína, me preguntaban por qué me marchaba en plena fiesta. Siempre era el primero en irme, porque tenía cosas que hacer al día siguiente. No soy una persona nostálgica, pienso que hay que vivir el momento del modo más positivo, pero los 80 fueron una época maravillosa. La droga de hacer cine.

-En ‘Dolor y gloria’, una madre descubre que su hijo es diferente en la España de los años 50.

-Sí. La película empieza en una piscina, con el protagonista flotando ingrávido. Es un momento placentero que yo siempre experimento. Y del agua de la piscina pasamos a la corriente de un río. Agustín y yo recordamos que íbamos al río con nuestra madre. Esas lavanderas son uno de los momentos más felices de mi infancia. Una fiesta. Me recuerdo con cuatro años tendiendo las sábanas, que después olían a poleo... Quería una imagen feliz del personaje de la madre, porque después la muestro cuando se van a vivir a una cueva a Paterna como una madre de posguerra, que tiene que luchar contra todo para sobrevivir. Ya es otra Penélope más grave y sombría, no esplendorosa como al principio.

-Habrá quien trate de adivinar quién es ese actor heroinómano que encarna Asier Etxeandia, con el que acabó tan mal hace treinta años.

-Incluyo dos o tres malas experiencias con actores, aunque yo he tenido mucha suerte con ellos. Adivinar quiénes son es una putada, porque no es justo con ninguno de ellos. Tampoco yo he vivido en cuevas ni me he enamorado de ningún albañil, pero podría haberme enamorado de alguno... Quería salvar a este hombre, pero había tantas cosas mías que salvarle a él sería salvarme a mí. La gran droga de la que depende no es la heroína, sino hacer cine. Eso hace que la vida no tenga ningún sentido. Yo he notado esa dependencia y ese miedo atroz a no hacer la siguiente película.