James Rhodes: «Hay una línea que une a Bach con Rosalía»

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El pianista británico ofrece sendos conciertos en Santiago y A Coruña con las entradas agotadas

17 may 2019 . Actualizado a las 15:24 h.

El pianista James Rhodes (Londres, 1976) vuelve a Galicia para ofrecer sendos conciertos -Bach, Beethoven y Chopin en el programa- este viernes en Santiago y este sábado en A Coruña para los que ya ha agotado las entradas. El 19 de mayo tiene prevista otra cita en Pontevedra. El músico se muestra encantado de este regreso a un lugar donde la lluvia le hace sentir morriña de su Inglaterra natal, aunque asegura con firmeza que ahora España es su hogar. De hecho, no pierde ocasión de ensalzar su nuevo país adoptivo. Otras dos cuestiones que ocupan su vida son la protección de la infancia frente a los abusos y el llevar la música clásica -y la música en general- a públicos que quizá de entrada no la valoran. Como él dice, es música que lo inunda todo aunque en ocasiones no nos demos cuenta.

«Es un lenguaje universal que lo impregna todo, sean bandas sonoras, conciertos o radio, influye en muchas cosas», afirma el pianista. «Estoy convencido de que hay una línea que une a Bach con Rosalía. Por una parte, me entristece que la educación musical, y no solo en España, sino en Inglaterra, Alemania y en todo el mundo, está en crisis. Los niños terminan la escuela sin saber quién es Bach o cómo suena un cello, tampoco han visto tocar a una orquesta. Y es un regalo, algo maravilloso que deberíamos celebrar y no verlo como un lujo para gente adinerada».

-¿Cómo le fue a su campaña «Don't Stop the Music» de recogida de instrumentos usados para repartir en colegios del Reino Unido?

-Fue algo vital. Es una situación muy triste en la que nos encontramos. Ser niño nunca ha sido tan difícil como ahora. Especialmente si eres un adolescente, con todas las presiones, las redes sociales, la pornografía, la política. Hay dos cosas en la escuela que pueden ayudar. Una de ellas es el deporte y la otra es la música. Si tienes un hijo al que no se le dan especialmente bien los estudios o el deporte, la música puede ser algo que le ayude. Conmigo lo hizo. Ojalá la situación fuese diferente.

-¿Y a los que tienen claro que sí quieren ser músicos qué consejo les daría?

-Esa es una buena pregunta. Lo más probable es que me meta en problemas con sus profesores con este consejo, pero les diría que solo toquen la música que amen. Que no se preocupen de las escalas, los arpegios, los ejercicios que te obligan a tocar. Y que no se olviden de disfrutar. Nos metemos tanta presión para ser técnicamente perfectos que a veces perdemos la noción del disfrute, lo cual es triste. Disfruta y lo demás vendrá solo.

-La técnica al servicio de la emoción.

-Exacto. Y algo triste que ocurre en los conservatorios es que anteponen la técnica a todo lo demás. Llegan al punto de animar a los alumnos a que dejen las emociones al margen cuando tocan o que no sean originales, porque creen que en los concursos deben tocar perfectamente y no deben correr riesgos. Es triste. Si escuchas a Glenn Gould o Alicia de Larrocha oyes enseguida que ahí hay algo diferente y eso es lo que deberíamos celebrar.

Preguntarme por qué el piano es como preguntarle a Messi por qué el fútbol y no el baloncesto

-Es una pregunta obvia pero obligada: ¿por qué el piano y no el violín u otro instrumento?

-[Risas] Porque encontré el piano, o quizá el piano me encontró a mí. Si hubiese encontrado un violín o un saxo habría sido diferente. La primera obra musical que oí estaba escrita para piano, en un pequeño cuarto en mi escuela, donde había un piano, y simplemente fue algo natural. Me enamoré. Es como preguntarle a Messi por qué el fútbol y no el baloncesto. Se enamoró del fútbol desde el principio y lo mismo me ocurrió a mí con el piano.

-Ton Koopman dice que después de toda una vida estudiándolo e interpretándolo, Bach sigue siendo un misterio para él.

-Es verdad. Esa es la magia. Puedes decir lo mismo de determinados grupos y personas, como David Bowie, Queen, Chopin, Mozart. Si te fijas en Mozart, si analizas lo que hizo, empezó a componer con cinco años y murió a los 35. En 30 años compuso cada año el equivalente a seis cedés. No puedo pensar en nadie más que se le acerque. Va más allá del entendimiento. Y cuanto más los tocas, más crece el misterio. Por eso los músicos graban una y otra vez las sonatas de Beethoven, porque siempre encuentras algo nuevo. Todos los días. Yo llevo tocándolas diez años y aún hoy descubro cosas como si fuese el primer día.

 -La música en la partitura está dormida, pero cuando se interpreta...

-Cobra vida. Por supuesto. Para mí, ese es el propósito de ser músico. Durante los mejores conciertos tengo la mente despejada. Pero no se trata de mí, en absoluto. No le digo al público, «escuchadme a mí», les digo, «escuchad a Chopin, a Bach, a Beethoven». Interpretas una obra de hace trescientos años y durante una hora y media en A Coruña o Vigo o Santiago, de alguna forma, entramos en conexión con una parte de nuestra historia. Es algo mágico. El único arte que se me ocurre que hace algo parecido es la pintura. Cuando miras a Goya sientes una emoción similar, pero con la música es más profundo. Va más allá de las palabras y se dirige a una parte de nosotros con la que hemos perdido el contacto en el mundo de hoy. Hoy todo es velocidad, digital, apps, lo hacemos todo rápido. Vemos la televisión a la vez que tuiteamos, miramos el Tinder, cenamos, mandamos correos… Y la oportunidad de estar noventa minutos sin redes sociales, sin Gran Hermano o Celebrity MasterChef, solo cerrar los ojos y desaparecer. Es como unas vacaciones para el alma. Y es algo que cada vez necesitamos más.

-¿Cuando actúa se siente como un médium entre un autor de hace 300 años y el público de hoy? ¿Un vehículo privilegiado que los conecta a través de su música?

-Lo intento [Risas]. Lo intento. Por eso nunca podré dar un gran concierto. ¿Cómo puedes hacerle justicia a esa gente? Recientemente me ocurrió algo increíble. Hace un mes fui un concierto en el Auditorio Nacional de Madrid de Arcadi Volodos, uno de los cinco mejores pianistas vivos, tal vez de toda la historia. Es un fenómeno. Justo antes de salir al escenario alguien colocó una grabadora digital bajo el piano. Compartimos afinador, Patrick, que vino al día siguiente a mi casa a afinar mi Steinway y le pregunté si había grabado su concierto para escucharlo después y saber cómo mejorar. Y me dijo que había sido exactamente así. Lo piensas por un instante: dio un concierto perfecto y aun así, uno de los mejores pianistas lo vuelve a escuchar para darse cuenta de que en tal nota había un gramo de más en la pulsación… es esa atención al detalle. Puedes volverte loco intentar ser como esos tíos [risas] Puedes dedicarle cincuenta años de estudio al piano a ese nivel y aun así no lo lograrás.

-Se ha implicado mucho en la protección de la infancia. Y se ha entrevistado con el Gobierno para hablar de las reformas en las leyes que atañen a menores.

-Para mí es una cuestión muy delicada. No veo que la ley sea complicada, cualquier político, cualquier ser humano debería hacer que esta ley entre en vigor. No es una cuestión de presupuesto, no deberíamos pelear con tanto ahínco por una ley que apela a un sentido básico de la decencia. Y, aun así, no ha ocurrido. Va para largo. Los políticos de todos los partidos están esperando a llegar al poder para luego poder arrogarse el mérito. Lo entendería si estuviésemos hablando de impuestos o de grandes empresas. Pero hablamos de niños. Los políticos y los medios en los dos últimos años han empezado a hablar más de abusos en la Iglesia o la escuela o en casa y estamos hablando de una reforma legal. Pero aún hay injusticias, niños que son violados, literalmente, todos los días, en España. Queda mucho por andar. Las cosas no han cambiado aún. Espero que en un año sea distinto. Debería haber ido más rápido y no ha sido así. Es algo que me preocupa.

Mi vida sería mucho más fácil si solo fuese músico y no interviniese en política

-Su libro «Instrumental» puede llamar la atención sobre los abusos y ayudar a tomar conciencia, pero, al final, la ley es la herramienta con la que contamos.

-Por supuesto. Admiro mucho a Sánchez y me alegro de haberlo conocido. Pero no me sentaría con el primer ministro o quien sea gratuitamente, sino porque son las personas que pueden hacer que la situación cambie. Mi vida sería mucho más fácil si solo fuese un músico y no interviniese en política. En todos los países ocurre, pero en España en especial, al minuto de publicarse una foto mía con Carmena o con Sánchez o Albert Rivera, en las redes sociales y los medios todos tienen una opinión: algunos se enfadan, es increíble, ha habido abogados que me han dicho «¡Vuélvete a Inglaterra!». Otra gente dice que eres un fascista, otros que eres un liberal. ¡Es de locos! Lo hago porque España es mi hogar y esta no es una cuestión difícil de abordar. Puede hacerse. Y fácil y rápido. Salvaría muchas vidas. Ojalá quien gane las elecciones de abril lo convierta en prioritario. En las andaluzas ningún partido mencionó a los niños ni una sola vez. Son invisibles. Como no votan no le importan a nadie. Y eso tiene que cambiar. Son los niños que van a crecer en un mundo que ya hemos destruido nosotros.

-Iba a preguntarle por su relación con el país, pero ya ha dicho que considera España su hogar.

-Sí, totalmente cierto. Por primera vez en la vida siento que tengo un hogar. He esperado mucho tiempo a encontrar un sitio donde puedo sentirme seguro y echar raíces y sentirme parte de una comunidad. Eso es un hogar: un lugar donde formas parte de una comunidad a la que ayudas a través de tus habilidades. Eso lo que siento sobre España. Mucha gente me dijo que al cabo de seis meses lo odiaría o estás loco, pero es al contrario. Mi cariño no deja de aumentar, descubro lugares nuevos, nuevas cosas, a diario. Todo aquí es mejor. La calidad de vida, especialmente si llegas de Londres, que es un lugar terrible, y he viajado mucho, en España es diferente. Es algo mágico.

-¿El Brexit ha sido un catalizador para abandonar Inglaterra? 

-Fue un catalizador. Pero reto a cualquiera de Londres a que venga a Madrid o Barcelona o Vigo o San Sebastián y que pase unas cuantas semanas y que diga que Londres es mejor. Sería mentira. Londres es peligroso, es sucio, está acabado desde el punto de vista político. Es un desastre. Y en España hay una situación política complicada, y claro que hay problemas. Hay pobreza, enfermedades mentales, abuso de menores, drogadicción, racismo y tenéis monstruos como Santiago Abascal, como Salvini en Italia o Farage en Inglaterra. Eso está aquí, pero por debajo hay un alma que sabes que lo sobrevivirá a todo, como ya ha hecho. España ha vivido monstruosidades pero han servido para fortalecerse. Lo percibo. Estoy enamorado de España.

Me encantaría tener un apartamento pequeño en Galicia para pasar fines de semana y el verano

-¿Y cómo van sus progresos con el gallego? 

-Es complicado [risas]. Y es tan hermoso. Ya es bastante difícil aprender castellano. Aprender gallego me va a llevar tiempo. Pregúntamelo en veinte años y quizá tenga una respuesta. Lo que sí me encantaría es tener un apartamento pequeño en Galicia para pasar fines de semanas y el verano. Desaparecer, comer, alejarme de Madrid y el calor. Cuando llueve en Galicia me entra morriña de Inglaterra, y como ocurre con frecuencia... Y la comida es fantástica.

-¿No le preguntan cómo hace para mantenerse delgado comiendo tanto? 

-[Risas]. La ansiedad es una gran dieta. Quemas muchas calorías porque no paras de darle a la cabeza, de andar de aquí para allá o de tocar el piano. Voy andando a todas partes. Y también fumo, que supongo que ayuda, aunque no es muy políticamente correcto decirlo. El otro día di un concierto en Mallorca y tenían ensaimadas con salsa de chocolate. Era increíble. No podía parar. Sabía tan bien y parecía tan saludable, aunque no lo sea. Es tan agradable. En diez años quizá pese 150 kilos y sea una ballena al piano, pero habrá valido la pena.