Denis Côté fascina en la Berlinale con su cruce quebequés de «Pedro Páramo» y «Twin Peaks»

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

El actor Robert Naylor, el director Denis Côté y la actriz Larissa Corriveau, en la alfombra roja de la Berlinale para presentar «Ghost Town Anthology»
El actor Robert Naylor, el director Denis Côté y la actriz Larissa Corriveau, en la alfombra roja de la Berlinale para presentar «Ghost Town Anthology» T. S. | AFP

El cineasta Jayro Bustamante denuncia en la magnífica película «Temblores» la homofobia en Centroamérica con los evangelistas como brazo armado

12 feb 2019 . Actualizado a las 08:06 h.

Tras casi medio festival de mortandad, asistimos a una casi perentoria resurrección de esta hasta ahora abrasiva Berlinale con dos grandes obras, las del contrastado cineasta canadiense Denis Côté y del joven autor guatemalteco Jayro Bustamante, que se dio a conocer aquí hace cuatro años con Ixcanúl y ahora emerge como autor mayúsculo con Temblores, incomprensiblemente excluida de la competición, en otra decisión marciana de su comité programador.

Denis Côté es uno de esos nombres que posee un territorio personal marcadísimo: el de lo espectral, la perturbación nacida de lo que hay -o intuimos que late- más allá de la línea de sombra. En España, lamentablemente, su cine apenas se conoce: hay que aprehenderlo a través de festivales que ponen en valor su cosmogonía inimitable. Ghost Town Anthology nos asaltó ayer como emanación arrebatadora de su arte. Es algo así como su Pedro Páramo quebequés, con nieve barriendo el mexicano polvo original. En un pueblo de 215 habitantes, el extraño accidente o suicidio en automóvil de un joven es la espita que dispara la ruptura de la dead-line racionalista. De entre la niebla, vemos surgir los fantasmas, los seres queridos del lugar, que retornan del más allá. Los revenants, primero tímidamente. Luego, en coro, algunos con máscaras que parecen celebrar el culto al Día de Difuntos. Denis Côté oficia de médium en este cross-over sensible que atraviesa dimensiones. Y lo filma en 16 milímetros cuyo grano nos atrapa al inyectar tanta fuerza visual en esa transmigración que se respira también con toques de surrealismo que trae ecos del primer Twin Peaks de David Lynch.

Coté no admite componendas. Su propuesta se toma o se deja. Y seguramente muchos no entrarán en los códigos innegociables de Ghost Town Anthology, que no explica nada donde nada cabe explicitar. A mí me parece subyugante este viaje al hereafter, donde la nieve y los que se fueron se hacen presentes y cohabitan rompiendo el eje de lo terrenal para abrazar lo inaprensible en esta obra de vuelo tan alto que es indetectable por los listones de lo canónico o lo ramplón de tanto cine malo visto aquí.

El ejército evangélico

Temblores, la segunda película de Jayro Bustamante, me parece capítulo esencial que trascenderá este festival con su acerada carga política. Mucho más allá de las múltiples maneras de denunciar la homofobia que el cine ha encontrado, Bustamante rearma su historia a partir de una inmersión en la buena sociedad de una de esas treinta familias que viven bien en Guatemala. Y en cómo uno de sus miembros, una vez decidido a soltarse la rienda y a desbocar su mundo al salir del armario, se encuentra no solo con los rechazos convencionales. En Temblores, en su guion poderosísimo, entra en juego uno de los nuevos poderes de la reacción ultra en Latinoamérica: el brazo armado del ejército evangélico. Bustamante lo va introduciendo más como un big brother a lo naranja mecánica que como la secta de la Internacional Negra que recauda con credit card en la propia misa. La castración de su agonista, con inyección química directa en sus testículos, es la gran metáfora de ese caballo de Troya, uno de los que en Latinoamérica está volviendo impotentes la democracia y las libertades.