La despedida de Ennio Morricone

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Más allá del cine, Morricone ha compuesto un centenar de piezas de música clásica
Más allá del cine, Morricone ha compuesto un centenar de piezas de música clásica Sven-Sebastian Sajak

El autor más popular de música para cine anunció su retirada tras cumplir 90 años

13 ene 2019 . Actualizado a las 09:27 h.

Hasta que llegó su hora. Y no la de la muerte, a la que dice no temer, sino la de los 90 años, edad que Ennio Morricone cumplió el pasado noviembre. Sí, 50 años después del estreno de Hasta que llegó su hora, aquel spaghetti western de Sergio Leone, ha anunciado, hace unos días, lo que parecía imposible: se retira. Y no porque esté en baja forma. De hecho, se halla inmerso en la realización de una gira de conciertos -se trata de 60 años de música, que inició en el 2016- con que aún visitará varios países europeos, entre los que no está España, como Alemania, Polonia, Hungría, Dinamarca, Suecia, Noruega, Bélgica, Irlanda y República Checa. El compositor se mostraba feliz de gozar de tan buena salud y poder despedirse ante el público dirigiendo su propia música.

Quién le iba a decir a su padre, el trompetista Mario Morricone, cuando apoyó a su hijo para que se pudiera dedicar a la música, que Ennio (Roma, 1928) iba a llegar tan lejos. Ni él mismo lo imaginaba tampoco cuando abandonó lo que llama música absoluta para dedicarse a la música aplicada. No fueron decisiones fáciles. Formado en la corriente clásica vanguardista -en la línea de Webern y Schoenberg-, estrenó su primer concierto para orquesta en Venecia en 1957, y enseguida vio que aquello apenas daba para alimentar a su familia. En realidad, no fue una verdadera elección, decía, ya que él hubiese preferido la música para conciertos y su trompeta, hasta el punto de que ocultaba a su maestro que se sacaba un dinerillo haciendo arreglos populares para otros. Pero la necesidad había dictado sentencia.

Morricone es un devoto de la «la transpiración, el trabajo, el sudor y la fatiga»

Y Morricone, que no cree en las musas, a las que concede el 1% de su labor, y que es un devoto de «la transpiración, el trabajo, el sudor y la fatiga», a lo que atribuye el 99% restante, por ese camino del artesano-antes-que-artista, con su disciplina, acabó por revolucionar la música de los wésterns y, de paso, el mundo de las bandas sonoras en general. «La inspiración -solía afirmar hace años- es un concepto romántico para seducir a las muchachas del ochocientos». Es un hijo de su tiempo, vivió en la Segunda Guerra Mundial, la ocupación de Roma por los nazis y después por los aliados. Eran años duros, de dificultad y miseria. Fue con esta firme «filosofia di lavoro» como llegó a colaborar con directores como Sergio Leone, Pasolini, Bertolucci, Marco Bellocchio, los hermanos Taviani, Don Siegel, Samuel Fuller, John Carpenter, Malick, Buñuel, John Huston, Boorman, De Palma, Almodóvar, Oliver Stone, Polanski y Tarantino.

 «Por un puñado de dólares»

Aún hoy, que acumula a sus espaldas más de medio millar de filmes a los que puso música, no le cuesta recordar Por un puñado de dólares (1964), de Sergio Leone, al que enseguida identificó con el niño que había sido su compañero de colegio en 3.º de enseñanza básica. La película los colocó a ambos en el mapa del séptimo arte. En realidad, Leone había escuchado unas músicas que Morricone había hecho para un programa de televisión, unas percusiones que evocaban el ruido de trabajo en la ciudad escuchado desde el campo. Y le pidió que hiciese un tema nuevo, que superpuso sobre esos arreglos. Una melodía para un silbido que iniciaría la leyenda que se completó como Trilogía del dólar con La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966).

Su esposa, Maria Travia, compuso algunas letras para sus canciones

Su trayectoria pasa por Almería e Italia pero también en Hollywood triunfó. Salvo que él quería evitar instalarse en Los Ángeles, permanecer en Roma. En su palacete del centro, con vistas a la colina Capitolina, podía mantener su rutina de trabajo, que lo hacía sentarse para componer a las nueve de la mañana en su escritorio, al que volvía por la tarde. Siempre contó con el apoyo incondicional de su esposa, Maria Travia, con la que se casó en 1956 y crio cuatro hijos, y cuya intuición musical tiene en alta estima -por no añadir que ella compuso algunas letras para sus canciones, como uno de los temas de amor del filme de Tornatore Cinema Paradiso, o para piezas corales de La misión-.

El fenómeno sideral de Morricone se disparó en la década de los ochenta con sus bandas sonoras de las producciones estadounidense Érase una vez en América (Leone) y británica La misión (Roland Joffé), dos de sus partituras más celebradas.

 «La misión»

Él ha confesado más de una vez que le dolió mucho no haber logrado el Óscar con la música de La misión (1986) -que sí mereció el Globo de Oro y el Bafta-, que le arrebató el pianista de jazz Herbie Hancock con su trabajo para Bertrand Tavernier en el filme Round Midnight. Sí se lo dieron finalmente, hace dos años, por Los odiosos ocho, de Tarantino (en el 2007 ya le habían concedido el Óscar honorífico).

Pese a que en su día Ennio decidió que lo suyo no sería la senda culta de un Luciano Berio o un Bruno Maderna, él sigue amando a Bach, Frescobaldi y Stravinski, y admirando la exquisita obra de colegas del ámbito cinematográfico como Bernard Herrmann y Alex North. Sí, dos gigantes del celuloide, pero ninguno tan popular como Morricone, cuyo tema L’estasi dell’oro, de El bueno, el feo y el malo, hasta usaron en sus conciertos bandas como Metallica, Ramones y Massive Attack.