«Escribir una novela es como resolver un teorema»

Miguel Lorenci BARCELONA / COLPISA

CULTURA

Guillermo Martínez (1962), ayer en Barcelona.
Guillermo Martínez (1962), ayer en Barcelona. Quique García | EFE

El narrador argentino Guillermo Martínez viaja en su novela «Los crímenes de Alicia», con la que acaba de ganar el premio Nadal, del país de las maravillas al de las pesadillas

08 ene 2019 . Actualizado a las 08:18 h.

Matemático, lógico, amante del ilusionismo, el ajedrez y el tenis, además de escritor, Guillermo Martínez, (Bahía Blanca, Buenos Aires, 1962) coincide en muchas cosas con Lewis Carroll, cuya vida es el motor de la novela Los crímenes de Alicia, que dio al autor argentino el 75.º premio Nadal. Una intriga policíaca ambientada en Oxford en la que la maravilla de Alicia se torna en pesadilla. Un thriller trufado de lógica y filosofía y con el que regresan el profesor Seldom y G, protagonistas de una anterior novela suya, Los crímenes de Oxford.

-¿De la maravilla a la pesadilla?

-En alguna medida sí. Indago qué hay de ominoso y siniestro en el mundo de Alicia. Al imaginar crímenes que pertenecen, por lo simbólico, a ese mundo mágico, atisbé el lado más oscuro y siniestro de unos personajes forzados a pensar en las muertes que aparecen en el libro de Carroll.

-Matemática o literatura, ¿qué le sedujo antes?

-No soy el matemático que se dedicó a la literatura. Escribir es mi primera pasión. Mi padre era escritor y con 7 años escribí mi primer cuento, Peón cuatro rey.

-¿Qué las conecta?

-La analogía principal es que en ambos casos se trata de mundos platónicos. El matemático ve primero los patrones en el mundo ideal de los objetos matemáticos. El escritor ve una constelación de personajes, giros y finales de una ficción. Hay que bajar a tierra ese mundo en una codificación escrita. El matemático formula un teorema, que es una sucesión de líneas que encadenan y deducen afirmaciones hasta llegar a la tesis. El escritor también codifica en líneas y frases, cada una con un sentido, para armar el significado final. La diferencia es que el lector resignifica lo que ha escrito y eso no es posible en matemática, donde todos han de interpretar lo mismo. La literatura admite ambigüedades y significados múltiples imposibles en matemáticas.

-¿Resolver teoremas y una novela se parecen?

-En la pasión hay cálculo y en el cálculo muchas veces también hay pasión. No son mundos tan separados. Andrew Wiles, el matemático que probó el teorema de Fermat, se encerró durante siete años. Abandonó su carrera para resolverlo. Se parece mucho a lo que hizo el capitán Ahab para cazar a la ballena blanca, a Moby Dick. No hay diferencias. En la ciencia hay epopeyas a las que no se les presta atención y la intriga policíaca da un juego que no está en otros géneros. El autor quiere seducir o provocar rechazo en el lector. Es un reto muy parecido a un acto de ilusionismo que me seduce. Hay cierta correlación entre el ilusionismo, la demostración de un teorema matemático y la escritura en la novela policíaca.

-Lewis Carroll, a los ojos de hoy, resulta personaje incómodo, ¿es un pederasta?

-La novela aborda ese asunto. Hay versiones sobre cómo tomaba las fotos de Alice y a quién se las mostraba. Planteo cómo se ve hoy a Carroll. Su sobrino habla con orgullo de cómo se vinculaba a los niños. Doy todos los elementos pero no juzgo. Es como en Pierre Menard autor del Quijote, el legendario cuento de Borges. Escrito hoy línea a línea, el significado del Quijote sería distinto.

-¿Qué otros referentes tiene?

-Witold Gombrowicz y Henry James se suman Borges. Una trinidad conectada por la incertidumbre, por la ambigüedad moral de los personajes y situaciones. El temblor de lo real en Gombrowicz me apasiona. Son tres aproximaciones filosóficas diferentes de mundos que siento afines.

-¿Cómo encaja la filosofía con la novela policíaca?

-De mil maneras. En Los crímenes de Oxford estaba ya la tensión entre lo verdadero y lo demostrable, qué es puramente filosófico. Ahora abordo las continuaciones posibles de una serie lógica, que en este caso son los asesinatos. Un problema que preocupa mucho a Wittgenstein. No se sabe bien cuál es el patrón, pero hay elementos que hacen pensar que los crímenes están relacionados con Alicia en el país de las maravillas y su lógica desquiciada. Otro es la traducción de lenguaje y significados. Pero que no se inquiete el lector. Esto no es un Tractatus.

-¿Narra crímenes sangrientos o de guante blanco?

-Los crímenes imperceptibles era el título original de Los crímenes de Oxford. Eso da pistas. Tienen que ver con la técnica de las matemáticas; crímenes abstractos, con poca sangre. Pero hay de todo.

-¿Le debe mucho al cine?

-Relativamente. Antes de que Álex de la Iglesia se fijara en mi novela se habían vendido siete ediciones del libro en España y se tradujo a 40 idiomas. Tras la película se vendieron cuatro más, pero nunca sentí que debía el éxito a la película. Me fascinó que mi director favorito se fijara en ella y la rodara. Pero el cine es una cosa y la literatura otra. El cine no es el mayor éxito de una novela ni la consagración del escritor, que se juega en el terreno de las lecturas y en el paso del tiempo. El éxito es terminar la novela. Sentir que estás conforme y que diste todo lo que podías. Lo que viene después a veces es mejor o peor. Y no lo puedes manejar. Mi formación matemática me dice que el problema está terminado cuando uno lo resuelve. En este caso salió muy bien.

-No continúa «Los crímenes de Oxford», pero vuelven los protagonistas...

-Regresan, sí, pero a un mundo diferente. Parte de un hecho real sobre Carroll: sus familiares arrancaron páginas de su diario y se descubrió luego un documento con la clave sobre esas páginas y de un momento crucial en su vida.Todo lo demás es imaginario. Creo una hermandad Lewis Carroll que se parece vagamente a la que existe en Oxford y que publicó sus diarios completos. Imagino personajes que nada tienen que ver con los biógrafos reales. Durante más de tres años investigué, devoré biografías contradictorias, desmenucé polémicas y estudié la historia de la fotografía. Jamás lo había hecho como escritor y a veces me había reído de quienes lo hacían.

-No hay dos sin tres [para Sheldom y G], decimos en España.

-En un futuro más o menos lejano puede que haya otra historia de Sheldom y G. Tengo vagamente el tema, pero no el punto de vista.

-Todos tenemos tres vidas: la pública, la oficial y la secreta. ¿Usted tiene más?

-Sí. Tuve una vida política, de ajedrecista y otras deportivas como tenista casi profesional.

-Su padre le invitaba a escribir cada domingo y no tenía televisión ¿La pantalla es enemiga de la literatura?

-Depende del espacio que le des. Si el de la literatura es cero, será difícil lograr que los chicos se concentren. El problema de las nuevas generaciones es la falta de concentración, algo que yo sí ejercité tanto con lectura como con el ajedrez.

-Tercer argentino en el premio Nadal. ¿Está orgulloso?

-Claro. Somos solo cinco hispanoamericanos en 75 años. Tres argentinos, con Juan José Saer y Luis Gasulla (ganador en 1974). La lista del Nadal es imponente, el espejo de la mejor literatura española. Es un orgullo entrar en esa lista.