«Me enamoré de Corrubedo y supe que algún día tendría allí una casa»

pablo varela / C. A. A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

Algunas de las obras que expone Gloria García Lorca fueron hechas en Galicia
Algunas de las obras que expone Gloria García Lorca fueron hechas en Galicia MARCOS MÍGUEZ

La artista, sobrina del célebre poeta andaluz, inaugura la muestra «Manos de barro» en la Galería Vilaseco

22 nov 2018 . Actualizado a las 10:59 h.

Gloria García Lorca (Nueva York, 1945) cruzó el Atlántico con 23 años para desembarcar en Madrid. De apellido reconocible, intenta escoger muy bien las palabras para definir su obra, fruto de idas y venidas que, reconoce, le hacen pensar que «al final, no eres de ningún sitio». Sin embargo, parte de su vida ha estado indisolublemente ligada a Galicia, donde veranea desde hace años y regresó hace poco para dar impulso a la muestra Manos de barro, que inaugurará este jueves en A Coruña, en la Galería Vilaseco, desde las 20.30 horas, y que correrá el telón el próximo 25 de enero.

-El artista parece que nunca es de ninguna parte y siempre de muchos lugares distintos.

-Yo nací en el exilio de mis padres. La sensación es que, por un lado, estás en una casa completamente a la española y, por otro, que fuera está una ciudad totalmente diferente como lo es Nueva York. Estuve y estaré entre dos lenguas, dos vivencias. Y eso siempre se queda ahí.

-Hábleme de Corrubedo.

-¿Qué te puedo contar? Allí llegué con mi marido antes de casarnos. Y descubrí un sitio con el que me identifico totalmente. Me recuerda un poco a la costa este de los Estados Unidos, por estar a orillas del Atlántico y ser muy parecidas. Eso me atrae. Me enamoré de Corrubedo y entonces supe que algún día querría tener allí una casa, como así fue, finalmente.

-¿Qué significado tiene la muestra «Manos de barro»?

-Se trata de tres salones con obras realizadas en tres momentos diferentes. Las torres, que simbolizan la apertura y cierre de caminos, las realicé a caballo entre Corrubedo y Madrid, de hecho. Y después, en otra sala, hay un estante con una serie de piezas que aluden a las circunstancias y situaciones fruto de la vida que incorporas hasta que son parte de ti. Muchas de ellas las cocí en un horno de Catoira junto a una chica que es ceramista.

-Usted hace alusión a que, al nacer, somos tierra. Y al morir, también.

-Llegó casi por casualidad, porque estaba algo cansada de la pintura y con el barro encontré lo que yo quería comunicar. Lo que deseaba compartir. Hago una relación con la vida y la existencia, en la manera en que el barro siempre guarda un recuerdo: si recoges un trozo, le das una forma y después otra, tiende a recuperar la original. Es como si pudiese guardar esa memoria. Y eso, la verdad, me parece muy interesante conceptualmente.

-¿Buscaba honrar en cierta manera el recuerdo de su tío Federico?

-No, no en este contexto. La figura de mi tío siempre está muy presente porque en la familia hemos crecido escuchando y hablando de él, pero aquí no tuvo incidencia.

-¿Qué impacto tiene el exilio en sus proyectos artísticos?

-Es la realidad que yo viví toda mi vida. Y eso tiñe tu existencia, también para relacionarte. Era una situación extraña: Estados Unidos era una democracia y España vivía entonces una dictadura. Así que yo me crie en un lugar donde mis padres estaban vinculados de una forma circunstancial, porque aunque consiguieron regresar antes de la muerte de Franco, querían volver pronto y eso no ocurrió.

«Toda la obra de un creador es cúmulo de sus experiencias personales»

«Ahora mismo estoy escribiendo bastante. Y ahí Corrubedo tiene presencia, no tanto en la obra plástica», matiza Gloria. Sentada sobre un banco en la galería, se detiene a pensar en busca de un concepto que vertebre todos los proyectos que ha llevado a cabo hasta ahora. Y casi al final de la entrevista, razona con calma: «Mucha de mi producción tiene que ver o gira en torno a la naturaleza». Las torres de barro que se alzan en la sala principal de Vilaseco parecen darle la razón. Cualquiera podría intuir en ellas un tótem, pero también unos tallos de bambú. Y parecen algo más que eso: quizá oportunidades que vienen y van.

Sobre el juego con los espacios y los avatares de la vida, García Lorca explica que «todo lo que hace un artista es, normalmente, un cúmulo de sus experiencias personales». Y en ese proceso creativo, a su juicio, mucho tiene que ver con que «en muchas ocasiones, el cerebro o la sensibilidad de cada uno almacena según qué cosas de una manera muy particular para que puedas identificarlas con posterioridad».

En su caso, la infancia y formación en Nueva York, donde estudió en el Sarah Lawrence College, le permitió recibir un influjo notable de las escuelas americanas. Especialmente en la pintura. «Quizá menos en la escultura y la cerámica. Ahí no reconozco tanto la conexión con la cultura estadounidense», cuenta.

Pero en su trayectoria general, casi siempre con un pie en Madrid, donde reside y ha llevado piezas a colecciones en el museo Reina Sofía y la Fundación Loewe, todo remite a una herencia artística de aquí y allá. De ahí que no se sienta partícipe de una escuela en especial en lo tocante a las áreas donde se mueve. «Todo el mundo, y los artistas en particular, estamos tocados por lo que nos rodea», concluye la sobrina del poeta granadino Federico García Lorca.