Audiard se reinventa en el libérrimo wéstern «The Sisters Brothers»

josé luis losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

TONY GENTILE | Reuters

Joaquin Phoenix y John C. Reilly protagonizan el filme, basado en la novela de Patrick deWitt, que puede llegar al Óscar

09 may 2019 . Actualizado a las 17:56 h.

No hay jornada en esta Mostra que no nos proporcione descubrimientos de cine euforizante. El francés Jacques Audiard, cuya anterior película, Dheepan, ganó la Palma de Oro en Cannes, da el salto al cine norteamericano con una obra de todo punto colosal, The Sisters Brothers, en la cual no solo sabe aplicar las leyes esenciales del wéstern sino que las logra subvertir y revivificar en un ejercicio de autoridad creativa portentoso.

Parte Audiard de la adaptación de una novela de Patrick deWitt, ambientada en el tiempo de la fiebre del oro en California, pero rebaja el humor del texto original para asentar la fuerza indomeñable de su película en una extraña épica que reinventa espacios que provocan que el filme cabalgue a su antojo, sin que adivinemos nunca el rumbo y los destinos de su viaje hipnótico.

Joaquin Phoenix y John C. Reilly son los hermanos que parten -como pistoleros a sueldo de un magnate- a la caza de un hombre misterioso, cuyo secreto parece poseer un valor incalculable. Audiard va armando su historia itinerante, asentada sobre el canon clásico en el wéstern de la persecución a caballo por territorios sin fronteras. Y el filme va creciendo en su naturaleza genuina, como potro cimarrón. El hombre cuya cabeza tiene precio es un idealista que, en plena fiebre del oro, quiere multiplicar el metal precioso para crear falansterios socialistas.

El mejor género del Oeste

Hay citas del utópico Thoreau, dramas que se cuentan al calor íntimo de una fogata y que desvelan el trauma edípico de esos dos tipos duros -Phoenix y Reilly- que, en realidad, son criaturas expulsadas al este del Edén. Respiramos homenajes a Johnny Guitar o a El rostro impenetrable, cuando se alcanza el mar, esa cuarta pared que es sueño y tabú del género del Oeste. Y en esa ola de inspiraciones va tomando The Sisters Brothers el vuelo de una hermosísima película de mágica alquimia que lo va invistiendo de ecos de libertad, de redenciones que remiten a Centauros del desierto. Audiard nos regala este viaje y salimos de él renovados.

Todo lo que de felizmente heterodoxo posee The Sisters Brothers lo tiene Close Enemies de férrea fidelidad al cine policíaco. David Oelhoffen dirige una trama consustancial a su especie: los antiguos colegas que se encuentran a uno y otro lado de la ley, Reda Kateb como policía, Matthias Schoenaerts como traficante de drogas. Oelhoffen le pone pulso a la trama pródiga en balaceras, en un melting pot de mafias mientras ellos no dan abasto para esquivar el plomo.

También en el concurso por el León de Oro pasó el italiano Roberto Minervini con su filme What You Gonna Do When The World´s On Fire? En él documentaliza en blanco y negro la actitud combativa de la población afroamericana y, en concreto la de los Black Panthers, después de que la policía de Baton Rouge matase, en julio del 2016, a Alton Sterling. En las antípodas de Spike Lee, el filme de Minervini es observacional, reiterativo, correcto, aséptico. Pero premiable como todo lo que un jurado perciba que puede molestar a Trump.

«La quietud», la telenovela mutante de Pablo Trapero

Extrañó mucho que La quietud, la nueva película de Pablo Trapero, no fuese aceptada en la competición de Venecia, donde el argentino ganó premio a la mejor dirección hace tres años con El clan. El hecho de que se le tuviese que buscar un espacio como proyección especial se explica bien después de su paso por el Lido, proyectada entre risas no buscadas su historia delirante de psicodrama familiar. Arranca La quietud con un tour de force de seudoincesto entre hermanas, las ciertamente casi gemelas Martina Gusman, esposa del director, y Bérénice Bejo. Lo que viene después es algo así como una telenovela mutante o a ratos lisérgica. Son tan disparatadas las situaciones, los diálogos, las infidelidades entrecruzadas, que te llevan a pensar que Trapero no va en serio, que busca una forma de transgredir el género por el humor o el exceso de Almodovear. Pero la irrupción en el guion de un elemento como los crímenes de la ESMA en la dictadura militar disipa ese posible alibi, la excusa del humor no comprendido. No, esto va de veras, me repito incrédulo mientras vemos a la gran dama Graciela Borges declamar al viento como el personaje de la madre en El zoo de cristal. Tan fuera de lugar como una agonista de Tennessee Williams transterrada a un Jazmín de sobremesa y poliamor.