Oscuro sustrato del Camino de Santiago

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

M. MARRAS

En el ensayo «El dios sin nombre», el escritor jerezano Óscar Carrera indaga símbolos, leyendas e historia de la ruta jacobea en «un intento de ordenar un maremágnum»

03 ago 2018 . Actualizado a las 16:14 h.

Cuando en el verano del 2012 Óscar Carrera (Jerez, 1992) se planteó hacer el Camino de Santiago partiendo de San Juan de Piede Port (y hasta Fisterra), se dijo que la experiencia vivencial era su gran objetivo. Buscaba senda, soledad, silencio; nada de vehículos, nada de listas de música, ni cascos, ni MP3, nada de lecturas que distrajesen la calzada, tampoco smartphones -«entonces no eran tan mayoritarios», recuerda- y las conexiones mínimas a Internet que obligase la necesidad de aquel emprendimiento. Fueron días de dedicación exclusiva. Unas botas y los sentidos entregados a dejarse traspasar por la empresa andariega. Pero en época estival «la soledad en el Camino hay que buscarla, y no es fácil de hallar», especialmente en los últimos cien kilómetros, donde coinciden peregrinos llegados de muy lejos con los que dedican unos días o el fin de semana. El tramo entre Burgos y León, que no gusta a mucha gente, dice, es más propicio para compartir trazado con romeros de mayor ambición espiritual. Lo que no quita, matiza, que el sentimiento de camaradería esté entre lo más gratificante de la vía jacobea, como también, anota, la hospitalidad y generosidad campesina, de los vecinos, particularmente en Galicia, que lo mismo abandonan una cesta de fruta en la orilla que dejan abierta la puerta de una cabaña para que el caminante pueda tomarse un respiro, al fresco -«alguna incluía hasta una guitarra en el programa de relajación», relata.

Trató Carrera de no informarse demasiado, de salir al paso de lo que le ofrecía el recorrido virgen de referencias y recomendaciones, ignorante sobre las mejores opciones y las decisiones más inteligentes. También rehusó la libreta y las anotaciones, evitando la tentación de presentar después un discurso atractivo que realzase lo que convenía realzarse. Ni siquiera pensaba en escribir sobre ello. «Sí pude intuir que había tras el Camino algo muy oscuro y profundo, pero también inasible a la interpretación. Y es que no sobraban las horas -evoca-. Con cuidar bien los pies, uno tiene ya más que suficiente».

Sin embargo, el tiempo fue dejando que el poso de aquellas 30 jornadas de ruta cuajase. Las campanas fueron aclarando su sonido y, poco a poco, Carrera fue percibiendo «la existencia de un entramado mitológico y simbólico muy difícil de penetrar» que lo iba fascinando. Había detrás una historia muy antigua, explica, tejida entre leyendas de la zona, que antecede incluso al propio Santiago. De hecho, dice, en su historia, resuenan los ecos de otras como el viaje del semidiós Hércules a A Coruña, el ciclo de los nóstoi sobre el regreso de las guerras de Troya, la barca de Noé varada en un monte cercano a Noia o, ya posteriormente, el cadáver del hereje Prisciliano llevado a Galicia por sus seguidores.

La búsqueda de este conocimiento -«un intento de ordenar un gran maremágnum»- fue el motor del libro de Carrera El dios sin nombre (Ediciones Trea), que, como subraya en su subtítulo, trata de aclarar de dónde proceden los símbolos y las leyendas del Camino de Santiago y del apóstol. No es un tratado de iconografía, ni una guía al uso etapa por etapa, sino que, sin un afán de exhaustividad absoluta, trata de establecer un esbozo de retrato interpretativo que una como en una enorme malla los muy dispersos hitos mitológicos del noroeste peninsular. Otra cosa, matiza, sería caer en un proyecto enciclopédico que lo habría superado.

No cargar en la mochila

Aunque descarta recomendar cargar el tomo en la mochila -no ofrece información de servicios, datos prácticos, consejos-, admite que intentó que todo tuviese una prestancia literaria y que cubrió las lagunas -«verdaderos océanos», puntualiza- con imaginación creativa, que califica como «el auténtico pegamento que trata de dar al caos forma de relato». De hecho, las precisiones excesivamente técnicas -«solo incluidas si son relevantes, no como mera curiosidad erudita»- las derivó a las notas a pie de página.

Sea como fuere, Carrera dedicó seis años de escritura a este trabajo, a caballo entre el ensayo y la ficción, donde, según el editor, los lectores disfrutarán de un variopinto desfile de personajes y lugares: «El apóstol Santiago, la vieira o la pata de oca se pasean por los misterios de Eleusis, el Egipto faraónico, el Madrid de los Austrias, los castros gallegos o los festivales europeos del primero de mayo». También hallará trasposiciones paralelas de Santiago el Mayor en otras culturas y religiones, al tiempo que afloran los ritos que antaño celebraban el Camino y su patrón en Europa. En fin, «una obra abundante en conjeturas sólidamente fundadas que aspira a esclarecer, si no la densa bruma que siempre ha cubierto el Camino, al menos alguno de sus infinitos recodos». Y que a Óscar Carrera le gustaría que se gozase como novela.