Polanski maneja con maestría en este filme la carta de la ambigüedad. «No quiero que el espectador piense ‘esto’ o ‘aquello’, quiero simplemente que no esté seguro de nada. Esto es lo más interesante: la incertidumbre». Y es que la imaginación es la mejor máquina de crear terror si los indicios son lo suficientemente sugerentes y en este caso lo son, envueltos en un halo de normalidad y con una obsesión por el detalle con la firma de Polanski.
«No hay nada de sobrenatural salvo la pesadilla. La idea del diablo podría considerarse como una paranoia de Rosemary durante su embarazo o por una depresión posparto», afirmó Polanski al canal de YouTube Conversations Inside The Criterion Collection. No obstante, el espectador empatiza inmediatamente con la frágil y angelical Rosemary, que se hunde cada vez más en un ambiente en el que su marido, su médico y los entrometidos vecinos le arrebatan el control de sí misma como persona y como mujer. Una fragilidad y desesperación que borda una principiante y católica Mia Farrow, quien se enroló en el filme a pesar de la oposición de su marido, Frank Sinatra -le envió los papeles del divorcio al rodaje-, o que fue capaz de comer hígado crudo siendo vegetariana. «Para ser sincero -reconoció Polanski-, no estaba entusiasmado con ella hasta que empezamos a trabajar. Entonces descubrí, para mi sorpresa, que es una actriz brillante. Este es uno de los papeles de mujer más difíciles que puedo imaginar».