«Disobedience»: Matar al padre

Eduardo Galán Blanco

CULTURA

«Disobedience», Sebastián Lelio, es una bonita historia de búsqueda de la identidad

26 may 2018 . Actualizado a las 09:28 h.

Mientras un viejo rabino muere durante la ceremonia que oficia en una sinagoga del norte de Londres, a miles de kilómetros, en Nueva York, su hija, fotógrafa, toma instantáneas de un anciano tatuado que semeja estar en paz con su cuerpo y su alma. La herida sonrisa de Rachel Weisz, nuestra sufridora heroína, parece comprender que en aquel viejo está la armonía y la aceptación de uno mismo. Cerrando el círculo, al final del filme, la fotógrafa analógica -las primeras instantáneas las toma con una 6x6 de rollo- dirige el objetivo de la cámara compacta hacia la tumba de su padre, una cama de tierra negra en medio del prado verde. «¡Adiós, papá!», se despide.

Entre esas dos secuencias encontraremos una bonita historia de búsqueda de la identidad, como en otras películas del director chileno Sebastián Lelio, autor de Una mujer fantástica o Gloria. La hija del rabí regresa a la rígida comunidad patriarcal en la que creció, para ajustar cuentas, dispuesta a desobedecer, una vez más. La casa familiar y todo lo que contiene se lo ha legado el padre a la sinagoga, como rechazo oficializado de las raíces -judías ortodoxas- que ignoran a la desobediente. Todo es ceremonial, gris, negro, nocturno, frío. Y de eso huyó la rebelde, buscando la vida.

Como siempre, la vuelta a casa, pone en contacto a la hija pródiga con sus seres queridos del pasado. Alessandro Nivola y Rachel McAdams se casaron, perpetuando la paralizante estructura gélida del matrimonio ortodoxo. La historia de amor que estalla entre las mujeres juega con la belleza de lo clandestino y el vigor en sombras. Es evidente que Disobedience nos remite a otras cintas de amor lésbico recientes, desde Carol hasta La doncella, pasando por Diario de un escándalo, y, aunque carece de la poesía de ellas, nos regala una secuencia amatoria, larga y urgente, cargada de rasgos y significados, bonito émulo de la pasión amorosa incontenible, en tierna y torpe búsqueda del absoluto, protagonizada por dos actrices en estado de gracia.

Justo antes del plano final, Rachel Weisz camina por el cementerio, precedida por la cámara -como lo hacía Alida Valli en El tercer hombre-, con el hálito de un pequeño ángel vengador que atraviesa el reino de los muertos, que un día fueron vivos.