Ya no quiero jugar más

eduardo galán blanco

CULTURA

«Verdad o reto», dirigida por Jeff Wadlow, tiene un prometedor arranque para un filme barato de terror adolescente, pero resulta fuego fatuo que se apaga pronto

20 may 2018 . Actualizado a las 10:11 h.

Un coche a toda velocidad llega a una gasolinera, cerca de la frontera mexicana. La chica que conduce entra en el local polvoriento. Suena un teléfono que atiende el dependiente chicano, que, tras escuchar alguna misteriosa instrucción, le pregunta con voz de ultratumba, a la recién llegada: «¿Verdad o reto?». Entonces, la joven actriz Aurora Perrineau, llorosa, ruega a su interlocutor: «¡Por favor, ya no quiero jugar más!».

Prometedor arranque para un filme barato de terror adolescente, pero fuego fatuo que se apaga pronto. El grupo de chavales yanquis que van a pasarlo bien a la Gomorra mexicana, saciados de diversión rutinaria y ansiando emociones fuertes, se encuentran con un juego de rol peligroso que se traen con ellos de vuelta del viaje. Y ya, desde ahí, hay poco lugar para la sorpresa. Si acaso, la bochornosa confirmación de lo peligroso que es México para los americanos, en un discurso poco disimulado que parece apoyar el gran muro de Donald Trump.

Pero que nadie se asuste y que tampoco se haga ilusiones. Ni hay mucha carnaza -sanguinolenta o política- ni tampoco hay nada demasiado malintencionado. No nos divertiremos. Uno ya está agotado de tanto niño perseguido, de tanto morbo dentro de un orden, de tanta carne fresca inmolada. La protagonista -Lucy Hale, como su compañera Perrineau, salida de la serie Pequeñas mentirosas- escucha en la segura biblioteca de la high school cómo sus colegas de estudios, poniendo la cara diabólica número uno, le dicen la frase de marras. «¿Verdad o reto?», suena una y mil veces la maldición y se desata la paranoia juvenil -y la del espectador adulto, mosqueado, también-, esparciéndose como un virus entre la alegre pandilla, para que una película de serie B se convierta en la enésima cinta de falso éxito durmiente. El teen horror siempre es barato y da beneficios.

¿Algo más? Sí, claro. Mutilaciones -martillazos en las manos-, algo de sangre que se escurre tras las puertas y facilón material sobrenatural para un estudio sociológico de la joven sociedad americana, tontunamente enferma. «Elijamos la verdad», dicen los amiguitos. Y a uno le entran unas ganas tremendas de no jugar más a este juego.