La fascinante «Cuchillo más corazón», riesgo en la última jornada de Cannes

josé luis losa REDACCIÓN / E. LA VOZ

CULTURA

STEPHANE MAHE | Reuters

La vergonzante «Cafarnaum» apela a la sensiblería para optar a la Palma de Oro, que se conocerá en la tarde de hoy

19 may 2018 . Actualizado a las 08:23 h.

La frenética jornada final de este Cannes 71, con irrupciones de última hora a modo de penaltis farragosos, ha convertido el palmarés que se conocerá esta tarde en la madre de todas las batallas: la del cine de estirpe noble que ha iluminado la parte mayoritaria de una sección oficial más que estimable, la mejor de los últimos años, frente a la ponzoña del celuloide trenzado desde la inmoralidad del recurso a la sensiblería, el que apunta a los bajos instintos para hacer caja. Existe miedo y pánico a que un filme de esta especie deleznable, Cafarnaum, de la libanesa Nadine Labaki, sospechosa habitual, autora de engendros como Caramel, pueda echar por tierra la suerte de esta edición. Es la de Labaki una operación de pornografía emocional sin escrúpulos: la que se nutre, de modo carroñero, del embellecimiento de la miseria, en el Beirut de arrabales en donde se nos quiere colar la improbable aventura de un niño árabe a lo Cinema Paradiso y un bebé etíope de un año. Y lo hace como si se tratase de una buddy movie, cine de colegas con estética de anuncio publicitario de pañales, entre seres que agonizan en la infravida. Los golpes bajos de Cafarnaum son tan impúdicos que ha cundido el temor a que este hardcore de la infamia edulcorada sea capaz de engatusar al jurado que preside Cate Blanchett.

También dentro del porno, pero esta vez como género literal, juega la arriesgada y fascinante Cuchillo más corazón, del francés Yann González. En ella, asistimos a la irrupción en el equipo de rodaje de películas eróticas de orientación gay de un serial killer con máscara y armado de un vibrador que se prolonga en afilado cuchillo. Sobre esa idea, González desarrolla un estimulante y valiosísimo juego especular que refleja espíritu seventies, el giallo, el terror de pájaros con plumas de cristal. El cine dentro del cine, la creación de la imagen asociada al sexo, a la pasión y la muerte ficcionada o carnal, en un inspiradísimo torrente homoerótico encabezado por Vanessa Paradis, donde se entrecruzan Genet y Pasolini, Dario Argento, De Palma o el Antonioni de Blow Up.

El «Quijote» de Terry Gilliam se cae con toda la armadura

Cate Blanchett y el jurado que preside dilucidan en la jornada de hoy si van a actuar a la altura de tanto buen cine que ha henchido esta 71.ª edición del festival de lucidez y belleza serena o pasional como las que contienen obras como las del coreano Lee Chang-dong, el polaco Pave? Pawlikowski, el norteamericano Spike Lee y, un escalón por encima de todos, la italiana Alicia Rohrwacher y el mágico deslumbramiento de su Lazzaro Felice.

Con el que será filme de clausura de la edición de este año se cumplió de nuevo la maldición del Quijote de Terry Gilliam. Superada la amenaza judicial, The Man Who Killed Don Quijote se descalabra finalmente en la pantalla, con dos horas de aparatoso desastre artístico. Un guion a golpe de desatinos, con Adam Sandler en alter ego del director y Jonathan Pryce como hidalgo, hace bueno al Quijote de Cantinflas.

Perdido en La Mancha

Y es que hay mucho de cantinflismo no intencionado en este despropósito de la pradera que revela a un Gilliam perdido en La Mancha, con el fatum de que su proyecto endemoniado le haya llegado cuando el fuelle ha abandonado ya al mago del fantastique bizarro.