Jia Zhang Ke y la China devastada por la corrupción en «Ashes is Purest White»

José Luis Losa

CULTURA

ANNE-CHRISTINE POUJOULAT | Afp

El cineasta chino explora la vertiginosa evolución de su país en la película con la que compite en Cannes

12 may 2018 . Actualizado a las 18:41 h.

Jia Zhang Ke es uno de esos autores mayúsculos cuyo cine descoloca en la medida en que se atreve a desafiar a las leyes de la libertar coartada. Lo hace cada vez que golpea con uno de sus perfiles de China como un escenario devastado por la corrupción, la violencia rampante, la mafia instalada en el poder o en sus aledaños. De esta cuña, de la que recuerdo particularmente la demoledora A Touch of Sin nace el film presentado aquí ayer, Ashes is Purest White,  obra de coraje y de inmensa profundidad de campo ideológico y artístico que disfrutamos como película que rezuma verdad y lucidez de cineurgo. Su protagonista es una mujer, compañera de un gangster del business semioficial, un hombre de la situación. El tránsito de este personaje femenino, de la opulencia a la travesía del desierto, de la cárcel y de su ostracismo social hacia el autodescubrimiento y la emancipación, es una poderosa condensación de lo que debe de ser la pirámide de poder y sus crueldades explícitas o solo esbozadas sutilmente de la China del nuevo Gran Timonel. Y su ruta de expiación emociona porque desmocha y muestra que existen vías para la depuración personal incluso en los sistemas y las sociedades más irrespirables. Por lo visto hasta ahora, el jurado presidido por Cate Blanchett, con Kristen Stewart y Lea Seydoux como escoltas debería hacer espacio en los premios principales para esta nueva pieza de resistencia de Jia Zhank Ke.

En Plaire, Aimer et Courer Vite ,el francés Christophe Honoré habla también, con más contención de la en él habitual, de pasiones condenadas de antemano: amores homosexuales en los tiempos tiernos y crueles del sida, ambientada en los primeros noventa, con un escritor que agita sus últimos vuelos, los alientos paradójicamente alegres de un bel morir  antes de la agonía, protegido por un marco de ternura cálida, que no empalagosa, con guiños al grandioso Bernard Maria Koltés, fulminado éste también en ese tiempo por la entonces pandemia.

Marione Cotillard es la única razón explicable para que un film ínfimo como Angel Face, de Vanessa Filho, figure en la selección del festival. Recurre su directora a todas las cartas marcadas del cine de fórmula en cuestión de drama con niña maltratada por los desequilibrios emocionales extremos de una madre desequilibrada. Ya decía Hitchcock que él se negaba a hacer películas con niños, con perros y con Cahrles Laughton. Ante la pésima elección de papeles que viene realizando esta actriz admirable y con el potencial de la Cotillard, tal vez habrá que aggionar la cita de Hitchcock y sustituir a aquel altivo y torturado Laughton, con el cual Hitchcock terminó a palos en La posada de Jamaica por el de una Cotillard con la cual no ganamos para cabreos con tanto culebrón de baja estirpe como el aquí presentado.