Scorsese, Princesa de Asturias de las Artes por su «innovación y clasicismo»

H. J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

FRANCK ROBICHON

El premio, que en el 2015 recayó en Coppola, reconoce así a una brillante generación que cambió Hollywood

26 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Malas calles (1973), Alicia ya no vive aquí (1974), Taxi Driver (1976), El último vals (1978), Toro salvaje (1980), ¡Jo, qué noche! (1985), El color del dinero (1986) La última tentación de Cristo (1988), Uno de los nuestros (1990), La edad de la inocencia (1993), Casino (1995), Gangs of New York (2002), No Direction Home: Bob Dylan (2005), Infiltrados (2006), Shutter Island (2010), La invención de Hugo (2011), El lobo de Wall Street (2013), Silencio (2016). Son algunos de los hitos de una amplia trayectoria cinematográfica de más de cuatro decenios que evidencia además que Martin Scorsese (Queens, Nueva York, 1942) puede afrontar cualquier palo -quizá el wéstern y la ciencia ficción sean sus únicas asignaturas pendientes- sin perder el firme pulso narrativo que lo caracteriza: historias de gánsteres, drama histórico, documental musical, boxeo, mafia, cine negro, drama íntimo, espías, comedia, infantil... Y ultima la producción de The Irishman (su vigesimoquinto largometraje, que prevé estrenar en el 2019), un proyecto de Netflix cuyo presupuesto sobrepasa los 100 millones de euros y que quiere ser el biopic definitivo de Frank Sheeran, el Irlandés, sicario de la mafia y matón involucrado en el asesinato del corrupto y poderosísimo líder sindical Jimmy Hoffa. En el estelar elenco, sus queridos Al Pacino, Robert de Niro, Harvey Keitel y Joe Pesci. 

La defensa de la autoría

Que haya sido galardonado -ayer se conocía- con el premio Princesa de Asturias de las Artes 2018 por su «maestría, innovación y clasicismo» no solo no es una sorpresa sino que corrobora la decidida apuesta de la institución por reconocer a la generación que cambió Hollywood a partir de la década de los años setenta, en que la industria estadounidense vivía momentos de desorientación e incluso un serio declive. Ya quedó claro en el 2015, cuando el premio fue para Francis Ford Coppola, otro de los miembros insignes de aquel movimiento llamado Nuevo Hollywood, en el que también se inscriben Steven Spielberg -que ya ha sido finalista- y George Lucas. Todos ellos tenían una idea de la autoría muy enraizada en las cinematografías europeas y esta firmeza los llevó a plantar cara a los grandes estudios para imponerles el control sobre la obra. El jurado ensalza la capacidad para la renovación, para reinventarse, del realizador estadounidense a lo largo de una sólida carrera que lo erige como «una referencia indiscutible del cine contemporáneo tanto por la trascendencia de su labor creadora como por que se mantiene actualmente en plena actividad». En su argumentación también elogian su papel como promotor de The Film Foundation, que desarrolla «una intensa y amplia tarea de recuperación, restauración y difusión del patrimonio cinematográfico histórico en todo el mundo».

El cineasta neoyorquino se impuso a 35 candidaturas -procedentes de 21 países distintos-, entre otras, las de Serrat, Antonio Banderas, Raphael y los músicos brasileños Caetano Veloso y Gilberto Gil. Y de paso se hizo así con una compensación económica por importe de 50.000 euros. 

Solo un Óscar a la dirección

Pese a ser una figura central en el cine de su país, Scorsese únicamente ganó un Óscar a la mejor dirección con Infiltrados (2006), que no está entre sus mejores títulos. Quizá por esa condición de autor, en Europa enseguida fue señalado como un realizador relevante: recibió la Palma de Oro de Cannes en 1976 por Taxi Driver, un filme rodado con un presupuesto de artesano. Como Woody Allen, Scorsese tiene dificultades para encajar en el mercado de su país, más volcado con el producto del entertainment, aunque él no rechaza nunca que sus cintas enganchen, entretengan y diviertan más allá de sus significados más profundos. Podría entenderse que a sus compatriotas les cueste amar a alguien que pone la sociedad estadounidense ante el espejo de su condición, de su origen y de su historia, fraguados en la violencia, en la furia: Taxi Driver o Gangs of New York son dos buenos ejemplos de ello. Para el hombre particular, para sus criaturas, reserva, sin embargo, la posibilidad de redención ante tanta culpa, algo que, suele admitir, es una de sus particulares obsesiones, y que quizá oculte su educación católica en el seno de una familia de procedencia siciliana.