Sergio Ramírez: «No hay nada más libre que la escritura»

Miguel Lorenci ALCALÁ DE HENARES / COLPISA

CULTURA

Juan Carlos Hidalgo

El escritor nicaragüense celebra «el vasto campo de La Mancha» como «el reino de la libertad creadora»

24 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina es traicionar el oficio», dijo el escritor nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942), un viejo revolucionario de libérrima palabra cervantina que se asoma al mundo desde el compromiso y la literatura, al recibir de manos del rey Felipe VI el diploma y la medalla que lo acreditan como el ganador número 43 de un premio Cervantes que dedicó «a los asesinados por reclamar justicia y democracia en Nicaragua».

«La imaginación es dueña y señora de la libertad», dijo reivindicando «el vasto campo de La Mancha» como «el reino de la libertad creadora» en la solemne ceremonia que acogió, como cada 23 de abril, el centenario paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Lo hizo con un crespón negro en la solapa del preceptivo chaqué «por la terrible situación» de su país y en un acto en el que la política se superpuso a la literatura con la atención centrada en el encuentro del Rey y Rajoy con la cuestionada presidenta madrileña, Cristina Cifuentes. En un tono monocorde que rebajó la emotividad de un discurso titulado Viaje de ida vuelta, habló Ramírez del enriquecedor mestizaje del idioma, de sus deudas con Cervantes y con sus compatriotas Rubén Darío y Augusto César Sandino.

Se refirió antes a la explosiva situación que atraviesa su país, gobernado ahora por un cercado Daniel Ortega, viejo compañero de armas, de revolución y de gobierno y hoy enemigo declarado del escritor. Dedicó su Cervantes también «a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales para que Nicaragua vuelva a ser república», explicó Ramírez, que en la víspera se manifestó con sus compatriotas residentes en España.

«La historia de mi país es reiteradamente desdichada», lamentó. Satisfecho de que el premio «se haya recibido con orgullo para Nicaragua», no ocultó su tristeza ante «tanto luto, tanto duelo y la anormalidad de la vida ciudadana y los tremendos saqueos» acaecidos antes de que Daniel Ortega derogara la reforma de las pensiones y la seguridad social que los desencadenaron.

Regresaba Ramírez a Alcalá, cuna del padre de la novela, 30 años después de acompañar a Carlos Fuentes a recibir su Cervantes. Esta vez lo hizo como protagonista, arropado por su mujer, Gertrudis Guerrero, Tulita, sus tres hijos (Sergio, María y Dorel), sus ocho nietos, su nuera y su yernos.

El escritor, abogado, político y periodista, dijo, escribe «entre cuatro paredes pero con las ventanas abiertas» para contemplar la tragedia de Nicaragua. Insistió en recordar a «las víctimas del poder arbitrario que trastoca sus vidas, y del poder demagógico que divide, separa, enfrenta y atropella». «Todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela», agregó celebrando «el poder de la imaginación». «Lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad, por la que se puede y debe aventurar la vida», sostuvo el autor de Castigo divino. «No hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder», denunció. «La novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas y que cuando toma partido arruina su cometido», advirtió Ramírez.

Recordó sus jóvenes años de revolución en que, «como expresa Cervantes, dejó la pluma y las comedias por las armas». Evocó a Rubén Darío y sus «novedades liberadoras de la lengua que recibió en herencia de Cervantes, sacudiéndola del marasmo». «Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado», dijo apoyándose en Borges. «Cervantino y dariano, ato mi escritura con un nudo que nadie puede cortar ni desatar», resumió.

Felipe VI ensalza que haya sabido nadar en aguas turbulentas y entender el poder como un accidente

Ramírez elogió el doble viaje trasatlántico del idioma que une a quinientos millones de humanos: el de ida a Centroamérica cuando el 19 de agosto de 1605 llegó a Portobelo el Quijote, y el de vuelta «cuando los primeros ejemplares de Azul [revolucionario poemario de Darío] llegaron a España el 22 de octubre de 1888». Cuando Juan Valera escribe una de sus Cartas americanas para decirle a Darío que «ni es usted romántico, ni naturalista, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano» sino alguien que «ha puesto a cocer [todo] en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una rara quintaesencia».

«En algún momento de la vida, uno se encuentra con Cervantes», dijo Ramírez agradeciendo a su madre, Luisa Mercado, que en sus clases de literatura en el colegio de secundaria le enseñara a leer el Quijote, el Libro del buen amor, las coplas de Jorge Manrique, Lope y Quevedo. «No pocos de esos poemas los aprendí de memoria para siempre», confesó parsimonioso desde el estrado. «Soy la síntesis de mis dos abuelos, el músico y el ebanista», dijo antes de recordar a Sergio Pitol, fallecido hace unos días, y reconocer su deuda con amigos del bum como García Márquez o Fuentes.

También el Rey tuvo palabras para el castigado país de Ramírez, «en estas horas difíciles en las que toda España lleva a Nicaragua en su corazón». Para don Felipe, Ramírez, «entregado por igual al compromiso con la lengua y con la ciudadanía», representa «la continuidad de una tradición decisiva desde el siglo XVI a la actualidad». «Es una rama esencial de ese árbol que es la raíz cervantina», agregó para citar a Sor Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, Octavio Paz o Neruda. Y ensalzó al hombre que dotó «a la gran novela centroamericana de modernidad y amplitud» y «supo nadar en aguas turbulentas y entender el poder como un accidente».

Una trayectoria en seis libros

Castigo divino (Mondadori, 1988)

Premio Dashiell Hammett, en la Semana Negra de Gijón de 1990, la novela crece en torno al caso judicial del abogado Castañeda, sospechoso de asesinato.

Oficios compartidos (Siglo XXI, 1994)

«Entre el oficio de escritor y el oficio de político» sitúa Ramírez el viaje reflexivo autobiográfico que realiza en este libro que ahonda en la historia y la revolución.

Margarita, está linda la mar (Alfaguara, 1998)

Primer premio Alfaguara, la novela sostiene la clara carga política de la convulsa historia de Nicaragua. Aborda una conjura en 1956 para matar al dictador Somoza.

Adiós muchachos (Aguilar, 1999)

Texto autobiográfico que profundiza en la ola de fervor que surgió con la revolución sandinista (que acabó con la dinastía Somoza) y la posterior desilusión.

Mil y una muertes (Alfaguara, 2004)

Con la mirada del fotógrafo Castellón, criatura ficcionada e hijo del dictador Francisco Castellón (1815-1855), la novela desnuda las miserias de personajes históricos.

Ya nadie llora por mí (Alfaguara, 2017)

La novela retoma uno de sus más caros personajes, el expolicía Dolores Morales, para guiarse por la Nicaragua despertada del sueño sandinista, la de Ortega y Murillo.