En el corazón de la música

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

MARCOS MÍGUEZ

Una orquesta funciona como un conjunto perfectamente armonizado para convertir las notas de una partitura de hace 300 años en un concierto memorable

02 oct 2019 . Actualizado a las 17:58 h.

El sonido de una orquesta mientras afina es un caos inconfundible: notas que suben y bajan, retazos de melodías que se entrecruzan aquí y allá, una puesta a punto de cada instrumento. Tras unos segundos de silencio expectante, en los que las miradas fluctúan del atril al director, un gesto de este último inaugura la música, que suena nueva y fresca, como si se acabase de crear en ese mismo instante y no fuese la partitura de un concierto para violín y orquesta que Bach escribió hace trescientos años. La discordancia anterior queda borrada por un fluir armónico como solo puede nacer de un conjunto que funciona con la precisión que dan la experiencia del oficio y la compenetración.

De este entendimiento es responsable una treintena de intérpretes -los conciertos de Bach han convocado solo a las cuerdas y una clavecinista- de la Orquesta Sinfónica de Galicia, que llevan toda la semana ensayando el programa que hoy ejecutarán en el Teatro Afundación de Vigo y mañana en el Palacio de la Ópera de A Coruña, en cuyo escenario siguen las indicaciones de su director titular, Dima Slobodeniouk. Los mismos músicos que se presentarán ante el público homogeneizados por el frac y los vestidos oscuros, se muestran aquí tan heterogéneos como tan diversa es su procedencia. Se ven botas de tacón y zapatillas deportivas, vaqueros o chales, botellines de agua o tazas térmicas. La lingua franca es el inglés, aunque Slobodeniouk también conversa en ruso con la solista invitada, Alexandra Soumm, nacida en Moscú, quien a su vez también intercambia impresiones en francés con el concertino de la OSG, Massimo Spadano.

Comunicación silenciosa

Pero la comunicación más intensa es también la más silenciosa. Slobodeniouk dirige no con batuta, sino con su lenguaje corporal, su «herramienta más poderosa», como la define en una pausa del ensayo. Las manos y los brazos son la transmisión más visible de sus indicaciones, pero al director le basta con una mirada o una mueca para comunicarse con la orquesta. Es, dice, una conjunción de musicalidad y de psicología.

Su objetivo es que la ejecución se aproxime lo máximo posible a la versión «ideal» que se ha formado en la cabeza de cómo deberían sonar estos conciertos de Bach y la sinfonía de Mozart -el programa se completa con la número 36, Linz-, ajustando cada pequeño detalle pero sin perder de vista el «estado de ánimo» de la obra, su «paisaje sonoro». Esos detalles son, entre otros muchos, la entrada y salida de instrumentos, cuáles se oyen y cuáles no en cada momento. Por esto mismo son frecuentes las pausas, en las que el director plantea matices -«Tócalo con toda la ligereza que te sea posible»- y las partituras en los atriles se van llenando de marcas de lápiz. En este momento, Slobodeniouk, física y mentalmente, se encuentra en el centro de la obra, en el corazón mismo de la música.

Con todo, el director también es consciente de que, pese a la solidez sin fisuras que desprende la orquesta, los intérpretes no son autómatas, sino que el resultado depende de su suma de sensibilidades, la suya incluida. «Por eso una obra puede variar tanto de una dirección u orquesta a otra, incluso de un día a otro siendo los mismos intérpretes», explica. Y también sabe que su materia prima es el talento de sus músicos y que cada interpretación lleva su sello.

Pero en torno a una orquesta se mueve mucha más gente. Desde las butacas, Antonio Cid repasa las partituras para conocer al detalle las obras que grabarán las cámaras y subirlas posteriormente al YouTube de la orquesta. Regidores, encargados de producción o de archivo también participan en el proceso. Esta mañana, el último ensayo lo presenciarán quinientos alumnos de secundaria, exigentes por la naturalidad con la que afrontan lo que escuchan, dice Slobodeniuouk, quien aventura que quizá entre ellos se encuentre un músico al que dirigirá en el futuro.