Negro, el mastín investigador de Pérez-Reverte

Álvaro soto MADRID / COLPISA

CULTURA

FERNANDO VILLAR | EFE

El escritor publica «Los perros duros no bailan», una novela policial protagonizada por varios canes

06 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) publica Los perros duros no bailan (Alfaguara), una novela policial en la que traslada su complejo universo humano a la altura de la vista de los perros. «Es una novela canónica que al principio fue divertida de escribir, pero, cuando profundicé, se me hizo triste», explica el escritor, un amante de los perros que, desde su cuenta de Twitter, se dedica a buscar hogar para los abandonados. «En España, el maltrato animal sale gratis. Uno puede organizar peleas, torturarlos o quemarlos con un soplete y, como mucho, le caerá un año de cárcel que no va a cumplir y una multa que no va a pagar porque, normalmente, quien hace esto es gente marginal», cuenta el autor, que culpa a las blandas leyes que castigan estos actos.

El protagonista de Los perros duros no bailan se llama Negro, un antiguo mastín que creció en las peleas y que encontró una nueva vida como guardián, pero que no logra desprenderse de sus recuerdos. Negro tendrá que investigar el secuestro de sus dos amigos Teo y Boris, y alrededor de ellos pululan otros personajes como el culto Agilulfo, la bella Dido o la feminista Margot la Porteña, depositarios de cualidades como la lealtad y la dignidad, resalta el académico.

Perros muy humanos que, reconoce Arturo Pérez-Reverte, le han servido para saltarse algunas de las barreras de lo políticamente correcto que unos personajes de carne y hueso no le hubieran permitido. Y ahí, avisa el escritor, está uno de los grandes dramas contemporáneos. «En estos tiempos, escribir se ha vuelto muy difícil porque todo lo que uno dice o publica es susceptible de crear algún conflicto y, por eso, muchos se contienen. Gente como Javier Marías o yo mismo hemos pasado la línea y un tuit o una campaña no nos va a perjudicar, pero hay autores de veinte o treinta años con mucho talento que no se atreven a decir ciertas cosas porque tienen miedo a las malas interpretaciones. Que les tapen la boca es terrible», argumenta Pérez-Reverte.