«Utoya» recrea la matanza de jóvenes en la isla noruega por un ultraderechista

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Agnete Brun / BERLINALE

«3 Days in Quiberon» se embelesa en el crepúsculo de Romy Schneider, con una actriz de gran parecido

20 feb 2018 . Actualizado a las 07:13 h.

En el verano del 2011, se quebró la quimera del sueño nórdico de la inmunidad, al margen de la demencia terrorista en derredor. Lo sucedido en la isla de Utoya. 22 de julio, con aquellos 76 estudiantes de un campamento estival asesinados a sangre fría por un lobo solitario de extrema derecha, marcó como fatal pesadilla la de aquella excepcionalidad insostenible en un mundo apropiado por las continuadas explosiones de violencia irracional. Erik Poppe reconstruye en Utoya, en tiempo real, aquellas dos horas de dantesca caza de seres humanos al descubierto. Ese cruento fragmento de deliverance adolescente lo planifica optando por no mostrar al monstruo, al tiburón. Solo a sus piezas abatidas.

Logra Poppe captar la atmósfera del horror ante la conmoción y el pavor desconcertado. Elude la violencia descarnada pero te atrapa con la sacralización del caos y la humana naturaleza muerta. La excesiva duración de algunas secuencias termina por banalizar no el mal sino el ritmo de esta danza con la ruleta rusa a la que nadie ha invitado a estas crianzas de campamento. Pero Utoya acierta a intuir o a acercarse a lo que debió ser aquel infierno en el paraíso.

Otro cuento de hadas sajado por la tragedia es el de Romy Schneider: la actriz europea más fascinante de la segunda mitad del siglo XX, la mujer que supo abandonar la relamida postal de la rosa emperatriz para protagonizar papeles de singular crueldad emocional, que de alguna forma preludiaron el dolor que acompañó sus últimos años de vida. En 3 Days in Quiberon Emily Atef se embelesa en esos últimos suspiros, en la ceremonia de los adioses de tan fascinante figura. Pero es inane la dramatización de ese ocaso, filmado en un blanco y negro de postal complaciente e impropia para lo que bullía en aquella Schneider ya fulminada por dentro.

Es sorprendente el parecido físico de la actriz alemana Marie Bäumer con aquella Romy de heridas insondables. Pero de poco vale cuando no hay profundidad real ni el menor asomo de su directora por tomar una distancia y construir un discurso narrativo a la altura de semejante magnética actriz y de su irrestañable desfondamiento vital.