Gus Van Sant, peso pesado de esta Berlinale, embrida al camaleónico Joaquin Phoenix en «He won't get far on foot»

José Luis Losa BERLÍN / ENVIADO ESPECIAL

CULTURA

SASCHA STEINBACH | EFE

Bárbara Lennie y Susi García en el grávido psicodrama materno-filial «La enfermedad del domingo»

20 feb 2018 . Actualizado a las 19:37 h.

De entre los pesos pesados de esta Berlinale algo anémica, sin duda el nombre de Gus Van Sant era, junto a Wes Anderson, el de mayor aura proteica. A Van Sant siempre se le espera. A pesar de que venga de dos estrepitosos batacazos (el de The Sea of Trees, que salió de Cannes en el 2015 literalmente calcinada, hasta el punto de que en España solo se estrenó en vídeo; y el de Promised Land, la cual feneció en este Berlín en el 2012). Pero es tan larga la trayectoria de este autor, que aunque su tiempo de la gloria infinita haya que remontarlo a la Palma de Oro para Elephant, en el 2003, de él sabemos que ha sabido reinventarse, desde su atalaya como idolatrado conquistador de las vanguardias, a una función de cineasta más convencional, en Restless o, sobre todo, Yo soy Harvey Milk, que es la obra con la que más relación guarda su film visto este martes aquí, He Won´t Get Far On Foot. En él, como en Harvey Milk, hay una abierta vocación de cine de valores humanitarios, ahora menos políticos, hasta llegar casi a la fórmula tan norteamericana del drama de autoayuda. Pero hay nobleza, elegancia y algunos interesantes puntos de fuga en este trayecto basado en el personaje real de un tetrapléjico que superó su alcoholismo y su diversidad funcional provocada por un accidente de coche pasado de la raya, y se convirtió en escritor de viñetas ácidas, tras ponerse a bien con el mundo tan aborrecido.

En este empeño parecían colisionar dos vectores: el de un Gus Van Sant, con su horizonte de película amable. Y el de su protagonista, el mercurial, indomeñable y enrachado en papeles de descarnado via crucis Joaquin Phoenix, tal vez el talento interpretativo mayor de este tiempo, incomprensiblemente excluido de los premios de este año por su samurai de You Will Never Really Here que no dejaba rehenes. Pero Phoenix sabe entender esta vez que su personaje pide una ruta de redención y de pacto con sus semejantes que lo lleva a la contención. O es mérito de Van Sant embridarlo, porque si así no fuese, una película chiquita como esta se la lleva por delante este actor de talento salvaje en dos planos suyos desaforados.

He Won't Get Far On Foot no incrementará ninguna de las dos leyendas: ni la de Van Sant, el de los ácidos o inyectables viajes hacia el exceso y la demencia de My Own Private Idaho o Drugstore Cowboy, ni la de Joaquin Phoenix y sus aperturas en canal, hasta la visceralidad de Puro Vicio, The Master o Two Lovers. Qué curioso que estos dos kamikazes convengan en un proyecto tan buenista como este, en el cual sorprende cada día a mayor escala la metamorfosis de un Jonah Hill al que ya no va a conocer ni la madre que lo parió, como a aquella España de Alfonso Guerra.

Lav Díaz en secuestro express

También en lucha por el Oso de Oro pasamos por las cuatro horas de la película Season of Devil del filipino Lav Diaz, hablada todo el metraje en un canturreo rítmico que sonaba más a esas improvisaciones y desafíos del folclore de la Sicilia profunda que al rap. O sea, que Diaz nos puso delante 240 minutos de opereta rock en tagalo, en la cual se nos da cuenta de cómo los escuadrones de la muerte del dictador Ferdinand Marcos torturaban, violaban, enterraban vivos. Y lo hacían como un gang de Grease o una banda del Mirlitón. Le concedo a Season of Deavil una belleza formal, en algunos momentos exquisitos. Y claro, que solo te retenga en la sala cuatro horas suena a secuestro-express tal y cómo se las gasta este hombre con los metrajes. Y sales de la proyección agradecido y hasta silabeando la canzonetta en tagalo.

La tercera cinta del día en competición, la iraní Pig, pasa por ser una comedia macabra de humor iraní, con un asesino en serie de directores de cine y un protagonista, cineasta, indignado por el desprestigio de no figurar en esa lista negra. Humor iraní o a ratos chanante. Inconcebible que las deserciones en la sala no derivasen a motín.

Qué han hecho con Bárbara Lennie

En la película española La enfermedad del domingo, el malagueño Ramón Salazar consigue una hazaña: sembrar fisuras en la interpretación de esa actriz que parece forjar infatigable estado de gracia que es Barbara Lennie. Salazar, con fama de gran director de mujeres (no soporto su opera prima, Piedras, que tiene club de fans) nos brinda un psicodrama de madre e hija a las que solo reúne la proximidad de una muerte. Una fórmula que Salazar se empeña en engolar, deshuesando de ritmo cinematográfico el choque entre Barbara Lennie y Susi Sánchez, rostro poco conocido del que tiró Almodóvar en su Julieta, porque es de esas actrices poseedoras de una rigidez intensa que tanto pone al manchego y tanta falta de credibilidad me provoca. Sufro ante la vacua pretenciosidad de La enfermedad del domingo. Pero sé que tendrán que pasar otros veinte años para que deba volver a escribir que Barbara Lennie no se come la pantalla con esa fiereza sutil que la hace materia sensible indispensable del cine que nos habita.