El pintor gallego que llenó de luz las tertulias del café Gijón y la literatura

Ramón Loureiro Calvo
ramón loureiro FERROL / LA VOZ

CULTURA

Ramón Loureiro

José González Collado falleció el pasado domingo tras haber estado pintando, prácticamente, hasta que se le acabó la vida

09 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Tenía 91 años José González Collado, que falleció el pasado domingo tras haber estado pintando, prácticamente, hasta que se le acabó la vida. Había nacido en 1926 en un Ferrol que entonces era, a la vez, la puerta del mar y una isla en tierra. En una ciudad de grandes barcos y de grandes navegaciones en la que, cuando Collado era niño, todo parecía mirar al Océano. Él mismo llegó a ingresar como aprendiz en el astillero, donde incluso acabó trabajando durante un tiempo en el departamento de delineación. Sin embargo, estaba claro que su camino no iba a ser ese. Artista precoz, fue alumno de la legendaria Escuela de Artes y Oficios de Ferrol. Pero, por encima de cualquier otra cosa, en su primera juventud, fue discípulo de Felipe Bello Piñeiro, a cuya casa de O Seixo -localidad situada también en la ría ferrolana, aunque no en la ribera norte, que es la de la ciudad, sino en el lado contrario, en la orilla sur- acudía casi en peregrinación. Bello Piñeiro, siempre atormentado y a menudo un cruel enemigo de sí mismo, fue quien le desveló a Collado, en quien encontró un fiel amigo y a la vez un brillantísimo discípulo, la verdadera naturaleza de ese infinito prodigio al que llamamos luz. Años más tarde, ya en Madrid -donde Collado pasaría gran parte de su vida-, el pintor ferrolano encontraría también un sólido apoyo en Sotomayor, que llegó a dirigir el Prado. Pero a Bello Piñeiro no lo olvidó jamás.

Dos continentes

Viajó tanto por Europa como por el norte de África, y París cambió su manera de ver la realidad. Era un extraordinario conversador, habitual tertuliano del café Gijón, que fue donde se fraguó su amistad con Umbral. También fue muy amigo de Cunqueiro (con quien pasó un par de meses en el Mondoñedo de la posguerra mientras pintaba los retratos que le habían encargado algunas de las grandes familias de la ciudad episcopal) y de Gonzalo Torrente Ballester, a quien pintó un extraordinario retrato que estuvo perdido durante décadas, y que finalmente reapareció en la tienda de un anticuario. Pero quizás el más grande de todos sus amigos haya sido el poeta Miguel Carlos Vidal, con quien conversaba a diario. Hablaban, entre otras cosas -como el propio Vidal, profundamente conmovido, recordaba ayer-, de lo que hay más allá de este mundo.