Riccardo Muti devuelve todo su esplendor a la música de los Strauss

César Wonenburger

CULTURA

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El director italiano, uno de los favoritos de la Filarmónica vienesa, triunfa otra vez en el Concierto de Año Nuevo

02 ene 2018 . Actualizado a las 00:05 h.

Siguiendo la impecable visión de Viena que los austríacos han sabido brindarle al mundo como atractiva postal turística de su bella ciudad a través de la música de los Strauss, parecerá extraño que estas composiciones, que hoy pueden sonar a algunos oídos inocuas y demasiado edulcoradas, fuesen en otro tiempo consideradas revolucionarias.

Ese vals con el que hoy algunos se habrán desperezado tras las celebraciones de la Nochevieja se intentó prohibir en su día como un peligro para la salud pública. No se podía tolerar una danza que llevaba implícita la incitación al pecado: haciendo girar y girar a la mujer, el único propósito del varón era lograr que con ese movimiento desaforado los vestidos se alzaran permitiendo atisbar lo que por fuerza debía permanecer oculto.

Quizá cuando en 1971 la Filarmónica de Viena comenzó a colaborar con Riccardo Muti, lo que más apreciaron sus músicos fuese que gracias a la influencia del director italiano algo de la sensualidad mediterránea pudiera devolverle a la música vienesa su antiguo sex appeal. Y la fórmula pareció cuajar, porque desde entonces no han dejado de colaborar: el de ahora ha sido el quinto Concierto de Año Nuevo del titular de la Sinfónica de Chicago tras casi 500 actuaciones juntos, entre óperas, programas sinfónicos y grabaciones de toda índole.

Muti pudo transmitirles a los filarmónicos parte de su meridional sentido del fraseo, esa manera de hacer que toda música pueda cantarse del modo más natural, y que solo se aprende cuando una orquesta frecuenta la ópera con asiduidad. Inevitable, por tanto, que en los atriles figurasen en esta ocasión dos guiños, maravillosamente expuestos, a Rossini (el chispeante Galop de Guillermo Tell) y a Verdi (la ingeniosa Cuadrilla de Un ballo in maschera, obra maestra del que este director nos ha legado una grabación casi perfecta).

Mientras, a cambio, los vieneses le descubrirían a Muti el secreto de la Gemütlichkeit, esa mezcla de ligereza y dulzura, abandono, melancolía y deseo de vivir que alimenta su espíritu y uno de cuyos mayores y más sofisticados cultivadores fue Johann Strauss, el joven, admirado por todos los compositores de su tiempo.

Si el padre superó las rígidas convenciones del Antiguo Régimen convirtiendo una danza popular, el vals, en un acto casi íntimo y privado, un encuentro entre dos, por encima de las formalidades sociales, el hijo lo impulsó más allá: supo aportarle suntuosidad en la forma y densidad en el fondo.

Del modo soberbio en el que se interpretaron los Cuentos de los bosques de Viena, con el idiomático detalle de esa cítara que siempre evocará ya a El tercer hombre, o Rosas del sur -quizá junto a la obertura de Bocaccio los momentos más inspirados del concierto de ayer-, es imposible negarle a estas músicas su cualidad de poemas sinfónicos capaces de suscitar en el oyente sutiles ecos de un pasado en el que todo pudo ser mejor, o no, nostalgia y hasta unas dosis de tristeza por la inocencia perdida. Muti las revela en todo su esplendor y contenido.

Su otrora amigo, el antiguo crítico Paolo Isotta, ha acusado recientemente a Riccardo Muti de perezoso, de no querer estudiar más. Y su excompañero de conservatorio parece haberle dado la razón. Él mismo ha dicho estos días que si no ha aceptado más veces acudir a esta cita desde el 2004 -su anterior comparecencia- no ha sido por falta de ganas, si no porque ponerse con un nuevo repertorio le resulta ahora pesado, sobre todo si como siempre con él se aspira al máximo rigor. Más que un problema de la edad (ayer se le notaba algo cansado por el esfuerzo, pero en plena forma y satisfecho) será de prioridades.

HANS PUNZ | AFP

Por eso es posible que este concierto no pase a la historia seguramente como el más novedoso o audaz: más allá de la página de Czibulka y de los homenajes comentados, los descubrimientos han sido escasos, aunque también pueda alegarse que con Muti hasta lo más trillado se ha escuchado con una pátina distinta, una mayor hondura. En su relación con este conjunto, Muti también ha perfeccionado los secretos del rubato, ese modo de robar o jugar con el tiempo (en este caso demorando el segundo, en el vals) en un ejercicio de elasticidad y equilibrio de elegante sentido expresivo.

El siempre sobrio maestro ha preferido sobre todo la sustancia para el que, según él mismo ha confesado, será su último Concierto de Año Nuevo. Aunque después también ha comentado que si existen dos colectivos de los que no conviene fiarse demasiado estos son los directores de orquesta y los críticos musicales. Por si fuera poco, Muti es además napolitano. Así que vaya a usted a saber.

Recordando a José Luis Pérez de Arteaga en las redes sociales

Más que por el programa, que ofreció siete piezas nuevas pero centró su atención en las más conocidas, el concierto encerraba un misterio particular para sus seguidores en España. Faltaba por primera vez a la cita en muchos años uno de sus protagonistas, el comentarista histórico de RTVE, José Luis Pérez de Arteaga, fallecido en el 2017. Lo sustituyó con aplomo Martín Lladé, por más que fuese inevitable echar de menos esa mezcla de erudición e ironía de un Pérez de Arteaga que ayer, después de muerto, se convirtió en «trending topic» en España. Algunos, por cierto, reclamaban en las redes que este concierto debería contar algún año con una directora. De momento tendrán que esperar. En el 2019 será dirigido por alemán Christian Thielemman, bien conocido por la orquesta.