John Berger, entre las lilas y los cucos

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Emilio Naranjo | EFE

El libro «Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos» reúne ensayos y poemas del autor en los que aborda temas como el tiempo y la muerte, el arte y la naturaleza

01 feb 2019 . Actualizado a las 15:26 h.

«El cuerpo envejece. El cuerpo se prepara para morir. Ninguna teoría del tiempo nos presta alivio alguno en este punto. La muerte y el tiempo siempre han estado aliados. El tiempo se lo llevaba a uno con mayor o menor presteza; la muerte, de un modo más o menos súbito». La muerte se llevó a John Berger el pasado 2 de enero, pero su tiempo, su mirada, sigue proyectándose hacia el futuro.

Lo hace en el volumen Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos (Nórdica Libros), que reúne textos, en prosa y verso, que retratan las inquietudes del escritor británico, la naturaleza, el arte, el ser humano, desde su mirada inconfundible: el escritor que transita con toda naturalidad entre el lujo parisino de Maxim’s y los puestos de pulpo de la feria de Betanzos, el observador que percibe la coincidencia en la llegada de las lilas y los cucos, el que vuelve visible y audible lo que a otros se les escapa.

Las piezas del volumen, traducidas por Pilar Vázquez, vienen precedidas de un prólogo de Manuel Rivas, quien se refiere a la «mirada fértil» de Berger, reveladora e iluminadora, pero nunca cegadora: «No era una luz que pretendiese deslumbrar. Al contrario, su naturaleza era la de la luciérnaga». Rivas razona que en ese descubrimiento que nace de la lectura de Berger no hay jerarquía ni abolición del enigma. «La mirada fértil, la mano sincera, el descubrimiento, el matiz, la capacidad de enigmatizar, la libertad como cuerpo del lenguaje, el coraje cívico y artístico, la ironía crítica y autocrítica, todo es recorrido es una manera de hablar de John. Incompleta», resume Rivas. 

Planteamiento humanista

A partir del planteamiento humanista que vertebra toda la obra de Berger, desde sus influyentes ensayos -Modos de ver- a sus novelas -G., Puerca tierra-, las prosas y versos de este volumen van deshojando aquellos temas que le son más queridos. Como la naturaleza y el cosmos, vistos desde una perspectiva que integra el ser humano en su seno, que restablece su posición central pero no avasalladora.

En las páginas de Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, tiene una especial presencia el arte y la experiencia sensorial humana, la visual, de forma más concreta. Son iluminadoras las páginas dedicadas a Rembrandt y su modelo Hendrickje Stoffels, como también aquellas en las que plantea una pregunta tan directa como compleja: «¿Cuándo puede decirse que un cuadro está terminado?». 

Los emigrantes

Berger alterna la minuciosidad de la prosa con la ligereza evocadora del verso -reproducidos en su versión inglesa original y cuya sugestión prolonga con sus ilustraciones Leticia Ruifernández- para acomodar el tema a su mejor forma de expresión. Por ello un tema como la emigración -a la que dedicó el libro Un séptimo hombre- merece en este volumen ocho poemas que abarcan la secuencia que nace en el abandono del pueblo y el paisaje natal para incorporarse a la metrópoli, sus fábricas y sus muelles. Tras ellos, las páginas que reflexionan sobre la pérdida y el desarraigo, que abren un vacío que han tratado de llenar el amor romántico y la solidaridad internacional. Una realidad de la que pocos escapan: «Este siglo, con toda su riqueza, con todos sus medios de comunicación, es el siglo del destierro generalizado».

También la infancia, la cotidianidad de la vida en un pueblo de Francia, las lecturas de Marx y Hegel o la violación de derechos humanos aparecen en estas páginas, testimonio de la vitalidad de Berger. Como él mismo escribe, «los vivos no hablan la lengua de los muertos. Los muertos no leen nuestros cuentos».