Quince años sin Ángeles Gulín, la voz gallega que hizo estremecer a La Fenice

César Wonenburger

CULTURA

Los años setenta fueron los de la consagración de Gulín
Los años setenta fueron los de la consagración de Gulín

El martes se cumple el aniversario del fallecimiento de la soprano que conquistó auditorios como el Met de Nueva York

08 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Todavía hay quienes no han podido olvidar la fuerza sobrehumana de aquel torrente capaz de traspasar como una flecha cualquier orquesta por grande que fuese, hasta hacer vibrar las mismas arañas de cristal suspendidas sobre las cabezas de los espectadores en La Fenice de Venecia, el teatro italiano para el que Verdi compuso su Traviata. La voz de Ángeles Gulín (1939-2002), la soprano gallega de la que el próximo martes se cumplirán quince años de su temprana desaparición, sorprendió ya a los críticos por su extraordinaria potencia desde su mismo debut, con solo 19 años, como la Reina de la Noche de La Flauta Mágica mozartiana, en el Teatro Solís de Montevideo.

La suya era una familia musical, como la de su colega de tantas noches gloriosas, Plácido Domingo, que también había tenido que hacer las Américas ante las nulas perspectivas de prosperar con su profesión en la España atrasada de la posguerra. Al padre de la Gulín, el sueldo de director de la Banda Municipal de Ribadavia, donde ella misma nació, no le salvaba de tener que recoger, de vez en cuando, pieles de naranjas con las que alimentar a los suyos; así que un día decidió buscarse la vida al otro lado del Atlántico, al igual que tantos otros gallegos.

En la capital uruguaya, la Gulín veló sus primeras armas líricas encadenando contratos que le permitieron soñar con vivir del canto, pero para una voz privilegiada la auténtica carrera estaba en otros lugares. Había que volver a Europa. Ya casada con el barítono Antonio Blancas, y después de pasar unos primeros años en Alemania, donde nacería su única hija, Ángeles, el éxito comenzó a vislumbrarse tras el triunfo obtenido en el Concurso Voces Verdianas de Busetto (Italia), que por entonces, 1968, aún servía de plataforma propicia hacia el estrellato internacional, como poco después comprobaría también el tenor José Carreras.

Los años setenta del siglo pasado fueron los de la consagración de la Gulín como una de las sopranos dramáticas más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, lo que demostraron sus compromisos para colaborar con grandes directores como Carlo Maria Giulini, junto el que cantó el Réquiem verdiano en el Festival de Edimburgo, y al lado de los grandes tenores de su tiempo: Mario del Monaco, Carlo Bergonzi o Luciano Pavarotti. Compartiendo escenario con estos dos últimos llegaría a dar vida a una de las grandes heroínas verdianas, la Amelia de Un ballo in maschera, en el Covent Garden de Londres y en el madrileño Teatro de La Zarzuela, respectivamente.

Italia, en cuyas provincias aún hoy siguen apreciándose las voces importantes más incluso que en Milán o Roma, la Gulín era muy requerida y admirada en un repertorio amplio y variado que iba desde La donna del lago de Rossini o la Lucrezia Borgia de Donizetti hasta los roles de mayor peso de Verdi y el verismo, con óperas como Nabucco, La forza del destino, Turandot o La Gioconda. América también la reclamó, y cuando el Metropolitan de Nueva York quiso recuperar en los primeros ochenta uno de los más comprometidos títulos verdianos, Las vísperas sicilianas, contó con ella.

Si las enfermedades no la hubieran castigado con saña, provocando su prematura retirada en 1987, la leyenda de la Gulín seguramente habría seguido agigantándose porque nuevos y grandes retos profesionales la aguardaban aún: la Deutsche Grammophon la quería para su grabación de Nabucco con Plácido Domingo. Poco después, su hija Ángeles tomaría el relevo, y ella aún volvió a los teatros en silla de ruedas para escucharla y darle sus sabios consejos. Hasta que en el 2002 su voz se apagó del todo, algo que ni las arañas de la Fenice podían imaginarse.

Una conferencia y un recital de su hija para recordarla

La Gulín nunca olvidó su tierra y siempre encontró tiempo para actuar en las temporadas de los Amigos de la Ópera coruñeses. Desde 1969 hasta 1981 la soprano pasó por el Teatro Colón (también llegó a cantar una Aida en el Palacio de los Deportes junto al tenor Pedro Lavirgen), para ofrecer algunos de sus roles más emblemáticos en Nabucco, Il tabarro, Norma, El Trovador o Macbeth, entre otras. Por eso la decana de las asociaciones españolas ha querido rendirle homenaje dedicándole su Programación Lírica. Como parte de las actividades organizadas, el próximo martes a las 20.00 horas, en el Auditorio de Afundación, Antonio Vasco, una de las personas que mayor trato artístico mantuvo con la cantante durante sus años en Amigos de la Ópera, ofrecerá una conferencia en la que además de glosar su carrera difundirá grabaciones inéditas del paso de la cantante ourensana por A Coruña.

Y el sábado, en el Teatro Colón (20.00 horas), su hija, Ángeles Blancas, le dedicará un concierto especial, con un programa particular, algo así como «lo que mi madre cantó y lo que le hubiera gustado cantar», con una primera parte consagrada a Verdi y tres de sus arias más comprometidas para soprano de Ernani, Don Carlo y Un ballo in maschera. Hasta ahí, el repertorio más conocido de la Gulín. Pero para la segunda, y siempre con el acompañamiento del pianista Giovanni Auletta, ha reservado una primicia: la escena completa de la Inmolación de Brunilda de El ocaso de los dioses de Richard Wagner. Un tour de force para una artista que no teme a los desafíos. El terremoto de México la sorprendió mientras cantaba La fanciulla del West de Puccini..