Schwarzenegger se hace el sueco y evita otra bronca con Trump

josé luis losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Juan Herrero | Efe

El actor apenas se atrevió a sugerir al presidente del Gobierno de EE.UU. que tomase nota de las políticas sobre ecología que él hizo en su tiempo en California

26 sep 2017 . Actualizado a las 07:17 h.

En este ambiente de festival poco caldeado se aguardaba mucho de Arnold Schwarzenegger y su bien conocida batalla de pullas dialécticas con Donald Trump. Ya saben, pese a haber sido gobernador republicano, el actor negó su apoyo al actual presidente. Y este se rio de las bajas audiencias del austríaco como su sucesor en el reality The Celebrity Aprentice. Pero Schwarzenegger llego a Donostia en pan catenaccio. Él venía a hablar de su libro. Bueno, de la película que produce, The Wonders of the Sea, sobre el abismo del cambio climático, y en el cual participa el hijo de Cousteau. Y sobre Trump apenas se atrevió a sugerirle que tomase nota de las políticas sobre ecología que él hizo en su tiempo en California. También le preguntaron sobre el ascenso de la extrema derecha en Alemania y respondió hablando de focas. Tampoco sé si alguien confiaba de verdad en que Terminator viniese aquí de intelectual engagé o de ideólogo empoderado.

La jornada en la sección oficial -después de la dominical populista de comedias francesas bufas y de gigantones vascos inabarcables- pasó de los rostros o carcajadas acromegálicas a la mirada de esa actriz inatacable que es Barbara Lennie. Y todos salimos ganando. No es que Una especie de familia, la película del argentino Diego Lerman, provoque espasmos emocionales. Y eso que aborda un tema de alto voltaje como es el tráfico ilegal de bebés en una Argentina profunda donde la miseria abona la venta de la propia carne. Pero por encima de las deficiencias en la construcción de este drama está en todo momento Barbara Lennie, insuflando veracidad a su desesperación de mujer que paga por el hijo de otra en el mercado negro de los sin techo. Y el latido del filme proviene de la angustia y el huis clos, como plaga de langosta, en el cual nos interna esta actriz siempre hipnótica.

Justamente sobre hipnotismo habla otro filme a concurso, Mademoiselle Paradis. Sus protagonistas -ambos reales- son una pianista ciega y el científico Mesmer, creador de la idea del magnetismo animal, de la sugestión mental como terapia. Se supone que debería ser vibrante esta complicidad entre la música invidente, tratada por sus semejantes como una freak, y el médico acusado de curanderismo y milagrería. Pero su directora, Barbara Albert, no me genera hipnosis sino adormecimiento. Esos salones emperifollados de la Alemania del siglo XVIII me mesmerizan. Es cine ciego para las emociones. Me deja tan frío como a Schwarzenegger el resultado de los neonazis del domingo.

Por el contrario, me entusiasma la osadía bizarra con la cual la debutante suiza Lisa Bruhlmann se atreve en Blue My Mind a abordar un tránsito a través de la pubertad y sus mutaciones como un relato cuya radicalidad suscribiría David Cronenberg. Esa adolescente, prima de primera sangre de la Carrie de De Palma y de la caníbal de Crude, se alimenta de pececillos de acuario y de desgarros en sus extremidades. Participa en bacanales de cuarto oscuro pero, como Antoine Doinel, la espita de esa sordidez la halla en la salida al mar, en un amor entre mujeres y en una conversión en sirena. En una arrolladora liberación a coletazos de cine cimarrón y salvaje.