Kechiche en Venecia, de nuevo gran polémica «voyeur» tras «La vida de Adele»

José Luis Losa VENECIA

CULTURA

TIZIANA FABI | afp

En su «Mektoub, My Love» hay una indiscutible recreación en el cuerpo femenino, pero con una altura creativa que no suena a manipulación

08 sep 2017 . Actualizado a las 09:57 h.

Parece que el más que notable director franco-tunecino Abdellatif Kechiche se ve abonado a las controversias sobre el tratamiento de las mujeres, de sus cuerpos o su deseo, en una filmografía que -ya desde Cuscús y Venus negra, que triunfaron precisamente en este festival- abarca algo mucho más hondo que esa epidermis en la cual muchos se quedan. Sucedió con La vida de Adele, la cual generó una catarsis apoteósica en su explosión y triunfo en Cannes. Pero que, como en un segundo tiempo, se vio envuelta luego en gratuitos escándalos propiciados por la diva e hija de papá del star-system francés Léa Seydoux.

Con Kechiche y su Mektoub, My Love: Canto Uno parece repetirse la fijación de su cine como piedra de escándalo. Su recepción fue una deflagración entre entusiasmos que- con bastantes matices- comparto y tanto rechazo que toma en sus furias radicales forma de cacería puritana a quien es acusado de situar a la mujer en un expositor con fines lúbricos y no creativos. En su película, esto sí lo creo, Kechiche construye un muy bello excurso por la confusión emocional de su protagonista, un joven aprendiz de cineasta, aturdido por una fascinación amorosa nunca del todo correspondida, en medio de un estío mediterráneo francés de pansexualidad multicultural, un escenario abiertamente liberatorio en esta Europa del miedo pánico al diferente.

Dudo en lo que hay de necesario y lo que deviene banal y, en ese sentido, no admisible, en la plasmación de esa belleza femenina, que es la mirada no solo del director sino -mucho más allá- la envolvente idea fuerza que embriaga y atenaza a su personaje, un amante del amor pariente de otros de Truffaut o Röhmer. El hecho de que el filme arranque con una secuencia de sexo y de voyeurismo contribuye a que algunos oportunistas enfoquen la lapidación de Kechiche. Pero esa secuencia -esa mirada de Sahime Bumedine hacia Ophelie Bau- es imprescindible porque sobre su poder pivotan los restantes 175 minutos de Mektoub. My Love. Que es una muy profunda y soterradamente dolorosa coreografía del deseo, del enamoramiento, de la soledad. Hay una paradoja lúcida y de un alcance imaginativo de cineasta en la ideación de que esa soledad, casi autismo sentimental, se sustenten en dos secuencias de coralidad promiscua, de cuerpos que se arremeten, prolongadas en metraje extendido, suspendido en el tiempo. Secuencias en las que el baile, la sensualidad dionisíaca, la celebración del cuerpo, son un desafío de gran alcance en la decantación del cine como ajeno a los ritmos impuestos por el universo Netflix.

Es verdad que siempre hay una focalización en el cuerpo femenino como epicentro de esa danza. Y ahí radica el punto de fricción que me hace cuestionarme por momentos si no hay exceso poco ético en ese extremo. Si no está ribeteado finalmente este filme, que me interesa mucho por su vuelo poético, por elementos de erotomanía machista. O si la alquimia de talento innegable de Kechiche no alberga algún porcentaje de graduación de naturaleza inapropiada. Tengo claro, en todo caso, que este tipo no es ni Tinto Brass ni Russ Meyer. Como también me parece que el jurado presidido por Anette Bening no le va a dar, en esta ocasión, oro ni aplauso.

La otra cinta a concurso, la olvidable película china Angels wear White, es el único filme, entre veinte, dirigido por una mujer, Vivian Qu. Aquí sí me atrevo a decir que no ha habido esmero o corrección en el enfoque de los programadores de esta Mostra. Y me lleva a no entender qué razón ocluida ha llevado a que la visionaria Zama, película magna de la argentina Lucrecia Martel, haya entrado aquí fuera de concurso.