Frances McDormand capitanea una soberbia reflexión sobre la venganza

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

CLAUDIO ONORATI | EFE

La película «Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Missouri» consagra en Hollywood al cineasta británico Martin McDonagh

06 sep 2017 . Actualizado a las 23:25 h.

Hemos visto uno de esos filmes que justifican por sí solos todo un festival. Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Missouri viene a elevar a su director, el inglés Martin McDonagh, desde su nivel de realizador de culto -alcanzado con su opera prima, Escondidos en Brujas (2009), que le valió una nominación al Óscar-, a la categoría de autor mayúsculo, de acerado constructor de un cine afiladísimo en su manera de abordar tramas en las cuales el thriller desmocha territorios inexplorados dentro del género. En esta obra seminal vista ayer, McDonagh parte de una explosión de ira, la de una madre que ve cómo el secuestro, violación y asesinato de su hija no es resuelto por la policía de su pueblo, racista, homófoba e incompetente, con todos los tics de la Norteamérica Profunda. Con ese resorte como lanzadera, el filme va avanzando a zancadas de gigante pero con ritmo y sutileza de pasos de baile sarcástico y tenebroso. Frances McDormand capitanea este ejercicio de reinvención del cine de revenge. Y en su trayecto desaforado, que siempre se adelanta a lo que esperas, el guion va siguiendo las virtuosas carambolas de sangre y furia de su protagonista contra dos tipos como Woody Harrelson o Sam Rockwell, ya presentes en el filme anterior de McDonagh, Siete psicópatas (2012).

El motor en esta formidable huida hacia adelante que inflama a una soberbia Frances McDormand es también una psicopatía. Pero es una lúcida locura vengativa, preñada de humor vitriólico, de encadenados chispazos de violencia y de envites continuados a la inteligencia del espectador. Cada diálogo, cada deflagración que apunta más y más alto, erigen a Tres anuncios en las afueras de Ebbing como cine de una negrura clarividente, dos pasos más allá de lo alcanzado por Clooney y los Coen hace dos días, de un salvajismo embridado por la reflexión sobre el derecho a la venganza que McDonagh desviste de su natural reaccionario y transforma en cine de raíz y horizontes liberadores y antiautoritarios.

«Una familia» infame

Desde esa altura donde te instala este filme, la caída hacia las bajezas éticas y estilísticas de la italiana Una familia te puede descacharrar. La tantas veces temible cuota parte del cine local de la Mostra muestra su peor cara en este producto infame que se inmiscuye en el negocio de explotación de la mujer con trama de vientres de alquiler y tal nivel de desprecio e insensibilidad tosca que tienes que frotarte los ojos para creer que tras su escritura se halle una guionista femenina.

El director, Sebastiano Riso, utiliza la obscenidad de la historia -un tipo que vive de los partos en cadena de la joven a la que maltrata- con maneras de culebrón de chacinería. Y creo que cae en la homofobia rampante cuando lo peor que sucede a esta pareja ya curtida en vender bebés es que los beneficiarios de su próximo alumbramiento resulten ser una pareja gay. Como juega en casa, no descarten que su protagonista femenina, Micaela Ramazzoti, reciba premio por su sobreactuado rol masoquista.

La Mostra se rehabilita al incluir en su sección a concurso un documental de más de tres horas obra del insigne Frederick Wiseman. Con Ex Libris, Wiseman realiza una de sus prodigiosos trabajos como de muñeca rusa: la New York Public Library es un oasis dentro de otros oasis -entre ellos, un diálogo bárbaro con Elvis Costello, enterrador en vida de la Thatcher- al que persigue esa leyenda que resguardan, como preciosos invernaderos, de la realidad de una nación embrutecida. 

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