
Celebradísimas interpretaciones de los veteranos Judi Dench, Helen Mirren y DonaldSutherland
04 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Vivió esta Mostra algo así como un domingo de Acción de Gracias. Una (sobre)dosis de cine en el que prima la exaltación de los buenos momentos familiares o de pareja o la apelación al sentimentalismo. Pero todo ello con muy diferentes categorías morales entre los tres autores que presentaron película. Así, a mí me parece muy respetable la manera en la que Stephen Frears ha ido evolucionando de joven cineasta malote -de cuando Mi hermosa lavandería o Ábrete de orejas- a veterano sensato y mesurado- Pero aprecio mucho que Frears no renuncie a introducir en una propuesta de tipo alimenticio, un encargo como La reina Victoria y Abdul, cargas de lúcida mala leche como ese momento en el que, en su lecho de muerte, las últimas palabras de Judi Dench dirigidas a a su amigo hindú sean un versículo coránico que pronuncia, además, en árabe. En estos tiempos de islamofobia no cae en saco roto la nobleza de Frears, como tampoco los guiños anti-Brexit en una historia que centra la reina vertebral de la monarquía británica. Y mención aparte para una Judi Dench fastuosa, esta dama que se ha metido ya tantas veces en pieles tan diferentes de majestades coronadas inglesas que no e extraño que en Buckingham Palace acaben por ponerle ya cubiertos propios cada mañana en el caviar del desayuno, como una más en la familia.
Toda esa honestidad de Frears en un film menor pero crecido en tantos detalles elogiables se convierte en miserable en el acto de pornografía emocional acometido por ese directo italiano cada vez más carroñero llamado Paolo Virzì. Todas las trampas sentimentaloides con las que venía de triunfar en la truculenta La Pazza Gioia -allí con la utilización de la enfermedad mental- se ve que le han afilado a Virzì los colmillos de la ambición. Y hay que ver cómo los hinca el fulano en The Leisure Seeker, una rebatiña de malas artes en donde no se priva de poner en almoneda cuestiones como el Alzheimer y el cáncer para, con las peores mañas, servirse de dos actores tan respetables como Helen Mirren y Donald Sutherland y situarlos a lomos de una detestable operación de secuestro de buenos corazones. No hay más que ganga,que grasa de mal mercader de lágrimas de saurio, en esta road-movie de matrimonio en última curva vital, donde Mirren y Sutherland se ven en la tesitura de atravesar todos los más sañudos tópicos de la tv-movie oportunista que pega bajo y apela al instinto débil para ganarse a una audiencia predispuesta. La ovación que acompañó en sala los créditos finales de The Leisure Seeker apuntan a que seguramente este filme inmoral pesque en el río revuelto donde abrevan los jurados febles.
También es emotivo el marsellés Robert Guédiguian en La Villa. Pero en su caso, no hay trampa ni cartón. Pisa su territorio de siempre con los actores que le han acompañado a lo largo de varias décadas -de ahí extrae unas formidables imágenes de archivo de juventud rebelde- para filmar de nuevo su limpia elegía de los amigos o hermanos a los cuales muros del fin de la Historia se les han caído encima y les han arruinado sus ideales de combate por una humanidad fraternal y militante en marciales utopías de un mundo mejor. Usted puede implicarse o desentenderse del universo Guédiguian y su piña de viejos cowboys del proletarismo crepuscular. Pero su discurso -en donde esta vez entra inevitablemente el desastre humanitario de los refugiados- está armado de una pieza y no busca proselitismos de ocasión: se dirige a los de siempre. Que ya no somos los mismos.