«No es realmente posible apoyar a un partido con representación sin acabar desilusionado»

Natasha Martín REDACCIÓN

CULTURA

El Nacho Vegas escritor deja a un lado al músico en «Reanudación de las hostilidades», su último libro de poemas y relatos, y habla de lo divino y lo humano de la sociedad en la que vivimos

08 ago 2017 . Actualizado a las 15:48 h.

El imaginario colectivo suele relacionar a Nacho Vegas con la música. No sin razón, pues el cantautor gijonés es reconocido por componer letras que suenan para decir algo; un algo que reclama, duda, grita, proclama. Así es también el Nacho Vegas que escribe sobre papel, con la diferencia de que en estos escritos el aire que se respira proviene de lo más íntimo y, en contrapartida con la experiencia de un concierto, se leen en soledad; callados. Después de publicar en 2004 su primer libro Política de los hechos consumados, este año puso en las librerías Reanudación de las hostilidades, un compendio de poemas y relatos donde lo sórdido y la delicadeza entran en contacto para despertar al lector del letargo del individualismo.

-En una entrevista comentó que la clase obrera ha sido derrotada. El último poema de Reanudación de las hostilidades empieza con un «Hemos sido derrotados». Siendo Asturias un punto histórico de resistencia, ¿cómo cree que ha sido aquí esa derrota?

-Ese titular me trajo muchos problemas, sí. En realidad yo hablaba un poco pensando en Asturias. En los noventa y en los dos mil tenía muy cerca las luchas de los trabajadores, los años de movilizaciones, y vi cómo todas fueron acabando en derrotas muy dolorosas. Se destruyó muchísimo tejido industrial y social. Gente de mi generación tuvo que irse de Asturias porque no había trabajo. Lo que ha ocurrido después es una victoria clara del neoliberalismo, que ha conseguido desmovilizar a gran parte de la clase obrera y convertirla en eso tan feo que se llama «precariado», en compañeros que luchan los unos con los otros y consigo mismos en trabajos donde la gente no está sindicada. Tenemos que aprender de esas derrotas, darnos cuenta de que vamos perdiendo y reconfigurar la lucha de la clase obrera.

-El poema Las tardes culmina con «vivir es solo un dolor impreciso». ¿Busca que el dolor sea concreto para ver si así dejan de reanudarse las hostilidades?

-Es una idea que planea sobre todo el libro. Vivimos en un mundo en el que parece que estamos obligados a ser felices todo el rato. Incluso los momentos en los que estamos jodidos son buenos porque podemos superarnos... Hay toda esa especie de autoayuda enorme que nos venden por todos lados diciendo que tenemos que estar satisfechos siempre. Eso es también una manera de acabar con la disidencia; de que la gente crea que está obligada a ser feliz y que, por tanto, no proteste por lo que tiene alrededor. Entonces es una reivindicación un poco de esa infelicidad que sentimos; ese dolor impreciso que se presenta en algún momento en nuestras vidas. Creo que hablar de ello es la mejor manera de combatirlo, de mirarlo a la cara y de acabar con ello.

-¿Es, pues, una lucha frente a los bestsellers de autoayuda? ¿Hay que aceptar el dolor?

-Sí, es un poco antiautoayuda. Es aceptarlo pero sin resignación. Hay que tomar una actitud de resistencia combativa. Es como una actitud política frente al dolor. No deja de tener que ver con el mundo hiperindividualista en el que vivimos. Todo empieza y acaba en nosotros mismos. Por eso se lanzan continuamente esos mensajes de superación y ello, al final, hace más difícil tener relaciones afectivas puras y honestas, que son las que debemos perseguir y las que muchas veces se cantan y escriben en las canciones y poemas de amor y revolución.

-¿Cómo vencer en la lucha si vivimos en ese mundo hiperindividualista?

-Una de las cosas que me gustan de los últimos años de política es que se ha incorporado la ética de los cuidados como un punto central del discurso (algo de lo que apenas se hablaba antes). Si el neoliberalismo nos dice que somos seres individuales, que todo tiene que ver con nosotros mismos y que hasta la música es algo individual que te hace más guay que otro, para vencerlo tenemos que reconocernos como seres interdependientes que se necesitan los unos a los otros para así establecer lazos puros e independientes de cualquier mercado (de consumo, laboral, etc.). La manera de luchar es en común. En mi canción «Runrún», la frase central la tomé de una lucha de «El patio maravillas», un antiguo centro social, que dice «nos quieren en soledad pero nos tendrán en común». Al sistema le interesa que estemos en soledad porque de esa manera estamos atomizados.

-Hablando de política, dio su apoyo en las listas de Podemos en Vistalegre II. ¿Cree que es realmente posible, hoy, en España, apoyar a una formación política con una representación considerable sin acabar desilusionado?

-Probablemente no sea posible, no. Eso ya lo decía Santiago Alba Rico antes del 26J, que antes estábamos todos ilusionados y que justo después del 26J hubo una gran hostia y volvimos a desilusionarnos. Son ciclos. Es un poco lo que acaba diciendo el poema que cierra el libro, que ninguna guerra es definitiva; tampoco la victoria. Los que estamos dentro de la cultura tenemos que involucrarnos en política de forma explícita pero de una manera crítica, ejerciendo de contrapoder, no como los apoyos de la cultura tradicionales que eran acríticos. Las nuevas formaciones políticas, no solo Podemos sino también los municipalismos y los movimientos sociales, necesitan de un poder popular en la calle que se conforme como una pata de la democracia. La nuestra está coja. Y dentro de ese poder popular está la calle, el activismo político y la gente de la cultura.

-¿Acabamos desilusionados porque creemos en una esperanza que siempre se disuelve?

-Tener esperanza, aun bonito, es un signo de carencia. Yo ya no me creo lo que pensaba de joven, que los de izquierdas éramos los buenos y los de derechas los malísimos. Nunca ganaremos por completo pero sí que creo en un escenario postcapitalista en el que lleguemos a entendernos un poco mejor para que deje de ser todo tan doloroso y criminal.

-Tanto para la música como para la poesía hay que enredarse con las palabras. ¿En qué se diferencia el Nacho músico del poeta?

-La materia prima de ambos lenguajes es la palabra pero, de alguna manera, cuando empiezas a escribir o tienes una idea sabes si va a vivir sobre el papel o si va a necesitar de una armonía y un ritmo. La diferencia es bastante grande. La canción es un lenguaje por derecho propio, aunque a veces parece un subgénero de la poesía o algo así. El poema tiene que tener esa armonía y ese ritmo pero de una manera interna; tiene que sonar música cuando lees. Son también lenguajes interconectados. Una parte de un poema se puede convertir en la estrofa de una canción o al revés.

-En ese sentido, aunque sean diferentes y contengan sus propios ritmos, ¿hay una conexión palpable?

Sí. Yo procuro separarlos bastante pero, por ejemplo, en este último libro hay un poema que se llama Las palabras mágicas que empezó siendo una canción y la reescribí para que tuviera otro tono. Las letras por sí solas no me gustan. Cuando escribo una canción a veces hago el ejercicio de leerlas para no caer en rimas fáciles y ver que el esquema estrófico es ágil, pero bueno, también tienes que saber que no es un poema. 

-Entonces los dos Nachos no se repelen.

(Ríe) No tengo otros. Ocurre una cosa, sobre todo a los que hacemos canción de autor, y es que en los primeros discos y poemas solemos usar y hasta abusar de la primera persona puramente confesional. A medida que vas escribiendo canciones te vas dando cuenta de que puedes contar historias, de que está la tercera, la segunda persona, incluso que puedes utilizar múltiples primeras personas sin tener que hablar necesariamente de ti. Por eso no se repelen sino que se mezclan y retroalimentan.

-Borges decía que los géneros literarios no existen, sino que la literatura en sí misma es el gran género. Reanudación de las hostilidades se enmarca dentro de la poesía pero también hay narrativa.

-Había otro escritor (cuyo nombre no recuerdo) que decía que «cuando escribo narrativa escribo poesía solo que me sale todo junto», o algo así. Y, al igual que en Borges, es cierto. Por eso en este libro incluí una parte central de relatos; porque creo que tienen una génesis parecida. A mí me gusta mucho Raymond Carver, que es muy conocido por sus cuentos, y disfruto en especial su poesía, en la que hay muchos personajes. Sus poemas son como sus relatos pero simplificados al máximo. Los géneros entonces, como en la música, son útiles para hablar de las cosas, pero en realidad todos forman parte de lo mismo.

-Incluso se encuentran pequeñas notas a modo de diario.

-Es que el libro surgió de una manera un poco desordenada. Así como en los discos las canciones suelen pertenecer a unos momentos muy concretos, generalmente los dos o tres últimos años, en este caso algunos de los poemas son muy recientes y otros tienen varios años. No sabía qué hacer con ellos hasta que Belén Bermejo, la editora de ESPASA, me convenció para reunir los textos y escribir y corregir. Por eso es un poco heterogéneo y se perciben tonos diferentes.

-Hay relatos con una temática especialmente sórdida. De hecho, hay uno (sin título) que empieza con un «Yo les digo» que posee un ritmo y estilo algo bolañescos. ¿Es el chileno una de sus lecturas?

-Yo empecé a leer a Bolaño por uno de sus libros de relatos, Putas asesinas, creo que fue. Es posible que lo haya leído por aquella época y después lo haya escrito. No había caído en ese posible parecido; las influencias son inconscientes. Bolaño es un escritor maravilloso.

-En Pérdidas, movido por la repetición constante, hay mucho ritmo. ¿Le gusta jugar con ese recurso?

-Aunque sea verso libre el ritmo es importante siempre. A mí me gustan las composiciones un poco caóticas en la poesía y en las canciones. En concreto este poema hace un guiño al poema Miedo, de Carver, en el que todos los versos comienzan con esa palabra y va escribiendo aquellas cosas que le aterran.

-Se dice que «la literatura es personal o no lo es en absoluto». ¿Es el uso predominante de la primera persona en este libro un signo autobiográfico o un juego con la duda?

-Nunca pienso en ese juego morboso de si lo que cuento ha ocurrido de verdad o no. No creo que eso sea relevante. La escritora Carson McCullers decía que «todo lo que he escrito me ha sucedido o me sucederá». Yo hablo de mi vida porque es lo que conozco de primera mano. Pero es mi vida con lo que me rodea. Lo que pasa es que en estos casos la realidad necesita ser transformada porque en sí misma no contiene verdad. A veces la verdad está más en la ficción que en la realidad. Aunque el poema acabe siendo muy cercano al hecho siempre hay alguna transformación, sino sería como contarle un problema a un colega y eso no tiene ningún valor literario.

-En Antiturismo escribe «la literatura miente/la vida miente/ todo es una gran mentira», ¿qué nos queda?

-(Ríe) Las cosas que digo en los poemas no las digo porque me las crea, es una manera de rebatirlas. En mi generación estaba muy de moda ser cínico, por eso fue una generación aparentemente despolitizada. Ese cinismo me acabó pareciendo algo muy pernicioso y dañino. Este poema, que al final acaba hablando de la muerte como algo trivial, no como algo importante, está escrito desde ese punto de vista tan descreído.