Teju Cole: «El efecto emocional de la victoria de Trump fue parecido al del 11-S»

Beatriz Pérez BARCELONA / E. LA VOZ

CULTURA

Estadounidense de fuertes raíces africanas, Cole se ha convertido en una de las voces más sólidas de la literatura actual

10 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Teju Cole (Míchigan, 1975) es un escritor y fotógrafo estadounidense de raíces nigerianas. Sus libros Ciudad abierta y Cada día es del ladrón han sido editados en castellano por Acantilado. Cole, que se reconoce influido por la mirada crítica de Susan Sontag (su columna en The New York Times lleva por nombre Sobre la fotografía, en honor a ella) y por la precisión léxica de Flaubert, reflexiona en su obra sobre la vida, el amor y el arte.

-Ha dicho alguna vez que «la escritura es solo la mitad de la historia, la otra mitad, a veces la más importante, es la imagen». ¿Cómo se complementan?

-Ciudad abierta [2012] contiene muchas descripciones de imágenes y fotografías; sin embargo, no contiene imágenes. Cada día es del ladrón [2007], publicado en segundo lugar en España, aunque lo escribí antes, sí tiene fotos en su interior. Aquí las imágenes desempeñan un papel casi documental en el libro, pero es un truco, ya que se trata de ficción y, de hecho, las fotos las tomé muchos años después de haber escrito el texto. Es decir, en cada uno de mis libros las fotos tienen un papel distinto. También he publicado una colección de ensayos, que aún no ha aparecido en español, que contiene fotos mías y en este caso tiene una función puramente documental. Las fotos de mi cuarto libro, que se publicará este año, son todas mías, y es algo muy distinto: no es documental, tampoco ficcional, sino que tiene un tinte meditativo, filosófico, autobiográfico. Me interesa ver qué pueden darme las fotografías, pero en cada proyecto es diferente.

-Su doble nacionalidad, nigeriana y estadounidense, aparece en su obra, por ejemplo en Cada día es del ladrón, que reflexiona sobre el regreso a Lagos (Nigeria).

-Sí, claro. Con el paso del tiempo la identidad de cada uno va cambiando. Hace seis o siete años, te hubiera dicho que la mitad de mi vida estaba en Nigeria y la otra mitad, en EE.UU. Pero ahora llevo más años en Norteamérica. Sin embargo, el niño que llevo dentro, mi infancia, no puede desaparecer. El inglés es la lengua de mi obra, pero el yoruba fue mi primer idioma. Siento que en EE.UU. tengo siempre la mentalidad de alguien que es de fuera, pero cuando regreso a Nigeria me sucede lo mismo. Aunque yo, como indican mis libros, viajo mucho, así que aprendo a sentirme en casa en sitios muy distintos.

-En Ciudad abierta, un psiquiatra camina sin rumbo por Manhattan mientras ahonda en lo que significó el 11-S. ¿Cómo es el mundo tras estos atentados?

-Yo estuve esa mañana en Manhattan. Fue algo tan grandioso, tan surrealista, que no te lo crees. Ese cambio tarda mucho en hacer efecto y de hecho escribí Ciudad abierta unos cinco después porque para entonces ya estaba preparado para pensar y reflexionar sobre el duelo interior colectivo, porque la reacción inmediata suele ser combatir a los terroristas, el nacionalismo… Sin embargo, poco a poco empiezas a agilizar todo tu trabajo interior. Esos atentados fueron una gran lección sobre cómo el terreno que pisamos en nuestra vida es muy poco estable, nos puede suceder cualquier cosa y los norteamericanos tuvimos la sensación de que el mundo no es estable. Fue un cambio muy traumático en nuestro orden constitucional. Estoy en EE.UU. desde 1992 y el 11-S y la elección de Trump han sido quizás los acontecimientos que más han cambiado mi concepción de la vida. Parece una comparación un poco alocada, pero el efecto emocional es parecido. No se puede confiar en nadie.

«Siendo negro, en EE.UU., te disparan y luego preguntan»

En su obra Cole refleja una gran preocupación por el realismo. «Quiero que mis libros den la sensación de ser muy reales. No quiero dar una imagen generalizada de África, sino una muy específica, en la que están ocurriendo sucesos reales, aunque algunos sean inventados», apunta.

-Ciudad abierta habla también de Bruselas, donde se les cierra la puerta a jóvenes musulmanes en la sociedad blanca. Avanzó la ola de ataques terroristas en Europa.

-Mi obligación es describir con exactitud lo que veo, pero intentando reflejar la temperatura de mi época. El estado de ánimo actual es como si estuviéramos en un sueño y debemos preguntarnos qué significa convivir. En el 2006, cuando escribía ese fragmento sobre Bruselas, intentaba describir una parte de la sociedad que es real pero a la que mucha gente no prestaba atención. Hace dos años, cuando discutía sobre la islamofobia en Francia, la gente me decía que era una tontería, que el terrorismo era el problema real. Sin embargo, Trump ganó sobre todo gracias al voto antiafricano y antimusulmán.

-Defiende que «es importante no identificar el terror con el islam».

-La gente tiene miedo. Yo creo que los seres humanos son más débiles que malvados y tenemos que hallar una fórmula de alentarnos a ser fuertes. La mayoría de musulmanes, como la mayoría de católicos, quieren vivir en paz, cuidar de su familia, dar de comer a sus hijos. El miedo es horrible, nos destruye, todos conocemos esas imágenes horribles de la Segunda Guerra Mundial, los refugiados, los campos de concentración… Pero ahora hacemos lo mismo no dejando entrar a los sirios en Europa. Y son seres humanos que intentan sobrevivir igual que haría usted. Tras Hitler nos dijimos que no dejaríamos que volviera a suceder, pero las cosas se repiten porque tenemos miedo.

-Como africano, ¿cómo es vivir en un país donde la policía mató a más de 120 negros en el 2016?

-Difícil. Aunque estoy más a salvo que otros, pues no soy pobre ni vivo en un gueto. Pero es verdad que, siendo negro, primero te disparan y luego preguntan cuántos libros has escrito. Lo tengo en el pensamiento. A la vez tenemos el desastre en la frontera con México... Y a todo esto se le suma Trump. Me da la sensación de que estamos enfrentando una crisis colectiva muy importante. Es la fuente de toda mi tensión.

-¿Fue Obama una decepción?

-Yo creo que sí. Tenía encanto, elegancia, personalidad, unos ademanes muy atractivos, pero deportó a más de dos millones de personas: más que cualquier otro presidente anterior. Hizo guerras con drones, ¿cuántas personas murieron por ellas? La presidencia estadounidense es siempre una herramienta de imperialismo. Y él no fue una excepción.