La película «Okja», cerdada gigante de Netflix, desborda la pantalla en Cannes

JOSÉ LUIS LOSA CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

JEAN-PAUL PELISSIER | Reuters

La mejor Juliette Binoche interpreta en «Un beau soleil intérieur», filme de Claire Denis, a una parodia de histérica

20 may 2017 . Actualizado a las 09:48 h.

Un cerdo mastodóntico invadió ayer, hasta desbordarla, la pantalla inmensa del Palais. Se trataba del primero de los dos anunciados desembarcos de Netflix: Okja. En ella, el coreano Bong Joon Ho retoma su cine de bestias gigantes -recuerden The Host- en lo que fue una proyección accidentada. Un sobresalto sobre otro. Primero, el sonoro abucheo con el que se recibió en las butacas la aparición del sello de la plataforma como productora de la película. Y, a continuación, un insólito error en la selección de formato, que hizo que las imágenes desbordasen las dimensiones de la pantalla -un no intencionado sarcasmo frente a este cine concebido para ser consumido en la tele-, provocó gran bronca hasta que la función tuvo que resetearse, tras minutos de cierto caos.

Una vez asumido que Netflix es enemigo en esta casa, el cerdo de Bong Joon Ho pudo salir a escena. Y nos deparó momentos de saludable show de niña y bestia. Una trama de fanta-ciencia donde una malvada empresa alimentaria -dirigida por una Tilda Swinton a lo Spectra- diseña genéticamente cerdos del tamaño de dinosaurios para abastecer de solomillos el mercado global y forrarse en la chacinería. La epopeya de la niña coreana que crio con ternura a uno de esos chanchos para salvarle la vida la sirve Bong Joon-Ho en una acomodación de su estilo tenebrista al sello familiar norteamericano que pone la pasta. Me sorprende cómo una historia tan disparatada sobe el papel, con un King Kong porcino, funciona en imágenes. Transijo con algunos derrapes de la trama porque yo recuerdo bien la forma en que Bayona me llevó al sopor aplastante con aquel otro monstruo que venía a vernos. Y agradezco que el talento de Bong Joon-Ho me atrape y me implique en su animado año de la guerra del cerdo. En breve, en sus televisores.

Dudosa moralidad

La segunda película en competición, Jupiter’s Moon, genera cabreo. La firma un húngaro temible, Kornel Mundruczo, quien posee una idea del género fantástico que se supone que va como de rompedora. Y que en Cannes compran. La utilización del tema de los refugiados para otra de sus ideas apocalípticas, en la que uno de estos seres maltratados por la Historia resucita del plomo que le ha dado un poli psicópata y se pasa dos horas levitando, erigido en una mezcla de santo y de héroe de Matrix, me genera algo más que dudas sobre su moralidad. En el pastiche estulto de Jupiter’s Moon, mi detestado Mundruczo mezcla refugiados de Siria con terrorismo, simbologías religiosas y thriller psicotrónico. Fue justamente abroncado tras la interminable levitación.

Desde fuera de la sección oficial recibimos razones para la euforia. No puede sino tomarse como celebración que Agnès Varda, a sus casi noventa años, se presente con una road movie radiante y tersa como Visages, Villages, en la que se mezcla con una Francia profunda en un itinerario que reivindica la idea civil y republicana de unas gentes de rostro solidario y orgullo frigio. Preside el filme un aura balsámica que parece cauterizar el recuerdo de los diez millones de votos de Marine Le Pen. Y Varda, sin sensiblerías, habla de dos ausencias dolorosas: la de su marido difunto, Jacques Demy, y la del amigo esfumado, el Godard egotista recluido en su exilio interior.

En Un beau soleil intèrieur, Claire Denis pega un raro volantazo de estilo y se pasa a la comedia de ataques de nervios. No termina de funcionar esta subversión de la idea de la mujer enloquecida por causa de que no se siente bien amada. Pero la composición satírica de histérica al viejo estilo nos devuelve a la mejor Juliette Binoche. Y la secuencia final, que comparte Binoche con un colosal Depardieu, justifica todos los patinazos del filme. Mathieu Amalric, además de actor totémico del cine francés actual, se consolida como director soberbio en Barbara, en la que una proteica Jeanne Balibar se reencarna en la cantante que inspiró a Brassens o Jacques Brel. Y crean que ese apoderamiento de la voz y la efigie de la chansonnière que realiza Balibar es un prodigio del cine de nuestro tiempo.