Mendoza vindica el humor cervantino

M. L. / H. J. P. MADRID / COLPISA / LA VOZ

CULTURA

Juan Carlos Hidalgo | EFE

«La esencia de la novela moderna está en el poder transformador del humor», elogia en la Universidad de Alcalá este lector tardío del «Quijote» rendido a su encanto

21 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Con una reivindicación del poder transformador del humor cervantino agradeció Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) el premio mayor de las letras hispanas. Quijoteó Mendoza con ironía, sabiduría y gratitud al magisterio cervantino en Alcalá de Henares, la cuna del padre de la novela, en el día grande de la literatura en español. El último Cervantes demostró que pertenece por derecho a la estirpe del creador del ingenioso hidalgo cuya peripecia leyó «forzado» en su adolescencia y «encantado» en su madurez. Sigue extrayendo lecciones de la universal novela hoy «que vivimos tiempos confusos e inciertos». Mendoza recibió del manos del rey el diploma y la medalla que le acreditan como el ganador número 43 del Cervantes. Fue en la solemne ceremonia celebrada, como cada año, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá y en la que otros galardonados brillaron por su ausencia. Un acto al que tampoco asistió Rajoy, que delegó en su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría.

En un discurso planteado como «una lección no magistral» plagada de citas de Cervantes y plena de admiración hacia la obra de don Miguel y su irónico humor, este gentleman barcelonés con residencia en el Reino Unido que es Mendoza desgranó su relación con el gran libro. Su discurso fue un elogio del humor de estirpe cervantina como un arte mayor «que ha dado nombres ilustres a la literatura española». «Quiero pensar que el jurado al premiarme a mi premia al género del humor, que a menudo y de un modo tácito se considera un género menor», lamentó. «Yo no lo veo así. Y aunque fuera un género menor, igualmente habría que buscar y reconocer en él la excelencia», planteó.

Es hoy Mendoza un «asiduo lector de El Quijote». Tras leerlo a la fuerza en los años «de incienso y plomo», admitió que cayó rendido a su encanto «casi contra la voluntad» cuando presumía enfrentarse a «una tortura dividida en dos partes». Lo leyó «de cabo a rabo» una década más tarde, cuando era un joven «ignorante, inexperto y pretencioso» que llevaba «el pelo revuelto y lucía un fiero bigote». Pero no sería hasta la tercera lectura, «de madurez», cuando admiró en su plena dimensión «el humor que preside las novela». Un humor de profundo calado «que camina en paralelo al relato, que reclama la complicidad del lector» y «que no está tanto en las situaciones ni en los diálogos, como en la mirada del autor sobre el mundo». «Una vez establecido ese vínculo, pase lo que pase y se diga lo que se diga, el humor lo impregna todo y todo lo transforma», aseguró. A su juicio es ahí donde radica «la esencia de la novela moderna». 

«Un héroe que se equivoca»

Hoy acude Mendoza a las páginas de la universal novela de Cervantes «como quien visita a un buen amigo, a sabiendas de que siempre pasará un rato agradable». Lo volvió a leer «de un tirón» en los días previos a la ceremonia para constatar que «don Quijote esta realmente loco, pero sabe que lo está, y también sabe que los demás están cuerdos y, en consecuencia le dejarán hacer cualquier disparate que se le pase por la cabeza». La lectura, dice, fue un bálsamo y una revelación. «De Cervantes aprendí que se podía hacer cualquier cosa. Relatar una acción, plantear una situación, describir un paisaje, transcribir un diálogo, intercalar un discurso o hacer un comentario, sin forzar la prosa, con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia», agradeció tal magisterio. «Salvando todas las distancias -confesó-, yo aspiraba a lo mismo que don Alonso Quijano: correr mundo, tener amores imposibles y deshacer entuertos». «Un héroe trágico nunca deja de ser un héroe, porque es un héroe que se equivoca. Y en eso a don Quijote, como a mí, no nos ganaba nadie».

«Contento y muy honrado», llegó Mendoza a Alcalá «disfrazado» con el preceptivo chaqué, flanqueado por su primera esposa, Anna Soler, y sus hijos Ferran y Alex.

Un gran novelista

«La verdad sobre el caso Savolta»

(1975). Denostada por la censura (su título original era Los soldados de Cataluña), su debut literario recibió el premio de la Crítica ya muerto Franco y fue todo un éxito de ventas. Narración alrededor de las luchas sindicales en la Barcelona de inicios del siglo XX.

«La ciudad de los prodigios»

(1986). Quizá la gran novela de Barcelona, retratada entre las exposiciones universales de 1888 y 1929. Perfecciona Mendoza su personal mecanismo, ese que mezcla el relato picaresco y la narración histórica, y que sigue la peripecia de enriquecimiento de Onofre Bouvila.

«El misterio de la cripta embrujada»

(1978). Primera entrega de la saga protagonizada por un extraño detective (a la fuerza) anónimo y medio demente. En un logrado divertimento, el escritor parodia la novela negra sin abandonar por ello su gusto por la picaresca y sus inclinaciones cervantinas.

«Riña de gatos»

(2010). Le valió el premio Planeta. Mendoza viaja aquí al convulso Madrid de 1936. De nuevo la historia es el gran sustento de la novela, que no descuida la visión humorística ya desde la elección de los personajes, que, en sus surrealistas tribulaciones, trenzarán una alocada peripecia. 

Todo su teatro reunido en un solo volumen

«A partir de ahora llevaré el chaqué siempre. El vestuario tiene un sentido. Me gusta disfrazarme porque tengo espíritu teatrero», bromeó ayer Mendoza. Como confirmación de tal hecho, Seix Barral llevará el próximo jueves a las librerías toda la obra teatral del autor catalán en un solo volumen. «No nací en un teatro, pero nací con el teatro puesto», dice en el prólogo de una edición que reúne las piezas Restauración, Gloria y Grandes preguntas, las tres escritas originalmente en catalán. Su padre había sido actor en su juventud, y con él iba mucho al teatro, y su esposa Rosa Novell, recientemente fallecida, fue una reconocida actriz.